jueves, 13 de diciembre de 2012

Las historias de Gavino Quinde

Gabino Quinde Pintado.

Juan Rodríguez Pérez / Sauce

Hace poco en el I Coloquio de Literaturas Amazónicas se hizo alusión a la guerra que se vivió en San Martín y que no se refleja en su literatura, a pesar de la violencia con que se desencadenó. En este sentido habría que tener en cuenta que los protagonistas involucrados, de alguna manera se vieron favorecidos con el advenimiento de esta guerra que englobaba a dos frentes claramente definidos: narcotráfico y la subversión. Ambos, tomados de la mano, involucraron a la población que despertó y sin saber qué partido tomar optaban por el que les favorecía más a nivel personal como regional.

A pesar de la desgracia que les acogía, el poblador de la selva no perdía su alegría; es así, como afirma Marticorena, que esa alegría amazónica no le permite reflexionar en profundidad sobre la realidad vivida. A pesar de la existencia de material para la elaboración de una narrativa que traspase las fronteras no solo de la región, sino del país, esta no se da, y lo poco publicado no alcanza niveles de repercusión que permitan la reflexión.

Gavino Quinde Pintado, un autor conocido en la región, pero desconocido para la mayoría, en su libro Historias que conmueven (2012) a través de su cuento “Andanzas peligrosas” nos retrata parte de la violencia vivida en la zona de Tocache llegando hasta Campanilla, donde, aprovechando la fuga que se da en medio de la selva y la persecución de parte del grupo sedicioso, le sirve de pretexto para dibujar personajes que ven de diferentes maneras el sistema de vida de algunos pobladores.

No es el único autor, pero me he detenido en él y en este cuento particularmente porque considero que la violencia que describe, especialmente al navegar el río Huallaga, se acerca más a la realidad observada durante mis viajes a esta zona.

Los demás cuentos y relatos que integran el volumen, en su mayoría anécdotas enriquecidas, sutilmente trazadas, con la visión y la calidad de Gavino, tocan diferentes puntos cotidianos, bastante personales, y con el ánimo didáctico. Los cuentos empiezan con una descripción del escenario donde arranca la historia para trasladarnos, poco a poco, a otros escenarios y rematar con un tono de nostalgia.

Punto aparte merecen los cuentos “Abnegada” y “La piedrecilla azul”, la primera por la ternura que nos transmite el autor a través de las aves sobrevivientes al incendio, y el segundo cuento, lleno de imágenes que juega con el surrealismo y la imaginación del lector.

En suma, una colección bastante lograda, con un estilo sencillo, donde se conjuga el humor y la violencia. Sin duda, un autor a tomarse en cuenta.

martes, 30 de octubre de 2012

Las travesuras de Ana Ríos González


José Luis Ayala / Puno


La escritura creativa tiene dos modos de expresarse, dos lenguajes, dos vertientes definidas: la ficción y la no ficción. La ficción sirve para escribir por ejemplo: cuento, novela, poemas, crítica literaria, periodismo, etc., etc. La escritura de no ficción para escribir libros de investigación científica, de ciencias sociales como historia, sociología, antropología, etc., el escritor no tiene libertad para fantasear a su libre antojo e imaginación. El ensayo en cambio, es un género maravilloso porque permite al autor equivocarse y a la vez emitir opiniones libres, criticar para reedificar una dolorosa realidad. Pero no es ficción, sin embargo, es un género cómodo para emitir opiniones críticas y acercarse sin temor, por ejemplo a una realidad determinada para analizarla.


Pero cuando aparece un libro singular como Travesuras amazónicas, cuya autora es la narradora amazónica Ana Ríos González, el lector se pregunta: ¿Con qué clase de escritura están registradas esas narraciones? ¿Hasta dónde constituye un transvase de la oralidad a la escritura creativa de ficción? Ese es un tema que los críticos todavía no han trabajado y tendrán que dilucidar. Por eso, la irrupción literaria de Ana Luisa comparada a un río de narraciones selváticas, no solo es un fenómeno esperado hace años, sino que refresca una narrativa peruana citadina empeñada en imitar y aceptar los cánones que impone una mentalidad cultural colonial.

¿Cuál es la técnica literaria con la que desarrolla sus temas? Este es un asunto absolutamente importante plantearlo, antes de entrar a otros comentarios y apreciaciones críticas. Se trata de una acción mixta, de una doble vertiente, debido a la necesidad de una comunicación, destinada a la educación para niños. Primero aparece la expresión de la oralidad como soporte, acompañado de la manera de escribir narraciones que deben leer primero los maestros. Así, esta especie de hibridez narrativa, le otorga al libro un encanto maravilloso, singular, inesperado. Sin duda es también una muestra de un aprendizaje fecundo, de una manera de empezar a escribir, seguramente que después vendrán grandes libros referidos a la Amazonía.

Un cuento desde el punto de vista técnico debe necesariamente tener condiciones básicas para ser tomado en cuenta como tal. Debe tener personajes, circunstancias que traduzcan la condición humana, un adecuado lenguaje como propio, el tiempo en que transcurren los hechos y originalidad. Estas exigencias se cumplen en este libro. Pero como los personajes además de ser seres humanos son animales, es la razón por la que las narraciones se refieren a animales protagonistas que hablan, sufren y viven en un mundo en el que la depredación es una realidad constante.

En efecto, la escritura creativa se abre paso a través de la oralidad con un particular acento. Aparece la riqueza de la realidad cosmogónica que traduce la forma como piensan y hablan los seres humanos y animales, los diálogos son breves y precisos debido a la exigencia de una mentalidad real maravillosa. ¿Es un acto de creación literaria? Por supuesto, las narraciones revelan un universo que no conocemos nada, pero a la vez vienen a ser una realidad en la que todo tiene vida y los animales se comunican. Los árboles, las flores, el agua, las piedras, los astros, pero especialmente los animales más vulnerables tienen el uso de la palabra; en otras palabras, debido a la mentalidad mágico-didáctica de Ana Ríos González, como en el universo aymara y quechua, todos los elementos se comunican, de modo que nada está muerto.

“Travesuras amazónicas” es un libro que debido a la vocación docente de Ana Ríos González, está destinado para los niños, por eso es que tiene un definido criterio didáctico y pedagógico. Fue escrito pensando también que debe servir a los padres y maestros para formar una conciencia ecológica, destinada a la defensa y a salvar a la selva de la depredación como de la inminente extinción del oxígeno. Más allá de todas las narraciones, cuando el lector termina de leer este cautivante libro se pregunta: ¿Entonces, qué sucederá si se destruyen los ecosistemas donde los animales hablan, viven y son libres? ¿Por qué esta clase de libros no leen todos los niños del Perú? ¿Por qué el ministro de cultura y la ministra de educación no reeditan este libro? La respuesta es que están ocupados en otros asuntos más importantes menos en educación ni en cultura, hasta que Nadine Heredia los releve y los mande a sus casas.

Por supuesto que el chullachaki ocupa un lugar central, pero también el waywasitu, la isula, el ratón que se comió la luna, la luna como exótica flor y doncella, el chapito, el jergón, el vacamuchacho, el loro, las luciérnagas, la tartarilla y el manatí. Pero además, las narraciones toman en cuenta a los animales más pequeños como las hormigas. Es decir, que frente al abuso de una narrativa urbana para niños que trata temas intrascendentes, este libro de Ana Ríos González, llega en el mejor momento en que finalmente se ha tomado conciencia de que el Perú ocupa en América Latina, uno de los últimos lugares en lo que se refiere a lectura de niños y adultos.

El chullachaki es un personaje central que pertenece a la mitología amazónica, pero todavía no tiene un escritor que haya realizado un estudio desde un esquema del contraensayo, para realizar una nueva lectura. Hasta ahora se repiten conceptos elaborados por la cultura dominante con un criterio eurocentrista, desde la imposición de ideas que provienen de los medios que propalan una antieducación y antivalores. En realidad se debe hablar de cosmopercepción, frente a la palabra cosmovisión que es un concepto impuesto. En la Amazonía y la cultura andina, el conocimiento no es por la visión, por lo que se ve, sino por lo que se percibe. Ese hecho se registra en este libro, es un aporte que es preciso reconocerle a Ana Ríos González.

"Jeruana, la gergón amargada" es una narración que transcurre “En Angotero, una comunidad kichwa del Alto Napo” y trata de una doncella llamada Jeruana Araco. La abuela le enseñó a valorar su cultura y a trabajar con respeto a la naturaleza. Pero aparece un diálogo, que es el único escrito en quechua. Ana escribe: “Al momento de sacar la greda, los padres de Jeruana pronunciaron el siguiente discurso:

- Sapira mama kampa allpata kuyaway ñuka minishtiskata rurankapa (Madre de la greda, por favor, regálame tu greda para hacer lo que necesito”.

Un trabajo que falta hacer es registrar la nueva y dolorosa realidad lingüística y cultural de la Amazonía, pero no solo de la Amazonía sino del Perú. Tenemos el deber moral de leer la realidad peruana para saber qué hemos sido, qué somos y qué queremos ser. Pero como hay temor a verdad y a las cifras, los gobiernos siempre manipulan las estadísticas, se dice que el Perú crece económicamente como ningún país en América Latina, pero la pobreza y la desigualdad crecen mucho más. Mientras tanto, es la literatura que suple a los estudios sociales, un ejemplo es el libro precisamente de Ana Luisa Ríos González, en el que se revela un mundo condenado a desaparecer, si es que el Estado peruano, en realidad el pueblo peruano no toma una determinación política.

Cuando desaparece una lengua o una cultura es grave para la integración y el imaginario colectivo. Ninguna cultura es mejor que la otra, solo hay culturas dominantes y dominadas. De allí la necesidad de que los escritores decidan hacer lo que el Estado no hace, por ejemplo, quisiéramos pedirle a Ana Luisa que escriba un Diccionario de la cosmopercepción de la Amazonía. Su libro tiene conceptos esenciales de un trabajo que puede ampliar, ese es el comienzo. Ese sería un gran aporte, después no tendrá necesidad de recurrir a otras fuentes para escribir cuentos y novelas. Por supuesto, cualquier investigador puede escribir un libro sobre este tema, pero es mejor que lo haga una persona que conozca los idiomas, las mentalidades, que hable con la gente y recurra a las fuentes más autorizadas.

Seguramente que Ana Ríos González seguirá escribiendo otros libros de mayor aliento y depurado oficio. Por lo que es lícito pedirle que trabaje rescatando otros idiomas y temas, de modo que sus cuentos y novelas sean creados con un lenguaje híbrido amazónico. Eso es lo que esperamos de ella. Sabemos también que no se trata de una narradora con una evidente orfandad ideológica, sino que tiene un compromiso pedagógico-ideológico con el Perú esencial. Esperemos sus libros escritos como decía Gamaliel Churata, desde la célula, para traducir la tragedia y maravillosa experiencia humana, de haber nacido, amado, escrito y luchado por un proceso de descolonización cultural como ideológica en el Perú, desde el fondo de América.

domingo, 26 de agosto de 2012

Crónica sobre eI I Coloquio Internacional de Literaturas Amazónicas


Cristian Ángel Meléndez Obregón / Lamas
pegasus-cta@hotmail.com 

Era la segunda vez que viajaba a Lima, y también la segunda vez que viajaba en avión. No tengo mayores recuerdos de esa primera vez que subí a un avión, tenía siete u ocho años y en aquella ocasión mi padre nos había llevado, a mi hermano y a mí, a Pucallpa para luego ir en carretera hasta Aucayacu a darle una sorpresa a mamá. La sorpresa funcionó, por cierto.

