Manuel Marticorena Quintanilla / Iquitos
Cuando era niño (1956)
aprendí a leer con un texto voluminoso muy recordado, se titulaba Upa. Al año siguiente, cuando me
encontraba en segundo grado de primaria el incentivo por la lectura por parte
del profesor era intenso, entre esas lecturas nos proporcionó el libro Mi Perú, que trataba sobre distintos
aspecto de la realidad peruana en sus tres
regiones y la lectura que se
grabó definitivamente en mi cerebro fue la fotografía de niños parados en un
puente techado que era el puente más
largo del Perú ubicado en Requena. Mi inquietud por conocer Requena fue
constante, hasta que en 1958 el profesor en su enseñanza de Geografía nos
mostró en el mapa los departamentos del Perú entre ellas había una extensión
mayor de color verde que era Loreto, allí pude ubicar a Requena. Muchas veces
soñé conocer dicha ciudad.
Cuando ingresé a
segundo año de media (1962) en el texto Castellano
de Santillán Arista leí las narraciones Yacumama
y La selva de los venenos de Ventura
García Calderón, que volvieron a fascinarme a diferencia de otras lecturas.
Pensaba una y mil veces que en la selva habían serpientes que eran niñeras como
sucedía con la Yacumama que a Jenarito le salva del tigre y muere
defendiéndolo. También me quedé con la intriga de que había una especie de hermosa mariposa llamada
chichara machacui que era venenosa. Después leí
un fragmento de la novela Sangama,
el pasaje en que Abel Barcas está descansando en una choza o tambo y cuando del
techo cae una serpiente y se le introduce a la pierna por la basta del
pantalón, haciéndole permanecer inmóvil y aterrorizado al protagonista, cuando
llega Sangama y lo libra del peligro en una forma original y sencilla; no tengo
la memoria en qué libro lo leí, pero me da la impresión que también fue en el
texto de Santillán Arista, fue otra narración que me hacía pensar en la selva.
Narraciones de esta naturaleza y más las numerosas novelas de la editorial Tor
cuya colección completa lo leí (1962-1965), a tal punto que cuando finalicé el
quinto año de educación secundaria, me llevaron a seguir la especialidad de
Lengua y Literatura en la Universidad San Cristóbal de Huamanga, a la vez
descubrí que las vivencias que había pasado en Chincha Alta en la Gran Unidad
Escolar José “Pardo y Barrera”, habían sido de discriminación feroz por parte
de mis compañeros de estudio como por los profesores, dada mi formación
cultural andina, pero que lo había solucionado con un silencio completo que
llegaba hasta el mutismo.
Ya en la biblioteca de la Universidad leí el
libro de cuento El árbol blanco de
Francisco Izquierdo Ríos, que decidieron mi fascinación por la selva y su
literatura, pero no encontré más libros de literatura amazónica, al mismo
tiempo me fascinaba ese mundo fabuloso que era la amazonía.
Ya como docente titulado y habiendo trabajado
en una escuela unidocente primaria en 1971, al ir a cobrar mis haberes a la
ciudad de Ica en enero de 1972, en forma casual me encontré con el Ingeniero
Agrónomo Alfonso Guillermo Ramos Mateo que me habló de una vacante precisamente
para un docente de Lengua y Literatura en Tamshiyacu, que viendo en el mapa
quedaba en Loreto, fue suficiente para aventurarme por conocer y trabajar en
ese mundo misterioso. Es así como llegué a Iquitos el 13 de abril de 1972 y lo
primero que busqué en las librerías (siendo una de las mejores la librería
“Mosquera”), fue literatura amazónica y
sólo encontré el poemario Noches de
guardia, que de inmediato lo compré. El 14 de abril en compañía del
ingeniero Ramos viajé a Tamshiyacu en un botemotor, fue un viaje novedoso,
sobre todo observar durante el viaje el baño del atardecer de las mujeres
desnudas a lo largo del río Amazonas, todas con un comportamiento natural, sin
ninguna vergüenza ni pudor. Ya en el Instituto Agropecuario Nº 75 de Tamshiyacu
en su biblioteca encontré la novela Sangama,
que lo leí de inmediato y comenté a los profesores, entre los cuales se
encontraba uno apellidado Sangama y cuando finalizó su lectura lo primero que
pregunté al profesor Juan Sangama fue si era verdad los diversos sucesos de la
novela en plena selva virgen y él me dijo que eran ciertos; verdad que fui
comprobándolo durante los cinco años de mi permanencia en el lugar, a tal
punto, que llegué a la conclusión de que la novela Sangama es una especie de manual para subsistir en la selva.
También le pregunté si existía el puente largo de Requena (él había estudiado en dicha ciudad) me comentó
que sí existía pero cuando viajé a la ciudad ya no había pero los pobladores me
comentaron que desapareció por el cambio de curso del río. También pude
constatar que la chicharra machacui es venenosa solamente en la temporada que
el árbol llamado lupuna florece. De igual modo constaté sobre la existencia de
ese manjar que comía Jenarito y era el tostado de un insecto llamado suri,
manjar que me agradó, pero constaté que era una ficción la narración sobre la
yacumama.
Mi permanencia en
Tamshiyacu fue decisiva para dedicarme a la intensa lectura de la literatura
amazónica durante cinco años en que comencé a escribir el Proceso de la Literatura Amazónica que se encuentra inédita y
cuando llegué a trabajar en la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana fue
mayor mi dedicación a la Literatura Amazónica, especialidad que en mi vida es
una pasión y de constante búsqueda de numerosos textos que apenas los conozco
por su título y se siguen presentando en los lugares más inusitados como las
diversas bibliotecas escolares de la costa peruana, mientras en las bibliotecas
de la amazonía no existen.
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