Era jueves en la tarde, el dos de agosto para ser precisos, alisté mi maleta que estaba repleta de libros de mis amigos escritores de Lamas, miembros del Grupo Literario Machusacha, para exponerlos en el evento y me quité rumbo al aeropuerto; el avión saldría recién a las seis y media. Días atrás Silvia Quevedo me había conseguido los pasajes ida y vuelta en Star Perú gracias a una invitación que me hizo Ricardo Virhuez, director de la Revista Peruana de Literatura, para participar en el I Coloquio Internacional de Literaturas Amazónicas, no como ponente (ya llegará la oportunidad) sino como asistente, pero de todas maneras sabía que era un evento imperdible para alguien como yo, que ama la literatura y se reconoce como alguien que necesita aprender mucho más todavía. Intuía que iba a encontrarme no solo con nuevos conocimientos sino con ciertas revelaciones. No me equivoqué.

Llegué a Lima casi a las diez de la noche, se dieron varios retrasos desde la partida en Tarapoto, luego la parada que hicimos en Pucallpa (una breve escena de niño emocionado recordando el viaje que hice con mi padre y mi hermano), en fin. Mi hermano Erick me estaba esperando en el aeropuerto, me ayudó mucho, tengo que reconocer, sobre todo en eso de movilizarme en la gran ciudad, pues es taxista. El Coloquio empezaría mañana, jueves tres de agosto, así que luego de comer en el chifa del Chino, un amigo de mi hermano, y conversar con mi hermano un buen rato, dormí abrigado. En buena hora le hice caso a mi viejita que insistía que trajera mi casaca.

Todo el evento se desarrolló en un lugar al que hace rato quería conocer, y recorrerlo por entero: la Casa de la Literatura Peruana. No podría haber mejor lugar que este para un evento de esta naturaleza. Tengo que remarcar que el Coloquio tuvo un pronunciado tono académico, con ponencias muy interesantes sobre temas directa o tangencialmente relacionadas a las literaturas amazónicas. Y digo “literaturas amazónicas” porque desde el principio se puso énfasis en el concepto de que en la Amazonía peruana no se hace una sola literatura amazónica sino varias literaturas, desde la perspectiva del tema, del estilo, de la geografía incluso, puesto que la Amazonía es vasta, llegando a ocupar más del 60% del territorio peruano.

Javier Garvich, sociólogo y escritor miembro del equipo organizador del evento, en parte de su participación en la apertura del Coloquio el viernes en la mañana a las diez y un poco más, se refirió a algo que ya de cabeza nos introducía en el tema de la Amazonía: existe una visión distorsionada de la Amazonía desde el otro, del que no comparte sus códigos culturales. Esa visión distorsionada se explica en tres sentidos: se considera erróneamente a la Amazonía como un lugar “vacío”; se tiene una mirada exótica, paisajística, ecológica; se mira a la Amazonía solo como un destino turístico. Y aunque tienen algo de verdad por sí mismos, son visiones parciales de la Amazonía, aproximaciones inexactas y por lo mismo proporcionan una imagen no real de la Amazonía y sus problemas, sus potencialidades. Esto se refleja por ejemplo en el plano de la literatura donde hay una clara exclusión de los escritores amazónicos en las distintas antologías que se han hecho y en los estudios de la literatura peruana que se han publicado todos estos años.

Se sentía en el ambiente una expectativa latente, las ansias por nuevos conocimientos que durante esos dos días que duró el evento fueron en gran parte satisfechos. Los ponentes eran docentes universitarios en muchas ocasiones, pero también estaban los escritores, la voz de los creadores abordando desde su experiencia la realidad amazónica en sus narraciones, en sus poemas. Casi nos sentimos transportados a la selva ucayalina cuando una docente universitaria de origen asháninka, que había venido desde Pucallpa al evento, cantó telúricamente, en su idioma asháninka. Nosotros allí, en pleno centro histórico de Lima, siendo testigos de una bella muestra viva de la cultura asháninka. Inolvidable.

Pero en el Coloquio no solo se trató sobre pueblos nativos amazónicos como los Asháninka, Shipibo Conibo y Awajun y su cultura, y literatura obviamente. Temas tan interesantes como “La historia del caucho en la Amazonía” donde, entre otros ponentes, el doctor Gonzalo Espino Relucé presentó en su ponencia datos tan escalofriantes como que en aquella oscura época del caucho, fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, se registraron más de treinta mil indígenas nativos de la Amazonía, específicamente en la zona del Putumayo, teniendo como principal responsable de tal genocidio a Julio C. Arana; y el gobierno (¿es de extrañar?) en aquel entonces se hizo el mudo, el ciego y el sordo ante las decenas de denuncias de tamaña barbarie. Y como revelación, para mí, en estas ponencias descubrí que Jenaro Herrera, el primer escritor sanmartinense nacido en Moyobamba en la segunda mitad del siglo XIX de reconocimiento nacional, era un defensor de Arana en sus escritos, llegando a describirlo como un “patriota” (vaya decepción).

Particularmente interesante me resultó el tema “Ayahuasca, mariris e icaros en la literatura”, donde Ronald Rivera Cachique en su ponencia demostró que hay varios casos de artistas y escritores que influenciados por la ayahuasca desarrollaron su arte, un arte más sensible si se quiere, pues atribuye que la ayahuasca proporciona una estética diferente, un cambio de perspectiva para una nueva mirada de la realidad. Asimismo, Feliciano Mejía Hidalgo y Dimas Arrieta Espinoza con años de investigación y experimentación con el tema abordaron cada uno en su ponencia lo referido a “mariris” y a “icaros” respectivamente.

Fueron muchos los temas abordados, varias ponencias muy bien planteadas; pero hay un tema en particular dentro de todos los desarrollados en este evento que me parece bastante sugerente y que fue abordado por una sanmartinense justamente, Haydith Vásquez del Águila: el conflicto armado en San Martín, la presencia del terrorismo en la literatura producida en la Amazonía, y específicamente en San Martín. Haydith Vásquez mencionó a varios escritores sanmartinenses, entre ellos al narrador lamista Julio Mori Villacorta, quien en uno de sus libros aborda este tema; a Gavino Quinde Pintado, Jorge Mesía Hidalgo y otros más. Falta una mayor investigación, profundizar al respecto, puesto que apenas se ha mostrado la superficie de un tema rico en posibilidades narrativas.

Y entre las ponencias, ya casi para terminar el evento el sábado cuatro en la tarde, se presentó el libro de dos narradores sanmartinenses, uno nacido en Sauce pero con muchos años residiendo en Lima, Juan Rodríguez Pérez. Caliente caliente nomás porque esa mañana habíamos visitado con él la editorial donde se hacía la publicación y en la tarde se presentaba su libro de cuentos “La sonrisa de Mariana”, donde muestra que es un gran narrador, definitivamente recomendable su libro; el otro escritor sanmartinense que tuvo el espacio para presentar sus libros fue Darío Vásquez Saldaña, quien de manera amena hizo una breve exposición de sus tres libros de cuentos, el último de ellos titulado “El tunchi enamorado”.

Dos días inolvidables y de gran aprendizaje intercultural, de un renovado compromiso social y de reivindicación de nuestra Amazonía, en particular de la literatura que se produce en ella. Y fue bueno haber estado presente en este evento, y escuchar así a Ricardo Virhuez Villafane, director de la Revista Peruana de Literatura y autor de más de diez libros, decir que “San Martín fue la madre de la literatura amazónica” o, como decía al inicio de esta crónica, de las literaturas amazónicas.

Para el próximo año se acordó la realización del II Coloquio en Pucallpa, habrá que ir de todas maneras.

El domingo en la noche ya estaba de regreso, con varios libros más en el maletín. Falta conocer más de la literatura que se produce en nuestra Amazonía, en nuestra región. Tenemos que ser muy exigentes con nosotros mismos, producir libros de mejor calidad tanto por el texto como por el formato. Que al fin de cuentas, la calidad y la originalidad vencen todas las fronteras geográficas, las limitaciones y las mezquindades de una literatura históricamente excluyente y miope.

sábado, 25 de agosto de 2012

La sonrisa de Mariana

Ronald Arquíñigo / Lima

Pocos libros de cuentos como este consiguen atrapar la atención del lector, y no solo por las historias que ofrece, sino también por la prosa con la que está compuesto. Juan Rodríguez Pérez se muestra como un escritor de innegable talento.

Tiene el manejo del lenguaje tan eficaz que, de pronto, su libro se nos antoja tan clásico y condenado a la perpetuidad como un Hernández o un Izquierdo Ríos (si es que acaso la perpetuidad no es una bendición para algunos). 

Los cuentos de La sonrisa de Mariana muestran a personajes tan sencillos pero en situaciones inverosímiles que nos reconocemos todos, ya que en la mayoría de estos la mujer se presenta como el nudo de un sentimiento que adhiere a los hombres de una tribulación importante que los lleva a eventos no menos importantes. 

El lenguaje es tan sencillo que pareciera que el libro no hubiera sido escrito durante más de diez años, sino contado oralmente y a su vez traducido en el papel; pero esto no es la desvalorización de su material narrativo; al contrario, potencia el valor de su trabajo, porque en la sencillez de la palabra se encuentra la garantía literaria de su autor. Sin duda un valiosísimo escritor.


Juan Rodríguez Pérez: La sonrisa de Mariana. Lima, Ed. Rezistencia, 2012. 144 pp.

martes, 1 de mayo de 2012

Mi contacto con la literatura amazónica


Manuel Marticorena Quintanilla / Iquitos


            Cuando era niño (1956) aprendí a leer con un texto voluminoso muy recordado, se titulaba Upa. Al año siguiente, cuando me encontraba en segundo grado de primaria el incentivo por la lectura por parte del profesor era intenso, entre esas lecturas nos proporcionó el libro Mi Perú, que trataba sobre distintos aspecto de la realidad peruana en sus tres  regiones y   la lectura que se grabó definitivamente en mi cerebro fue la fotografía de niños parados en un puente techado  que era el puente más largo del Perú ubicado en Requena. Mi inquietud por conocer Requena fue constante, hasta que en 1958 el profesor en su enseñanza de Geografía nos mostró en el mapa los departamentos del Perú entre ellas había una extensión mayor de color verde que era Loreto, allí pude ubicar a Requena. Muchas veces soñé conocer dicha ciudad.
            Cuando ingresé a segundo año de media (1962) en el texto Castellano de Santillán Arista leí las narraciones Yacumama y La selva de los venenos de Ventura García Calderón, que volvieron a fascinarme a diferencia de otras lecturas. Pensaba una y mil veces que en la selva habían serpientes que eran niñeras como sucedía con la Yacumama que a Jenarito le salva del tigre y muere defendiéndolo. También me quedé con la intriga de que  había una especie de hermosa mariposa llamada chichara machacui que era venenosa. Después leí  un fragmento de la novela Sangama, el pasaje en que Abel Barcas está descansando en una choza o tambo y cuando del techo cae una serpiente y se le introduce a la pierna por la basta del pantalón, haciéndole permanecer inmóvil y aterrorizado al protagonista, cuando llega Sangama y lo libra del peligro en una forma original y sencilla; no tengo la memoria en qué libro lo leí, pero me da la impresión que también fue en el texto de Santillán Arista, fue otra narración que me hacía pensar en la selva. Narraciones de esta naturaleza y más las numerosas novelas de la editorial Tor cuya colección completa lo leí (1962-1965), a tal punto que cuando finalicé el quinto año de educación secundaria, me llevaron a seguir la especialidad de Lengua y Literatura en la Universidad San Cristóbal de Huamanga, a la vez descubrí que las vivencias que había pasado en Chincha Alta en la Gran Unidad Escolar José “Pardo y Barrera”, habían sido de discriminación feroz por parte de mis compañeros de estudio como por los profesores, dada mi formación cultural andina, pero que lo había solucionado con un silencio completo que llegaba hasta el mutismo.
Ya en la biblioteca de la Universidad leí el libro de cuento El árbol blanco de Francisco Izquierdo Ríos, que decidieron mi fascinación por la selva y su literatura, pero no encontré más libros de literatura amazónica, al mismo tiempo me fascinaba ese mundo fabuloso que era la amazonía.
Ya como docente titulado y habiendo trabajado en una escuela unidocente primaria en 1971, al ir a cobrar mis haberes a la ciudad de Ica en enero de 1972, en forma casual me encontré con el Ingeniero Agrónomo Alfonso Guillermo Ramos Mateo que me habló de una vacante precisamente para un docente de Lengua y Literatura en Tamshiyacu, que viendo en el mapa quedaba en Loreto, fue suficiente para aventurarme por conocer y trabajar en ese mundo misterioso. Es así como llegué a Iquitos el 13 de abril de 1972 y lo primero que busqué en las librerías (siendo una de las mejores la librería “Mosquera”),  fue literatura amazónica y sólo encontré el poemario Noches de guardia, que de inmediato lo compré. El 14 de abril en compañía del ingeniero Ramos viajé a Tamshiyacu en un botemotor, fue un viaje novedoso, sobre todo observar durante el viaje el baño del atardecer de las mujeres desnudas a lo largo del río Amazonas, todas con un comportamiento natural, sin ninguna vergüenza ni pudor. Ya en el Instituto Agropecuario Nº 75 de Tamshiyacu en su biblioteca encontré la novela Sangama, que lo leí de inmediato y comenté a los profesores, entre los cuales se encontraba uno apellidado Sangama y cuando finalizó su lectura lo primero que pregunté al profesor Juan Sangama fue si era verdad los diversos sucesos de la novela en plena selva virgen y él me dijo que eran ciertos; verdad que fui comprobándolo durante los cinco años de mi permanencia en el lugar, a tal punto, que llegué a la conclusión de que la novela Sangama es una especie de manual para subsistir en la selva. También le pregunté si existía el puente largo de Requena (él  había estudiado en dicha ciudad) me comentó que sí existía pero cuando viajé a la ciudad ya no había pero los pobladores me comentaron que desapareció por el cambio de curso del río. También pude constatar que la chicharra machacui es venenosa solamente en la temporada que el árbol llamado lupuna florece. De igual modo constaté sobre la existencia de ese manjar que comía Jenarito y era el tostado de un insecto llamado suri, manjar que me agradó, pero constaté que era una ficción la narración sobre la yacumama.   
            Mi permanencia en Tamshiyacu fue decisiva para dedicarme a la intensa lectura de la literatura amazónica durante cinco años en que comencé a escribir el Proceso de la Literatura Amazónica que se encuentra inédita y cuando llegué a trabajar en la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana fue mayor mi dedicación a la Literatura Amazónica, especialidad que en mi vida es una pasión y de constante búsqueda de numerosos textos que apenas los conozco por su título y se siguen presentando en los lugares más inusitados como las diversas bibliotecas escolares de la costa peruana, mientras en las bibliotecas de la amazonía no existen.

Otra vez Urteaga


Ricardo Vírhuez Villafane / Lima 

            Pocas veces la literatura peruana ha sido testigo del encuentro entre la destacada creación verbal y la conducta coherente del autor. Los nombres de César Vallejo o José María Arguedas son solo puntas de un breve pero respetable abanico de escritores que vivieron al filo del ejemplo. Un caso parecido es el del escritor Luis Urteaga Cabrera (nacido en Cajamarca en 1940), quien en medio de los acomodos inverosímiles de la mayoría de escritores peruanos opta por la marginalidad auténtica que se desentiende de los fuegos artificiales de la fama y de la promoción personal.
            Su comportamiento le viene del carácter y de la experiencia. Al arribar a Lima, joven y lleno de esperanzas, de esas que son capaces de remover el mundo, estudió medicina en la universidad de San Marcos sin sospechar que la vida le depararía otro tipo de desafíos. Nada menos que los de la pasión literaria. Pero antes de caer en las bellas garras de la palabra creadora, sobrevivió a las penalidades que la vida le enrostró en esos años de formación juvenil y adolescente.
            Durante una clase en la universidad, mientras el profesor exponía sobre medicina humana, Lucho Urteaga sintió vahídos, sueño. El cansancio y la debilidad le vencían. El profesor advirtió la presencia del hambre en esos ojos agotados y la mirada ausente del estudiante, le recomendó descanso y lo mandó a casa. Lucho Urteaga subió al micro mientras las piernas se le doblaban. Miró los breves edificios y la gente que parecían desdibujarse, y finalmente bajó poco antes de llegar a casa. No aguantaba más. El mareo iba en aumento. La visión se le iba. Se arrinconó contra las paredes y caminó pegado a ellas. Finalmente, cayó derrumbado sobre el suelo.
            Despertó tres días después. No recordaba nada. Una niebla parecía abrirse ante su mirada sorprendida. Solo veía a los amigos que le rodeaban y los tubos de plástico del suero que lo había alimentado durante esos días de ausencia y abandono. Pensó entonces en la vida difícil de esa Lima injusta que quería condenarlo solamente a sobrevivir, a arañar los días y las noches con migajas de solidaridad. Si el dolor hace humanos a los hombres, a Lucho Urteaga le hizo comprender su inmenso poder frente a los espíritus generosos.
            Años después obtendría el primer lugar en el concurso internacional de novelas Primera Plana-Sudamericana (l969), en Argentina, por su extraordinaria obra Los Hijos del Orden. Sin embargo, la suerte del libro parecía condenarlo a la batalla. El golpe de Estado que los militares propinaron al pueblo argentino impidió que el premio se hiciese efectivo. Pero la novela no se quedó tan sola y tan callada. Además de provocar la protesta y el juicio legal de algunos intelectuales, se ganó limpiamente el premio nacional de novela ‘José María Arguedas’ 1973, y Los Hijos del Orden  fue inmediatamente publicada por Mosca Azul y más tarde reeditada por Arteidea en 1994.
            Mientras tanto, Lucho Urteaga siguió construyendo esos hermosos universos de palabras a través de cuentos vigorosos y obras para teatro (había ganado el premio nacional de teatro Telecentro 1975 por la obra Danza de las ataduras, y el premio nacional de cuento Visión del Perú 1968 por La justicia no cae del cielo). Trabajó para algunas organizaciones populares y conoció de cerca los encuentros y desencuentros entre la amistad compartida y los abandonos y traiciones de compañeros de ruta. Viajaba a provincias cada cierto tiempo, viviendo y padeciendo los sinsabores y alegrías de los trabajadores a quienes reflejaba en sus obras. Hasta que de pronto algunos shipibos le pidieron trabajar al interior de sus organizaciones para dotarles de orientación y sentido.
            Entre la vida familiar y el servicio a aquellos pobladores indígenas que lo requerían, contando con la inigualable comprensión de su compañera, Lucho Urteaga eligió el largo itinerario y se internó en la selva ucayalina. Conoció en carne propia aquellos universos que más tarde retrataría en sus cuentos maravillosos, aprendió la lengua nativa e intentó compartir la vida –que luego se haría entrañable– de los legendarios shipibos.
            Al comienzo fue difícil. Para hablarles, ¿cómo llamarlos, cómo reunirlos? Sus intentos de invitación verbal resultaron divertidamente recibidos, pero nadie acudía a las asambleas ni por curiosidad. Habría como una mirada de impotencia en sus ojos acostumbrados a dar todo de sí. Pero un compañero suyo, shipibo y mejor conocedor de las costumbres caseras, encontró la llave maestra. Los convocó a través de la magia de la palabra. Los juntó con la complicidad de un narrador oral, de un hablador que de un momento a otro dejó fluir ese magma de historias que entretejían la vida shipiba y pronto, enseguida, la maloca que les servía de auditorio se encontraba llena, repleta de atentos y maravillados oyentes, niños y jóvenes, hombres y mujeres embrujados por la voz imponente del contador de fábulas.
            Esta escena es muy parecida a la contada por Mario Vargas en su novela El hablador, con la diferencia que los machiguengas, según el narrador arequipeño, cuentan en secreto sus historias, mientras que los shipibos de Lucho Urteaga hablan públicamente, se regodean con la representación teatralizada del relato y, antes de simplemente oír, viven una experiencia. De este modo pudo hablarles de la necesidad de organización y los shipibos pronto asumieron la responsabilidad y el reto. No podía ser de otra manera. Otros pueblos indígenas también habían comenzado a organizarse, como el aguaruna, que más tarde se haría poderoso, y los organismos del gobierno de entonces habían empezado a agruparlos con fines proselitistas.
            Cerca de diez años en la selva (entre 1979 y 1988) hicieron de Lucho Urteaga un hombre enamorado de su pueblo. Se había acostumbrado a no permitir las injusticias. Enarbolaba en su conducta la firme conciencia de que la amistad y la solidaridad son, más que conceptos, realidades palpables que pueden guiar verdaderamente nuestros pasos.
            No había pertenecido a grupos literarios ni probablemente su espíritu independiente se lo hubiera permitido. Tal vez por ello no se hizo tan conocido. Tal vez por ello no fue objeto de falsos homenajes ni menciones artificiosas. En cambio permaneció en la conciencia de los lectores que veían en él al hombre y al escritor por cuya conducta coherente se sentían tocados, conminados. Si algún lector ingenuo creía que Ribeyro era el escritor querido y Mario Vargas el admirado, Lucho Urteaga era, además de querido y admirado, respetado.
            Por eso cuando surgieron sus libros de cuentos de tema indígena El universo sagrado (1991) y, especialmente, El arco y la flecha (1996), advertimos en ellos un mundo inédito que tomaba forma, que adquiría una voz particular y se imponía en las letras peruanas por mérito propio. Sus cuentos eran perfectos. Miguel Gutiérrez no dudó en llamarlos clásicos, y los comparó con las creaciones de Joyce, Rulfo, Babel, Guimaraes Rosa. Sin embargo, la crítica oficial se hizo la sorda, muda, bizca y ciega.
            Algo parecido había ocurrido cuando en la década del 70 publicara Los hijos del orden. Se dijo anecdóticamente que era una novela que retrataba la vida carcelaria en el reformatorio de Maranga, como una obra social más en la literatura peruana, pero se acallaba su alto valor literario, su modo maestro como daba vida y voz mediante el lenguaje accidentado y emotivo a diversos sectores de la sociedad peruana que, curiosamente, hasta nuestros días no la tienen. Se habló de su deuda con Mario Vargas por el uso de contrapuntos, ocultando que dicho recurso debe más en las letras peruanas a Joyce, Faulkner y Onetti, que a Vargas.
            También publicó breves libros para niños. Fábulas del otorongo y otros animales de la amazonía (1994, premio IBBY–International Board on Books for Young People) y Fábulas de la tortuga, el otorongo negro y otros... (1996) nos acercaban a una sensibilidad curiosa, no exenta de preocupación por la formación de los niños ni ternura por ellos. Si ya desde antes, desde aquella entrevista setentera realizada por una revista con la foto inmensa de un Lucho Urteaga de anteojos y ropas negras, vislumbrábamos al escritor consciente de su proceso literario, no nos sorprende luego arremetiera con una obra  polémica: Más allá de la escuela. Una educación para el cambio (1999). En ella destaca la minimizada relación entre sociedad y educación, disecciona las fuerzas sociales en pugna y, nada ingenuo, plantea las bases de una educación que realmente devuelva la dignidad a los hombres, demasiado alejados de su propia naturaleza debido a una educación abiertamente inhumana.
            Aún no se ha dicho una sola palabra sobre este texto, y probablemente Lucho Urteaga espera con humor que el silencio continúe. Escribe para debatir ideas, para aportar dentro de ese ámbito importante que es la educación y la literatura, y no para soñar con catálogos y reseñas pasajeras. Se cuida bien de todas ellas, aunque a veces los amigos lo traicionemos con algunas públicas palabras. En su cálida casa de Pueblo Libre, un vaso de vino tinto tiene el viejo sabor de la esperanza. El mundo de la banalidad cultural hoy en moda no le pertenece. El mundo vivo sí, aquel de los cambios y contradicciones, el de la coherencia y la amistad ejemplares. 

El libro y la lectura en San Martín


Luis Salazar Orsi / Rioja

En primer lugar, deseo felicitar a la municipalidad provincial de San Martín por tan brillante iniciativa de promover y organizar un evento sobre el libro y la lectura en San Martín. Creo necesario resaltar que las iniciativas más rescatables sobre arte y cultura en las últimas décadas, en nuestra región, han partido casi sin excepción de Tarapoto. Ante estos hechos —al recibir oportunamente vuestra invitación en Rioja—, me entusiasmé por el tema del evento, y, por serme imposible asistir a la cita, he decidido hacerme presente a través de este texto para que fuera leído entre las ponencias de los escritores que asistan. He aquí mi opinión, que someto a la consideración de los amables asistentes.

1) Para empezar, una acotación: No soy escritor sanmartinense sino loretano. He venido a residir por un tiempo en San Martín atraído, principalmente, por la bondad del clima, por la excelencia del paisaje y por el singular tesoro que los sanmartinenses guardan en su cerebro, en su lenguaje, en sus danzas, y en sus chambonadas y ocurrencias. Resido en Rioja desde 1996, pero no he dejado pasar la oportunidad de quedarme por temporadas más o menos prolongadas en Moyabamba, Tarapoto, Lamas o Juanjui, y, en estos doce años, no he hecho otra cosa que publicar libros y promover la lectura desde el espacio que me permite la docencia universitaria y la investigación social y humanística.

2) Concuerdo con los organizadores en que la producción literaria en San Martín constituye un problema. Pero estamos hablando de la literatura de creación: de la poesía y la narrativa, es decir, de la que puede servir a los profesores de aula de la región para promover la lectura entre sus alumnos: los niños, niñas y jóvenes sanmartinenses. Creo que en San Martín no es abundante la producción de libros de creación literaria, sin embargo, casi todo lo que se publica adolece de muy baja calidad.

3) Por ello, opino que el problema de la producción literaria en esta región se debe, sobre todo, a la gran cantidad de libros publicados “al caballazo”, es decir, a como dé lugar: sin créditos, sin diagramación aceptable, con textos casi siempre sin corregir, sin índices, y hasta con una cantidad enorme de avisos comerciales, dentro y fuera, en portadas y contraportadas. Encontramos incluso “antologías literarias” donde algunos piratas inescrupulosos publican textos ajenos sin citar el nombre de los verdaderos autores. Lo más sorprendente es que, muchas veces, “libros” de esta ralea son promovidos y publicados con el respaldo económico de instituciones que se supone tienen un prestigio en la sociedad sanmartinense, como universidades, institutos superiores, municipalidades, y otras. Sin embargo, todo queda impune, nadie dice nada. Estamos hablando de la falta de escrúpulos de muchos autores ocasionales o escribidores de domingo, que publican a diestra y siniestra lo que sea, sin miramientos de ninguna clase. ¿Con qué objeto?

4) Pienso que esto sucede porque en San Martín la crítica literaria y la conciencia social armoniosa y honesta brillan por su ausencia. En un contexto así, cualquier mamarracho es presentado en solemnes y costosas ceremonias, en medio de profusos discursos, brindis generosos y palabras de elogio.

5) Son muy pocas, en San Martín, las publicaciones de literatura de creación que merezcan entrar en la alta categoría de libros o textos para promover la lectura en las nuevas generaciones. Sin embargo, existen. Entre ellas, me permito mencionar la producción literaria del escritor Carlos Maktangrunaka, de Lamas. Este autor ha publicado cuatro o cinco libros de poesía y narrativa y varias revistas con categoría literaria como No hay cultura sin lectura, que en marzo pasado ha cumplido 40 años promoviendo la lectura en nuestra región, principalmente en las provincias de Lamas y San Martín.

6) En tal situación, ¿qué podemos esperar de la promoción de la lectura en San Martín?

7) Estimados amigos, seamos honestos: Si queremos promover la lectura entre los niños, niñas y jóvenes sanmartinenses, con literatura de autores sanmartinenses, primero tenemos que saber discriminar entre el grano y la paja, entre la cáscara y la nuez, entre la siki sapa y el washo. Si no podemos hacer esto, entonces tendremos que contentarnos con seguir promoviendo la lectura, en nuestra región, con los textos de Francisco Izquierdo Ríos, o con poesía y narrativa escrita por autores no sanmartinenses.

Gracias por la atención prestada.

Tarapoto, 25 de abril de 2008 

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Luis Salazar Orsi. Compositor, escritor, investigador y dibujante nacido en Iquitos, Loreto, en 1954. Reside en Rioja desde 1996, donde ejerce la docencia universitaria. Ha publicado libros de narrativa, poesía, música, crónicas de viajes y ensayos sobre arte, literatura infantil, educación y folklore. 

No es nada personal

Maicol Estiben Vásquez / Chazuta

Este es uno de los peores libros publicados en la región San Martín, y su autor, con toda seguridad, una de las mentes más “raras” que, siendo agrónomo, ha incursionado en las letras, lo que no es de sorprender, como creo que, en mi humilde opinión, puede fácilmente demostrarse.

Por ejemplo, en las primeras 5 páginas del libro, que copia el título de la telenovela mexicana “Nada personal”, el autor, como lo muestro ahora, coloca, en esas páginas dichas, unas 10,500 comas de oraciones intermedias, 12,356 “que” y 5,678 “cuando”, lo que es irritante para cualquiera que busque buena literatura. Pero este libro, que comento, no es propiamente literatura, sino venganza personal, o sicariato narrativo, contra quien le dio casa y comida algunos años, mientras el susodicho, como lo define Google que acabo de revisar, fue un “mantenido” a la caza de nuevas víctimas, con habilidades de arqueólogo, o como decían los que mejor lo conocen, de gerontólogo, por lo que le llamaban "Doctor", pedía prestado aquí y allá, vendiendo sus malos libros donde se pueda, promocionando su foto, perdón, sus fotos, porque en toda la historia jamás se vio que, en una sola página de un periódico, hubiese 20 fotos juntas del mismo autor, aunque es bueno aclarar que solo una vez llegó a 10 fotos del mismo autor por página, lo que nos muestra, como dije antes, el ego más “raro” del mundo.

Pero centrémonos en “No es nada personal” (Ed. Rezistencia 2012), el libro que nos ocupa. Según el diccionario Coquito, lo que el autor hace precisamente es algo personal, desvela intimidades de la pareja, lo que no está mal si eres cobarde, a menos que esta luminaria de la literatura sanmartinense, este escultor de la palabra, bendecido por quién sabe qué sueños de grandeza, haya inventado la narrativa de la cobardía, o la narrativa abstracta, o la narrativa sicaria, quién sabe.

Para terminar, el autor incluso añade poemas a su libro, estilo “mi mamá me ama” o quizá “el cielo es lindo, el árbol bonito” y cosas así, casi narrapoesía o algún invento neocajamarquino tarapotense. Lo que nos deja dudas es, en el mismo estilo, señalar que si el autor fue expulsado de Moyobamba cuando pedía dinero al gobierno regional, fue expulsado de la municipalidad de Tarapoto el año pasado y de tantas dependencias y municipalidades, por pedir dinero a todos con el cuento de los libros, ¿escribirá también libros de venganza personal, como el que comentamos ahora, contra escritores que conocieron su lambisconitud cotidiana: deberán temblar Luis Salazar Orsi, Yolanda Rojas, Luis Alberto Vásquez? ¿Debería temer el alcalde de Tarapoto, que conociéndolo mejor, expulsó al que podríamos llamar, además de agrónomo de las letras, y de “vengador literario”, el más expulsado del mundo? Y nos preguntamos, ¿cómo el alcalde de Morales, acaso sin saber, aceptó financiar al autor que nos ocupa la Feria de libro de Morales, este año, que fue un fracaso total, una estafa al dinero de miles de moralinos, una feria para llorar, pues además de los niños que llevaron a la fuerza, no fue ni un alma, salvo los autores invitados? ¿Deberán temblar los escritores de Rezistencia, el grupo que formara el autor susodicho, el del ego más grande del mundo, que renunció al grupo días antes de la Feria solo para llevarse solito el financiamiento del alcalde de Morales? Estas preguntas apuntan a saber si todos deberemos esperar venganzas del “agrónomo vengador”, si todos tendremos nuestro artículo o nuestro libro.

Como ya se habrán dado cuenta, este artículo no es nada personal, que en palabras del autor, también debería llamarse “hombrecito de nieve” (p.16), es decir, que cuando “habla, casi todos callan y escuchan su discurso”, esta vez un acierto de este malísimo libro para referirse al mismo autor.

Y yo aquí, en mi casita de Chazuta, en una cabina de internet, alistándome para nuevas reseñas de “El Arbol”, otro libro predecible, enredado y muy mal escrito, con errores que escandalizaría al diccionario Coquito, y “Yakuruna”, una obra tan mala como ya nos tiene acostumbrados su autor. Y quizá, también, una Carta abierta al alcalde de Morales, a ver si explica la estafa a los moralinos. De nada.

Voces del seringal: discursos, lógicas, desgarramientos amazónicos


Barbadense armado de los caucheros.

Ana Pizarro / Universidad de Santiago de Chile, Chile

Un discurso a tres voces


La Amazonía ha sido desde los inicios una construcción discursiva y es sobre esta construcción que se han implementado las políticas que conducen hasta su condición actual. De allí la importancia de hacerse cargo de los discursos que la conforman; la necesidad de ponerlos en evidencia, de situarlos en sus elementos y en su lugar de enunciación. Se trata en primer lugar del discurso fantasioso del primer ocupante europeo, que viene buscando El Dorado, el País de la Canela o la Fuente de la Juventud Eterna y que, desde allí, mira tanto al medio geográfico con que se encuentra como al habitante originario de la Amazonía. Es un discurso que habla desde un imaginario que se trae y que pertenece a la Antigüedad y la Edad Media europeas. De allí surge el perfil de seres fantásticos como las amazonas o el iwaipanoma. A éste sucede el discurso del viajero científico, que adelanta el positivismo y que, con mirada experimental y obsesivamente instauradora de un orden del conocimiento –el que había descubierto Linneo–, proyecta en la región la mirada dicotómica de la modernidad: observando, clasificando, anotando, difundiendo, informando a las academias de ciencias de las metrópolis.


Un tercer tipo de discurso nos interesa abordar aquí: el de la explotación del caucho. Es un discurso complejo, en que los imaginarios naufragan y los prejuicios de la modernidad se vuelven porosos, se tensionan y a veces explotan. Es el discurso de quienes ponen en evidencia el horror que está en uno de los pilares del salto tecnológico de fines del siglo XIX y comienzos del XX: la extracción del caucho, la siringa, el látex, que posibilitará las telas y los zapatos impermeables diseñados para la reciente vida urbana de los grandes centros metropolitanos. El discurso del caucho, definitorio de la historia amazónica, tiene en realidad varias voces. Es un discurso que se construye en movimiento, en oposiciones, en el marco de situaciones aleatorias que lo complejizan y lo oscurecen, como es el de las diferencias geopolíticas y de delimitación de fronteras entre los países del área del seringal: Brasil, Colombia, Perú, Bolivia. La relación con el mundo económico europeo adquiere nueva carta de ciudadanía con la incorporación de los capitales ingleses.


Para quienes disfrutaban del París de los Trópicos, como las mujeres que jugaban con el abanico en la explanada del Teatro de Manaos, esta realidad era tal vez desconocida, o tal vez era mirada con despreocupación, sentida como el precio a pagar por traer la civilización a un lugar tan salvaje. Para los gobiernos se trataba de colonizar bajo el argumento del Estado-nación. Pero los discursos del caucho, de las caucheras, del trato a los trabajadores del caucho y a los indígenas, es un discurso construido en una dinámica muy tensa principalmente por tres voces. Se trata por una parte de las voces del poder: la de los “coroneles da borracha” o “barones del caucho”, para quienes se trataba de actuar y darle socialmente un sentido a su acción. La situación era diferente para quienes percibieron el trabajo de las caucheras como intelectuales, en el lugar mismo de los hechos históricos, y elaboraron de esta experiencia textos de diferente registro: documentalismo, ensayo, ficción novelesca. Por último, están las voces reconstruidas de quienes fueron las víctimas: los seringueiros.


Los barones del caucho


Observemos, en primer lugar, la constitución del sujeto del llamado “barón del caucho”. Jesús San Román describe de esta manera el origen de esta función social para el caso de Loreto, en el Perú:
Llegado ordinariamente de San Martín, de alguna otra de las regiones del Perú, o también del extranjero, el aspirante a cauchero se presentaba a alguna de las casas comerciales que, en el caso de la selva peruana, tenían generalmente su central en Iquitos y pedían habilitación. Era suficiente tener una buena reputación para obtener dinero o mercadería por bastantes miles de soles. El nuevo “habilitado” comenzaba a “enganchar trabajadores”. Una vez conseguido el número necesario se internaba en la selva, buscando los lugares inexplorados. Abría senderos, señalaba los árboles productores y se instalaba. El patrón cauchero distribuía el trabajo entre los peones, dando a cada uno su labor y repartía la mercadería, también en forma de habilitación. Abría sus libros de cuentas que le han dejado tan triste fama y tomaba el papel de inspector, y también de verdugo (San Román, 1994: 151-152).

Los “barones del caucho” instalaban un nuevo escenario: el de una pretendida modernidad. Ellos representaban los valores de la “civilización” y el “progreso”. Es interesante que, incluso cuando nos aproximamos a los textos que hablan de ellos, observamos que se los define con epítetos grandilocuentes como “Caballero de la Selva” o “valiente y caballeroso cauchero”, como lo hacen los anónimos editores de El verdadero Fitzcarraldo ante la Historia, obra del peruano Zacarías Valdez Lozano (1944: SP).


Valdez Lozano los caracteriza como “desbravadores”, hombres que establecían su orden por medio de las carabinas Winchester, que “constituían el único código para imponer la ley del más fuerte, como andando el tiempo se hizo ley del cauchero” (Valdez Lozano: 22). Una concepción absolutamente fáctica de la Historia preside la construcción de este sujeto, como preside a este último texto, que pretende establecer una historia “basada en hechos concretos y verídicos”, según anota el autor (Valdez Lozano, 1994: 2). La historia, entonces, es una secuencia de hechos que encierran su propia objetividad: no hay interpretación de ellos, no existen los subtextos, otra posible lectura que la de los propios valores que proyecta en su ordenamiento el sujeto que la enuncia. Es por ello que los editores hablan de “narraciones basadas en la tradición exacta y justa”, es decir la justeza y la interpretación que constituyen su propia interpretación (Valdez Lozano, 1944: SP).


En este marco, los desbravadores fueron “hombres de empresa y de visión para el futuro (que) abrieron a la civilización” el espacio salvaje (Valdez Lozano, 1944: SP). Es importante en ello la función de la noción de “civilización”: la bandera de Occidente que será la justificación de la propia barbarie, asentada en los principios de la razón. El hombre moderno es el que se sustenta por sí mismo a partir de su propio raciocinio, ya alejado de cualquier dependencia teológica. El cauchero expresa su modernidad con su gesto individuante, con su épica personal “para que la posteridad admire sus hazañas llevadas a cabo como uno de los más grandes pioneros de la Selva” (Valdez Lozano, 1944: 13).


De este modo, la descripción de la vida de los desbravadores es vista por quienes participan de este discurso como una épica colectiva. Esta perspectiva es compartida por el cearense Diogo de Melo:


Pela manha, todos os homens competentes da caravana, desembarcaram da terra onde iam aquele dia iniciar suas actividades aventureiras, naquelas plagas desertas, onde tudo era tao diferente para eles, porém a natureza exuberante onde a opulencia da flora porfiava com a grandeza da fauna, convidando-os para com ela se unirem num esforço comum, para naquele dia, començarem os alierces do edificio de uma nova civilizaçao que iria aos pocos, denominando as agruras da selva, aparentemente indomable (Melo, 1994: 93).

La dualidad civilización-barbarie preside pues el discurso, justificándolo. Se trata aquí de una “nueva civilización”, no por ser diferente de la del Occidente cristiano sino por haber sido instalada en un lugar diferente, en principio “vacío”. Los estandartes de la civilización son suficientes para actuar frente al que está fuera de su círculo. “El código de la selva aconsejaba obrar de esta forma”, afirma Zacarías Valdez (1944: 6). Por eso se justifica la superioridad de Fitzcarraldo, que proyecta el enunciado de Valdez frente a la defensa indígena de su territorio: “Notando la indignación que había causado a los caucheros esta nueva alevosía de los salvajes, Fitzcarrald resolvió castigarlos y dispuso atacarlos en su población que se hallaba poco aguas abajo del Sutilija” (Valdez Lozano: 18; las cursivas son mías). Debe observarse además que este castigo es ejemplarizante: quiere responder al efecto de la acción de los indígenas en la mirada de los caucheros.


El mismo raciocinio preside la declaración que el cauchero Julio César Arana presta ante el Comité de Investigación de la Cámara de los Comunes frente a las acusaciones de que es objeto por maltrato a los indígenas que desarrollaremos más adelante. Como un modo de enmarcar en una situación justificatoria sus acciones, afirma la condición de salvajismo de los indígenas y su situación de atacantes:


Fue entonces que por primera vez la oí decir que los indios en el Igaraparaná y en el Caraparaná habían resistido al establecimiento de la civilización en sus regiones. Efectivamente, habían estado resistiendo por muchos años, practicaban el canibalismo, y, de vez en cuando, asesinaban colonizadores blancos, pero desde el año 1900 los indios se hicieron más tratables, y un sistema de intercambio de las gomas extraídas por los indios y mercaderías europeas, se desarrolló entre ellos y los referidos establecimientos. Desde entonces mis negocios en el Putumayo aumentaron gradualmente, pero con lentitud (Arana, 1913: 8).

No queda duda, entonces, sobre la función comercial que tiene el llevar la “civilización” a los indígenas. La repetida historia de Próspero y Calibán, tan presente en la cultura y la literatura latinoamericanas: los indígenas no son los atacados en sus propios territorios sino que son los atacantes de los extranjeros. La condición de caníbales no ha sido documentada. Del mismo modo, en el texto del cearense Mario Diogo de Melo, la deslegitimación del trabajador cauchero está dada a partir de elementos de su vida personal. Durante el viaje, dice, la embarcación


Ia atracando nos mesmos portos que atracara na subida para embarcar a produçao dos “aviados”, bem como os trabalhadores da selva, que, na sua mayoría, ia passar um ou dois meses na cidade, gastando com orgias, tudo que ganharam durante o ano, com tanto sacrificio (Melo, 1994: 39).

La condición civilizatoria va unida en la construcción del sujeto cauchero a la noción de Patria, cuya valoración está unida a un momento de construcción y afirmación de las naciones, más aún dentro de un espacio en donde las fronteras están siendo demarcadas y en un momento de tensiones políticas con los países limítrofes. En este marco, la afirmación patriótica adquiere también una función justificatoria. Estos individuos de la modernidad, llevan a los lugares recónditos la civilización occidental y al mismo tiempo amplían las fronteras de la Patria.


Los capitanes del caucho, como Fitzcarrald, por donde iban, formaban verdaderos ejércitos de caucheros aguerridos, valientes, impulsados por esa agitación q’ (sic) arrastró masas humanas que recorrieron los bosques amazónicos de un extremo a otro sin dejar un solo punto inexplorado (Valdez Lozano, 1944: 13).

La gesta cauchera incorpora los símbolos de la Patria, con P mayúscula: “En este lugar se plantó también la bandera nacional” (Valdez Lozano, 1944: 24). Todo esto coincide entonces en su sentido y justificación: eran los “primeros tiempos que se comenzó a elaborar un nuevo concepto de civilización y de progreso a la peruanidad en esas inmensas y ricas regiones” (Valdez Lozano, 1944: 11; cursivas mías). Por esta misma condición de apertura de nuevos espacios para la nación es que se les llama “aqueles valorosos bandeirantes amazônidas”, ellos han llevado a cabo la “obra de um brasileiro útil a Pátria” (Melo, 1994: 135). Bandeirantes, como los primeros que abrieron, en el siglo XVI, esclavizando y asesinando, los territorios del Brasil.


El sentido de la Patria es también utilizado: frente a cualquier ataque o crítica a los peruanos, se acusa a quien lo esgrime el carácter de agente del gobierno de Colombia.


Civilización, Patria, Progreso. La tríada es representativa de la corriente de pensamiento positivista que preside gran parte del siglo XIX, buena parte del XX y da también sustento a la forma que adopta la modernidad latinoamericana en su versión amazónica.


Sin embargo, el espíritu del dinero, el gran motor de la gesta civilizatoria, pareciera no estar presente en esta versión de la historia. Aparece de soslayo, como en la declaración de Arana que vimos más arriba. En el relato de Valdez Lozano aparece como valor, al final del relato. Se trata del bautizo de los hijos de Fitzcarrald que lleva a cabo su amigo y barón del caucho boliviano Nicolás Suárez, luego de la muerte de aquél. Dice el texto:


Con este motivo se llevó a cabo una fiesta que dejó gratos recuerdos en todos los que asistieron por la suntuosidad de la que se hizo gala y el derroche que como nunca se puso de manifiesto (Valdez Lozano, 1944: 44).

Esta dimensión, que da al momento de placer valor por el derroche puesto en evidencia, es en el texto lo que el Teatro Amazonas de Manaos es a la historia del caucho: el fausto, el derroche, el despliegue insolente del dinero producto del trabajo esclavo de los seringales.


Sin embargo esta modernidad aparente que construye al sujeto barón del caucho, al coronel de barranco, se articula con los elementos propios de rémoras precapitalistas o coloniales, como es el sistema de aviamiento y el trabajo esclavo. El barón del caucho se aprovecha de los elementos que produce la modernidad, sostiene este discurso y asienta al mismo tiempo su quehacer sobre estructuras económicas y sociales precapitalistas. Se trata, pues, de una modernidad contrahecha, de una modernidad bastarda. En el barón del caucho la construcción de sí mismo es la de un sujeto bastardo.


Los intelectuales


El segundo discurso sobre el que nos detendremos es el de los intelectuales. Vamos a aproximarnos a los textos de estos últimos, ya que ello nos permite situar históricamente el problema. Leerlos es observar la mirada crítica y percibir la emergencia de la voz que denuncia.
En primer lugar está el ensayo del brasileño Euclides da Cunha con A margen da história1, texto póstumo de 1909 que anuncia lo que al parecer quería ser un relato épico, de título Paraíso perdido, un relato como Os Sertões pero relativo a la Amazonía. Éste es el resultado de su participación como miembro de la expedición de la Comisión de Reconocimiento del Alto Purus del gobierno del Brasil. Luego está el informe del peruano Carlos A. Valcárcel, El proceso del Putumayo y sus secretos inauditos, publicado en Lima en 1915. El escritor intervino como juez en el proceso del Putumayo, que realiza un fuerte cuestionamiento a las relaciones de trabajo y el papel de los capitales ingleses en el río Putumayo. En tercer lugar el colombiano José Eustasio Rivera –el más conocido de ellos a nivel internacional–, con la novela La vorágine, de 1924, que, luego de un par de viajes a Casanare y a través del Orinoco a Fernando de Atabapo, incursiona en el Guaviare e Inírida como miembro de la comisión de Límites del gobierno de Colombia. Allí conoce la situación de los caucheros en la zona venezolana, colombiana y peruana, tema que va a dar lugar a la construcción de su ya clásica ficción.


À margem da história, de Euclides da Cunha, tiene una forma de expresión ensayística. A través de este género emerge la tonalidad de la denuncia. En su mirada, la diferencia entre cauchero y seringuero no alude a su condición de trabajo como a su relación con el medio físico, lo que lo hace admirar al primero en desmedro del segundo: el uno en su condición nómade, libertario que no vuelve atrás sobre sus pasos; el segundo atado a su estrada y a una condición de la que no logra evadirse. Para Euclides, el problema es del individuo y de las capacidades que logra desarrollar, más allá del medio, el sistema o la historia. Lo que toca su sensibilidad es la capacidad épica de la individualidad, no su situación, la belleza de su gesto más allá de su eficacia.


En Euclides, el medio, la naturaleza, entran también como sujeto, con la densidad instauradora de un universo de fuerzas tectónicas. Él los observa con ojo científico, los analiza con emoción y envuelve al lector en el ritmo épico de las savias y los crecimientos. La Amazonía para él es presente, “Terra sem História”, inmensidad en donde la mirada “se abrevia nos sem fins daqueles horizontes vazios e indefinidos como o dos mares” y en donde el hombre “é ainda um intruso impertinente” (da Cunha, 2003: 34). La lente cientificista de Euclides, hijo del positivismo, como sabemos y como queda en evidencia en la épica deslumbrante de Os sertões, interviene el lenguaje, que no pierde por ello la fuerza lírica:


(A Amazonía) Nasceu da última convulsão geogênica que sublevou os Andes, e mal ultimou o seu processo evolutivo com as várzes quaternárias que se estão formando e lhe preponderam na topografia instable (da Cunha, 2003: 35-36).

Asombrado por el río y su sistema hidrográfico, su movimiento interno, al que dedica largos párrafos, Euclides concluye: “Tal é o río, tal, a sua história: revôlta, desordenada, incompleta” (da Cunha, 2003: 45).


Tal es el río. Pero aquella naturaleza soberana y brutal, en plena expansión de sus energías, es una adversaria del hombre. Así, este hombre, en la mirada del brasileño, evidencia una carencia pecaminosa de atributos superiores, una falta sistemática de escrúpulos, un corazón débil para los errores. A lo cual la naturaleza incide con su influencia climática –está hablando Euclides, el positivista– en su falta de voluntad y egoísmo, en la súper excitación de las funciones psíquicas y sensuales, la debilidad de las facultades, comenzando por las más nobles. Esta imagen que preexiste en su ideario positivista al encuentro con el seringueiro, traspasa la imagen de éste, evidentemente, y así le ve aceptar con su cuasi armoniosa “gagueira terrível de Calibã” (da Cunha, 2003: 53) la imposibilidad de salir del sistema de “enganche”, del “aviamiento” que lo esclaviza para la vida entera. Da Cunha denuncia sin embargo del seringalista brasileño, del cauchero peruano, las condiciones de sobrevivencia y de vida: es un hombre que trabaja para esclavizarse.


En esta situación deslinda responsabilidades: cabe por una parte al hombre, por su incapacidad propia y por otra parte por la limitación que le proyecta la naturaleza, el peso de su infortunio. Pero también denuncia al sistema que lo esclaviza. Euclides describe el trabajo del seringal: la construcción de “estradas” que separan los grupos de árboles, la recolección y entrega a un capataz –el “muchacho de confianza”–, el castigo por no traer suficiente goma, la imposibilidad de cambiar de lugar sin pagar la deuda que se contrae. Es una deuda que comienza desde Ceará, en el caso de los nordestinos migrantes y no se detiene en la entrega de las herramientas y de lo mínimo necesario para subsistir –una cacerola, una carabina Winchester, porotos, sal, arroz– por tres meses. El escritor informa, hace las cuentas que el seringueiro no puede hacer por su ignorancia y por la malicia de los jefes, y concluye: aun cuando su gasto sea mínimo, no podrá pagarlo, “raro é –dice– o seringueiro capaz de emancipar-se pela fortuna” (da Cunha, 2003: 52).
Aproximándonos un poco al texto, más allá del marco enunciativo de principios positivistas con que se visualiza al trabajador del látex, un perfil humano, doloroso pero admirable en ese enfrentamiento con la naturaleza y las condiciones que le impone, tensiona el discurso euclidiano.

E vê-se completamente só na faina dolorosa. A exploração da seringa, neste ponto pior que a do caucho, impõe o isolamento. Há um laivo siberiano naquele trabalho. Dostoïewski sombrearia as suas páginas mais lúgubres com esta tortura: a do homem constrangido a calçar durante a vida inteira a mesma “estrada”, de que êle é o único transeunte, trilha obscurecida, estreitíssima e circulante, que o leva, intermitentemente e desesperadamente, ao mesmo ponto de partida.

Y culmina su observación:


O seringueiro é, obrigatòriamente, profissionalmente, um solitario (da Cunha, 2003: 89).

Hay una fuerza en este destino trágico que Euclides no tematiza pero que está patente en la tensión enunciativa y que se expresa cabalmente en ese magnífico ensayo de A márgem da história que se llama “Judas Asverus”. Su predilección va a los caucheros, los del lado peruano, trabajadores por cuenta propia que extraen cortando los árboles, a diferencia de los seringueiros, que los exprimen sin arrancar:


Dêste modo o nomadismo impõe-se-lhes. É-lhes condição inviolável de êxito. Afundam temeràriamente no deserto; insulam-se em sucessivos sítios e não revêem nunca os caminhos percorridos. Condenados ao desconhecido, afeiçoam-se às paragens ínvias e inteiramente novas. Alcançam-nas: abandonam-nas. Prosseguem e não se restribam nas posições às vêzes àrduamente conquistadas (da Cunha, 2003: 101).

Entre estos hombres fuertes, que admira el escritor brasileño, y los expoliados de las estradas, de quienes no perdona la sumisión, hay una jerarquía. Civilización, barbarie: la dualidad preside los principios, pero tensiona los lenguajes al aproximarse a la realidad. El cauchero no sólo es un tipo inédito en la Historia, dice, es sobre todo antinómico y paradojal, es un civilizado que se barbariza, de una brutalidad elegante, de galantería sanguinolenta; es, en la mirada de Euclides, el héroe de una tierra sin ley.


El discurso del escritor brasileño no tiene imaginería previa: tiene principios con los que quiere medir la realidad y el resultado es un lenguaje que, siendo aparentemente denostador, humaniza la supuesta barbarie del trabajador del látex, tanto en su intento descriptivo del universo real y simbólico de ellos como en su denuncia. El seringueiro rudo, dice, no se rebela, no blasfema, no abusa de la bondad de su dios con peticiones. “E mais forte, é mais digno. Resigno-se á desdita. Nao murmura. Nao reza” (da Cunha, 2003: 118-119). Tiene la convicción de que Dios no puede bajar, ensuciándose, en medio de aquellas matas. La celebración que muestra en “Judas Asverus” es una pieza maestra. El Judas construido de paja, ramas y restos de vestimenta es lanzado al río de pie, en una embarcación. Desde los bordes, la muchedumbre lo apedrea, proyectando en él su suerte, hasta destruirlo. Pero la lectura de Euclides es conforme a sus principios. La sensación de triunfo que él ve en la muchedumbre tiene también otras lecturas simbólicas y el castigo tiene sin duda en su vida como destinatario a otros culpables.


La lectura –euclidiana– de la vida en los seringales del Alto Purus tiene pues un tono de denuncia y una propuesta que pide la urgencia de medidas que salven a esta sociedad, una ley del trabajo, una justicia austera, y una forma cualquiera de “homestead”, dice, que lo vincule a la tierra.
Su denuncia se consolida en la descripción de las condiciones de trabajo en un medio majestuoso que también es hostil. Como la de Valcárcel, está lejos del panfleto. Si en éste, como veremos, el tono se logra con la descripción, la explicación, la historia y las pruebas concretas, en Euclides da Cunha la construcción es diferente. Más allá de la información precisa y los datos concretos, lo que hace es interpelar al lector a partir de la pulsión estética en la construcción del lenguaje. La Amazonía, el río, la selva invaden a su interlocutor, como lo invade la ternura en el episodio de “Judas Asverus”. Aquí no hay imaginario previo, hay principios, pero la realidad se encarga de proyectarles porosidad en la escritura.


El segundo texto, El proceso del Putumayo y sus secretos inauditos, fue escrito por un joven abogado de 32 años, Carlos A. Valcárcel, y publicado en 1915, algún tiempo después de su escritura, por el acoso a que fue sometido su autor: imputaciones, persecuciones, juicios.
Se trata de un relato que narra, denuncia y muestra los documentos de los juicios del Putumayo para dar instrumentos probatorios a su testimonio. Éste juicio se abre con motivo de las denuncias de un periodista peruano, Saldaña Roca, en Iquitos y en Lima. Ellas se refieren al trato y los crímenes cometidos por la empresa del peruano Julio Arana, en propiedades de los afluentes del río Putumayo llamadas “La Chorrera” y “El Encanto”, en contra de los “pobres y desvalidos indios” (Valcárcel, 1915: 3). Allí denuncia el autor los delitos de estafa, robo, incendio, violación, estupro, envenenamiento y homicidio, agravados éstos con los más crueles tormentos, como el fuego, el agua, el látigo y las mutilaciones.


Las denuncias del periodista peruano no tuvieron demasiado efecto en un sistema dominado por el poder de Arana. Poco después, un estudiante norteamericano, Walt Hardenburg, luego de un viaje aventurero por la zona –“paraíso del demonio”, como la llamó–, publicó en Londres, sede de la compañía de Arana y por lo tanto con implicaciones en el asunto, su denuncia. El escándalo tomó entonces en 1909 un cariz internacional y el gobierno inglés se vio obligado a hacer una investigación, impulsado también por la Sociedad Antiesclavista y de Protección de los Aborígenes.


Este discurso es poco conocido en el continente y también fuera de él. Normalmente, la historia escrita, la memoria oficial, recoge la tendencia hegemónica, es decir, la voz que en el juicio concreto de la época y de la consideración general de los hechos, resultó como la voz de la verdad. Sin embargo, en este caso, la voz hegemónica, la voz oficial de los tribunales de justicia a nivel internacional resultó siendo invisibilizada. Entonces, una de las situaciones más dramáticas de la historia de América Latina y en concreto un episodio fundamental en la destrucción del mundo indígena en la Amazonía ha sido eludido, silenciado, acallado, de modo que no se recuerda sino levemente el problema suscitado. Es una situación no discutida ni actualizada por la investigación histórica si no es por escasos estudiosos de la Amazonía. Recién, con el esfuerzo del grupo de investigadores de Monumenta Amazónica, se comienzan a reeditar los textos, que eran inhallables. Ahora bien, si en la historia de América Latina esta área prácticamente es inexistente, tanto más lo es un episodio que quiere ser invisibilizado en la memoria de la región.
El 5 de noviembre de 1912, la Cámara de los Comunes dio el golpe final a los negocios de Arana y abrió la investigación que tuvo repercusiones evidentemente en el gobierno peruano. La implicación del poder judicial y el político con el poder de Arana no era poca, y en su deslinde entran en conflicto otros problemas internos a la zona, como las disputas de límites con Colombia y con Brasil. El escándalo era internacional, pero:


É importante assenalar, para comparação con outros casos semelhantes, que todas essas medidas serviram para dar celebridade ao duque de Nolfolk, a Roger Casement, ao própio Hardenburg, mas influiu muito pouco na vida dos índios do Putumaio (Souza, 1994: 133).

El joven Valcárcel conoce los documentos del proceso a Arana como juez. Ha sido acusado en su labor de favorecer las aspiraciones de Colombia y de apoyar al gobierno inglés. Su texto es, entonces, una defensa triple: de los indígenas que trabajan en la empresa de Arana; del gobierno de Billinghurst, el gobierno peruano; de sí mismo como juez. Es por esto que su texto asume el tono declarado de la veracidad, a partir de las pruebas documentadas, las pruebas actuadas por el proceso. Escribe Valcárcel: “Voy, pues, a decir toda la verdad, en este desgraciado asunto, la verdad desnuda, sin eufemismos ni reticencias”. Está en la convicción “que haré un servicio a mi país”, anota, porque en la internacionalización de esta historia “se confunde al Perú con unos cuantos funcionarios delincuentes, y con algunos criminales” (Valcárcel, 1915: 2).


Valcárcel habla, pues, desde una situación de enunciación de ciudadano acusado de traición, de patriota peruano y de humanista en defensa de la justicia, en concreto de los indígenas. Lo que el sujeto de la enunciación reivindica no es solamente el establecimiento ético de su lugar en la conformación del relato de los hechos, no sólo su condición patriótica y no sólo su defensa de los indígenas. Su discurso adquiere la angustiosa tensión de quien pone en evidencia una realidad que no quiere aceptarse como lugar de la verdad ni de la memoria. La tensión de mostrar hechos a una estructura de poder que quiere invisibilizarlos. Es por eso que finalmente el relato de la historia se cierra con tono de reafirmación:


La matanza de los treinta indios antedichos pertenecientes a las naciones (sub-tribus) de los ‘Puineneses’ y ‘Renicuenses’, está pues acreditada: 1º por la confesión de uno de los asesinos; 2º por declaraciones de testigos presenciales; y 3º por el reconocimiento del cuerpo del delito; y según la legislación del Perú como la de todos los países cultos, no se necesita más para dar probado un crimen (Valcárcel, 1915: 34).

En esta afirmación es evidente la voluntad de construcción nacional y su formulación sintetiza las tres funciones del sujeto que enuncia. En su detallada exposición de los crímenes, el tono de Valcárcel no es menor, pero su discurso procede por acumulación de los hechos criminales y de las astucias para soslayarlos. La exposición quiere responder, en su pormenorización, a poner en evidencia no sólo el horror, sino las inagotables patrañas de que se vale el poder criminal para evadir la justicia, lo que es un mecanismo que conocemos en América Latina.


El tercer texto, el último que referiremos aquí, es conocido por todos nosotros desde la infancia: se trata de la novela La vorágine, del colombiano José Eustasio Rivera, de 1924. La narrativa de Rivera, también en Comisión de Límites, surge del conocimiento de las zonas fundamentalmente colombiana y venezolana. La vorágine ficcionaliza su experiencia con un curioso dejo de modernismo tardío que salpica el lenguaje narrativo de invocaciones con diálogos de corte regionalista, con un protagonista que tiene una mezcla de malestar finisecular –el que enfrenta a la urbanización naciente– y más que decidir su vida es conducido por un destino que sólo le depara desgracias. Es así como se llega a encontrar en medio de los caucheros y el narrador da cuenta ficcionalmente de sus formas de vida en medio de la selva.


Esta novela ha sido tradicionalmente leída como un icono de la novela de la selva. Al volver a ella, después de muchos años, tuve una lectura diferente. Me parece que el centro constructor de lenguaje ficcional tiene que ver con la vida de violencia, injusticia y horror de los caucheros. La selva, en una magnífica construcción discursiva, tiene aquí un papel funcional a este centro. El héroe es un personaje romántico-modernista cuya actitud de vida es la insatisfacción. La estrategia narrativa entrega su narración como un diario de vida, un relato de su existencia en medio de la violencia del mundo del caucho, los caciques regionales y los capataces. La selva aquí tiene poca autonomía –mucho menos que en el texto de Euclides–, aunque enorme magnificencia.


Ella se construye en un discurso de consonancia con el universo social complejo y enmarañado del caucho –el poder, el robo, el crimen, el estupro– que le proyecta su tono. El tránsito por caños y tributarios, el Vaupés, el Yurupari el Caroní, no producen con su presencia el efecto de belleza, sí el de grandiosidad, poder sin límites. La selva es un mundo que atrapa y ahoga luego de la seducción. También los caucheros son seducidos por la ilusión de una vida mejor y la maquinaria del aviamento los envuelve hasta ahogarlos. La resolución del conflicto se encuentra en el gesto final de envío de la carta denunciatoria del protagonista, Arturo Cova, al cónsul de Colombia en Manaos, en la muerte impía para el narrador del “enganchador” Barrera. En ese episodio final se cierra el conflicto personal al mismo tiempo que la muerte ejerce la función de una justicia social. Dice así el texto de Rivera, entre exclamativas:


¡Entonces, descoyuntado por la fatiga, presencié el espectáculo más terrible, más pavoroso, más detestable!: millones de caribes acudieron sobre el herido, entre un temblor de aletas y centelleos, y aunque él manoteaba y se defendía, lo descarnaron en un segundo, arrancando la pulpa a cada mordisco (...). Burbujeaba la onda en hervor dantesco, sanguinosa, túrbida, trágica (Rivera, 1985: 200).

La fuerza monstruosa de la selva, entregada en un marco expresionista –modulación que asume a menudo el relato–, es como la de los caucheros que persiguen al protagonista. Y, en el marco de esta narración de evocación magnífica y monstruosa, la selva tiene una vida simbólica que funciona al compás de horror social. Con su lente también tocado por el positivismo, José Eustasio Rivera construye un discurso de la reivindicación que se articula con el de la selva en la paridad simbólica del peligro y el poder: “¡Los devoró la selva!”, ese final de efecto estremecedor que se cita a menudo, tiene en este marco, pues, otras lecturas.


En este segundo discurso configurador de la Amazonía en el período del caucho, el de los intelectuales, el imaginario no está preestablecido como sucede con el discurso de los primeros colonizadores. Es un relato productor de nuevas imágenes que desconciertan y sacuden por su violencia. El área amazónica se construye ahora en función de una experiencia vivida y en ésta ella aparece en la retórica paradisíaca que alimentó los relatos de los primeros cronistas, en la ilusión de un nuevo El Dorado, el lugar del enriquecimiento o bien del Paraíso para quienes buscan una vida mejor. El problema reside en que, para lograrlo, los primeros esclavizan a los segundos, en general indígenas e inmigrantes nordestinos. Entonces el paraíso se vuelve infierno, cárcel de rejas verdes, entre mosquitos, humedad, malaria, insectos, víboras, fauna animal y humana.
Este discurso se enuncia desde sujetos comprometidos en la construcción de sus naciones, de allí el tono y la función que éste quiere asumir: el de la denuncia eficiente, construida para convencer por la razón e interpelar por las emociones, desde la ética humanista de los constructores de nación. Para hacerlo, el sujeto que enuncia se desplaza por puntos álgidos de una nación de aguas y despliega en su temario y su enunciación la dualidad de infierno y paraíso que vieron los cronistas, los misioneros, la Inquisición, los viajeros científicos allí. Sólo que aquí el infierno es fundamentalmente el universo de los hombres en sus relaciones y su perfil. El medio no hace sino defenderse de su acometida. El curupira, invisible en los textos, tiene aquí una presencia permanente.


Los tres textos están hechos en función productora de comunidad, son discursos, como decíamos, de construcción nacional y cada uno de los tres aboga por lo suyo: Colombia, Perú, Brasil. Sin embargo, al construir individualmente un relato de la nación, ellos están operando al mismo tiempo sobre un relato colectivo que construye un ámbito supra-nacional, el de la Amazonía, en un momento de su historia.


Aviados e indígenas


¿Cómo lograr escuchar la voz de los trabajadores del caucho? ¿Existen esos textos? ¿Bajo qué formas? El incendio de los Archivos de los Tribunales en Iquitos hace algunos años terminó con documentos que seguramente podrían haber entregado mucha información bajo la forma de denuncias, testimonios, juicios. Hemos encontrado sin embargo de otro modo la voz de los aviados: a través de algunos pocos testimonios escritos, a través de la memoria, a través del mito.


La memoria de la época del caucho en Venezuela está muy presente y ha sido recogida en una investigación para optar al título de antropólogo, cuyos materiales, de gran valor, han sido reorganizados por su autor bajo la forma de un libro (Iribertegui, 1987). A través de estos documentos accedemos a la voz de los trabajadores del caucho o a la memoria de testigos de la época. En ellos, la situación es clara: se trata de un período de excesos, sobre todo el de la primera explotación de esa materia prima, entre 1870 y 1914, que es la que hemos tratado en lo fundamental. Les significó duro a algunos grupos, los maquiritare, por ejemplo. Había grupos más occidentalizados que otros, más “racionales”. Los maquiritare y los piaroa eran “más indios”. Apuntan algunos testimonios:


Los únicos más indígenas que habían eran los maquiritares, era la única raza que salía... vivían como esclavos... si los maquiritares se picureaban (se arrancaban del área de explotación), tendrían que ir adonde no los encontraran más nunca, porque los iban a buscar donde estuvieran. A los maquiritares los traían presos y hasta los guindaban (los colgaban). Aquí conocí a dos hombres guindaos cabeza abajo, porque se habían picureado, los agarraron y de una mata de aguacate que estaba ahí los guindaron por los pies. No sé cuánto tiempo los tuvieron así (Iribertegui, 1987: 309).

Entre los trabajadores, los peor tratados eran los indígenas, dicen los testimonios venezolanos:


Si a los indígenas no les daban plata, sólo mercancía y cara y nunca terminaban de pagarla. Ahí estaban los íquez (sic) y los Patiño que seguían con el sistema antiguo robándoles a los pobres ahí; pagaban pero le decían al indígena: “Ud. está debiendo tanto” y tenía que volver el indígena a trabajar.
Ese sistema de avance continuó. Debíamos, teníamos que agarrar nuestra magalla y arrancar pal monte a trabajar hasta terminar de cancelar y ellos entonces ya no trabajaban más. Ahora ya tienen dinero, tienen carros, ya están ricos (Iribertegui, 1987: 307).

En relación a los sistemas de reclutamiento para el trabajo en los seringales, los textos que investigan el período abundan en detalles, y apuntan también al particular trato que les correspondió a las mujeres:


Poblados ye’kuana de sus seis cuencas fluviales ardieron con sus habitantes atados espalda a espalda con fuertes alambres. Estas escenas de incendios de poblados ye’kuana fueron más graves en el Padamo, Cuntinamo y Alto Ventuari. Más de veinte pueblos ye’kuana fueron enteramente arrasados.
Las mujeres ye’kuana fueron violadas y amputados sus pechos, las encintas desventradas. A los hombres se les cortaban los dedos de las manos o las muñecas a fin de que no pudieran navegar con sus canaletes, se les desjarretaba, cortándose el nódulo sinovial, se les abría anchas heridas con el machete en todo el cuerpo y luego se las salaban; se les hundía la bóveda craneana con clavos o púas de estacas; se les ataba a guisa de un cepo chino y se convertían en blanco de los tiros de revólver, etc., junto con otras escenas del más absurdo sadismo que nos es imposible citar (Barandiaran: 296).

Un segundo orden de materiales es posible de obtener a través de entrevistas personales a sobrevivientes, hijos de antiguos trabajadores, la memoria de terceros. Este es un trabajo a realizar y en forma urgente porque los sobrevivientes están desapareciendo. Entregamos como ejemplo un testimonio oral que nos entregó Virginia, de 60 años, una mujer huitoto que entrevistamos en la comunidad de Puca Urquillo, cerca del río Ampillacu, Perú. La comunidad fue bajando desde el período del caucho y hoy se sitúa en el Amazonas Occidental a algunas horas de Loreto, Colombia.


Le comento que los huitoto fueron, de los indígenas de la zona, junto con los boras, los más afectados por el tiempo del caucho. Al ver que asiente con emotividad le pregunto si sabe algo de eso. Responde:


De los patrones, pues. Mi mamá, Jacinta Ordóñez, me contó que mucho les paleaban a ellos. Los blancos les hacen trabajar como animales y les dejaban. Todos trabajaban. No traían mucho quilaje. Él estaba en caballo ahí. Dime Pedro ¿Cuánto quilaje has traído? Y era poco. Paleaban. Estaban en calabozo. Chorrera que le dicen. Mucho han sufrido ellos, dice, mucho han sufrido. Estaban en Porcotué, por Chorrera (zona del Putumayo). Eran Luis Arana, eran dos hermanos, Zumaeta, Carlos Loayza, Saravia. Miguel Loayza era bueno. Los Arana mandaban a su peón para que mate. Sufrida era la gente. Las mujeres trabajaban con su muchacho en las espaldas. Mi mamá con su dedo quebrado ha muerto porque no quería al hombre ella. Las daban a cualquier hombre. Y los blancos agarraban a cualquier chica que les gustaba. Mi mamá vino aquí en tiempo de conflicto y le han traído para acá con Loayza2.

En el imaginario de los indígenas en el caso venezolano, señala Iribertegui, ellos hacen diferencias entre patrones “buenos” y “malos”. Ellos interiorizaron, en el proceso de occidentalización, la ideología del dominador. Es por eso que hacen distinciones entre el “indio-indio” y el “racional”, que es el más transculturado. De allí el refrán que se repite hasta hoy: “Ni el indio es gente, ni el casabe es pan”. Transmiten también que son los caporales los malos, los patrones ignoraban lo que sucedía, lo que ha sido la permanente defensa de los barones, como en el caso de Arana, que declaraba ignorar todo lo que sucedía en sus propiedades a pesar de haber estado allí en el terreno en varias ocasiones.


Un tercer tipo de registro en donde es posible encontrar la voz de los aviados, los trabajadores del caucho, está en el universo mítico. El mito, en la medida en que es “memoria, reflexión, es simbolización y ciframiento” (Niño, 1996).


El funcionamiento del mito, contrariamente a lo que podría pensarse como significación de estructuras suspendidas en el tiempo, tiene una dinámica que alberga tanto a la memoria, como el presente proyectándose al futuro. Él alberga, dice Hugo Niño, “propiedades de coherencia memórica, de cohesión comunitaria, de información y de interpretación”. Se trata de un relato que se sostiene en diversos niveles, poniendo en evidencia y al mismo tiempo encubriendo. En el caso de la imaginería en torno al período que nos interesa el mito tiene una función de “código secreto”. Así, es posible encontrar en algunos relatos de la comunidad Huitoto relatos míticos encriptados que, bajo la función del relato en tanto universo imaginario, en tanto crónica de acontecimientos, encubre acontecimientos. La narrativa huitoto tendría dos ciclos principales para escuchar y narrar:


La historia de Gitoma corresponde al primer ciclo. Pero, aun perteneciendo a él la narración está dotada de una alta elaboración narrativa y de estrategias de constitución de significantes que albergan significados encubiertos. De hecho, se trata de textos cifrados, para usar otra vez un término de contacto. Así, algunos episodios constituyen la crónica secreta de las guerras del caucho en el siglo XIX, así como del Apocalipsis de la Casa Arana y de las posteriores nuevas guerras de frontera (...). Aquí se trata de un texto de doble simbolización, semejante a lo que los criptógrafos denominan sobre cerrado, en el diccionario de espionaje (Niño, 1996: 214).

Auge y caída del oro elástico


El auge del caucho siguió el ritmo del crecimiento industrial europeo y norteamericano. La industria de bicicletas y la de automóviles eran uno de sus motores más pujantes. Pero la extracción de la materia prima en la Amazonía ya había tenido sus problemas. El primero había sido el robo de una gran cantidad de plantas que salieron por las fronteras brasileñas con engaño, a pesar del férreo proteccionismo aduanero que hacía que hasta 1864 el Brasil mantenía cerrado el río Amazonas al tráfico internacional. Pero la importancia del caucho hacía que Inglaterra ya estuviese buscando la posibilidad de crear fuentes alternativas de suministro. Inglaterra comenzó a desarrollar plantaciones de caucho en Asia, del tipo Hevea, gracias al contrabando de uno de sus súbditos, llamado Wickham, que constituyó el núcleo de las caucheras que se desarrollarían más tarde, luego de una serie de dificultades en sus colonias inglesas. Ellas fueron la gran competencia de la extracción del caucho en la Amazonía.


El segundo y definitivo fue la gran caída de los precios a causa de la producción del caucho sintético. Hubo un segundo período de alza del extractivismo, ahora liderado por los Estados Unidos, en torno a la Segunda Guerra Mundial. A la circulación de la libra esterlina sucedió la del dólar, llamado en la zona “bacamarte”. En algunas zonas esto significó un cambio de las condiciones de extracción, tal como expresan testimonios de la zona de Venezuela. Sin embargo la mayoría de los historiadores considera que la variación no fue decisiva.


Los discursos posteriores no dejan de situarse en la misma dualidad, que se pone en evidencia también hoy a través de voces de nuevos sujetos sociales que se hacen cargo de sí mismos –“remanescentes” (“descendientes”) de quilombos, grupos Sin Tierra– frente a otros que intentan definir el futuro de las poblaciones amazónicas y la región desde el gran capital y desde el exterior. Así aparece el nuevo y complejo discurso actual, el que se despliega desde la modernización a ultranza de los años sesenta y setenta y la explotación del petróleo, la energía hidráulica, la industria de las madereras. En su complejidad, está patente la brecha de violencia que ostenta la Amazonía de hoy, la superposición de intereses que acechan con avidez su riqueza en el presente y que diseñan el perfil de los problemas del futuro.


De este modo, el Oriente olvidado de los países andinos, la fabulosa área de várzeas, ríos e igarapés nos remite hoy, con los nuevos discursos que surgen de allí, al desgarrado universo que mostraron y denunciaron a comienzos del siglo XX las voces que articularon el complejo discurso de la época del caucho. Los discursos que conforman el espesor de la historia del caucho en la Amazonía tienen diferentes estéticas, diferentes propósitos, construyen textualidades de distinto tenor. Todos construyen al mismo tiempo la complejidad de un universo de lógicas malignas, de desgarramientos en un universo que emparenta a la cultura amazónica con otros momentos de las relaciones del gran capital con la explotación de los recursos en América Latina.
 
Notas
Este artículo se basa en la ponencia “Paraíso e infierno: los discursos del caucho”, presentada en el coloquio internacional “Culturas de la Amazonía” (Casa de las Américas / UNESCO-OREALC, La Habana, Cuba, 20-24 de septiembre de 2004), que solamente incluyó la parte relativa a los discursos de los intelectuales. Es resultado del proyecto Fondecyt Nº1030011 – año 2003, “Diseño cultural del área amazónica” (investigadora responsable: Ana Pizarro).
1 Nos basamos en la edición de Arthur Cézar Ferreira Reis, quien intitula este texto “Amazônia: Terra sem história”, reagrupándolo con otros de Euclides da Cunha sobre la Amazonía para ofrecer una versión de Um paraíso perdido. Ver Bibliografía (da Cunha, 2003).
2 Entrevista del 31 de enero de 2005.

Bibliografía
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DA CUNHA, Euclides (2003) [1909].“Amazônia: Terra sem história”. Amazônia: Um paraíso perdido. Sao Paulo: Valer. 29-184.
IRIBERTEGUI, Ramón (1987). El hombre y el caucho. Puerto Ayacucho (Venezuela): Vicariato Apostólico de Puerto Ayacucho, Monografía Nº 4.
MELO, Mario Diogo (1994). Do sertao cearense às barracas do Acre. Manaos: Amazonas.
NIÑO, Hugo (1996). “Otra vez: la doble historia de las epopeyas míticas amazónicas”. Casa de las Américas Nº 204, julio-septiembre.
RIVERA, José Eustasio (1985) [1924].La vorágine. Caracas: Biblioteca Ayacucho.
SAN ROMÁN, Jesús o.s.a. (1994). Perfiles históricos de la Amazonía peruana. 2ª ed. Iquitos: CEETA / CAAAP / IIAP.
SOUZA, Márcio (1994). Breve história da Amazônia. Sao Paulo: Marco Zero.
VALCÁRCEL, Carlos (1915). El proceso del Putumayo y sus secretos inauditos. Lima: Imprenta “Comercial” de Horacio La Rosa & Co.
VALDEZ LOZANO, Zacarías (1944). El verdadero Fitzcarraldo ante la Historia. Iquitos.