miércoles, 7 de marzo de 2012

Martín Reátegui y el aroma a jaboncillo brasileño

Juan Rodríguez Pérez / Juanjuí

Cada vez que alguien viajaba a la selva teníamos que encargar el jabón Phebo, fragancioso, enamorador, diríamos, porque nos permitía lucirnos, ante los demás, por el uso de un producto exótico brasileño, popular en la selva pero escaso en la costa.

Y hablo del lucimiento porque los adolescentes nos sentíamos transportados hacia lugares bellos, llenos de palmeras, viviendo aventuras que sólo podíamos observar en las pantallas del cine o la televisión. Por supuesto que en estas aventuras existían las chicas que nos acompañaban y hacían que la fantasía fuera más alucinante.

El libro De cárcel, guerras y burdeles, del escritor loretano Martín Reátegui Bartra (Pasacalle, 2011), destila ese aroma, especialmente en el primer cuento (que a mi juicio es el más logrado) donde la aventura de la guerra popular es un pretexto para mostrarnos a un personaje nostálgico por la militancia comunista que no llegaba a comprender, siendo su función la de esconder las armas en un viejo zapote. Sin embargo, a lo largo del cuento, narrado a un personaje femenino, se deja entrever el aroma que destila una de las chicas que le visitan, aroma que se queda prendido por largo tiempo y que por momentos nos recuerda a ese hermoso cuento de Manuel Beingolea Mi corbata, donde, al final, dice: decididamente la verdadera dicha debe oler a jabón de Windsor. Pero en la selva la verdadera dicha se complementa con diferentes fragancias que van desde el perfume natural, propia en la piel de las mujeres, hasta en el aroma del jabón brasileño; y la mujer se da cuenta de eso, necesita poco para conquistar a un hombre, pero en este caso le sirve de ayuda para recordarle al anciano, que es Diana, la del aroma a jaboncillo brasileño.

El resto de cuentos, a pesar de no estar al nivel del primero, llevan en sí el peso del recuerdo, ya sea por una esposa que fallece o por alguna experiencia sexual que no tiene mayor importancia para los demás, pero que funciona como anécdota bien narrada.

Martín Reátegui Bartra es uno de los mejores narradores que llevo leyendo dentro de esta pléyade de nuevos escritores que nacen en la selva peruana, con palabras precisas, llevando la tensión con cierta pausa para ir acomodando al lector a recibir la sorpresa final.

Lamentamos que los problemas que se vivieron durante la época de violencia terrorista no se hayan tocado en toda su magnitud por los escritores de la región (y en ellos me incluyo); aún así agradecemos el aporte de Martín Reátegui, Ricardo Virhuez, Werner Bartra, la antología de Mark Cox que cita a muchos autores que, de alguna manera, tocan el tema (como Dante Castro, Pilar Dughi) y nos hacen conocer los grados de violencia a que se llega (por ambas partes) contra una población que está entre la espada y la pared.

Esperamos seguir leyendo nuevos aportes de Martín Reátegui porque su narrativa promete.

viernes, 2 de marzo de 2012

Las letras en Tingo María

Elí Caruzo.
Gloria Dávila Espinoza / Tingo María

En algún momento el escritor huanuqueño Andés Cloud Cortez señaló que “poco se sabe de la producción literaria en Tingo María”, tomando aquellas palabras creo que en parte hay mucho de verdad, pero si ahondamos en el pasado de esta ciudad que tiene pocos menos de cien años,  no podemos decir que haya  existido una significativa producción literaria, añadiríamos que no se han concretado publicar libros ya que  si bien hubo gente dedicada a la literatura no hicieron publicaciones significativas como sucediera  en otras ciudades, pero que desde los años  70 se supo de gente vinculada a las letras entre los que señalaremos por épocas y producciones más adelante, y desde los 70  hasta la actualidad  la gesta de un  movimiento cultural  en el seno de la sociedad tingalesa no ha sido muy significativa y  por consecuencia  libros  editados no más de cinco, diríamos que hay solamente entre ocho o diez   personas que escriben,  pero que se muestran reticentes a publicar porque en los últimos veinte años en que éste pueblo ha sido azotado por la violencia política interna se ha gestado un temor enorme por decir lo que  se siente,  y si nos referimos a la historia de la ciudad diríamos que dos libros han sido conocidos uno publicado por Jorge Namuche Adrianzén y otro por Saturnino Meza Deza. Aunque a inicios de los 70 la dedicación a la literatura fuera buena, ésta estuvo referida a la  historia de la ciudad y muy poco a la poesía y narrativa,  aunque hubieron algunos personajes como Vinicio Chávez Cazorla  así también Noé Alva Obando, y la Médico Pediatra Aída Pachas Legoas, quien ha sido ganadora del cuento de las mil palabras, publicada por la Revista Caretas en Lima, sólo estos pocos han dedicado sus vidas  a las letras;  tal como nos señalan algunos datos, pero no se han  concretado en libros que nos señalara fehacientemente el porcentaje de cuántos libros se han editado, porque Tingo  María fue lugar de  foráneos por ello que los temas tratados estuvieron dedicados  a la historia de Tingo Maria, y  alguno que otro de cuentos, poemas y/o ensayos), como la que aconteció a principios del 2000 con Elí Caruzo y Gloria Dávila, libros que  traspasaron fronteras.

Saturnino Meza Deza, es un maestro y ha sido Alcalde del Concejo de Pumahuasi, vive afincado en ésta ciudad , desde los años 60  y es precisamente él  quien escribió el año 1965, una Monografía a Tingo María, luego  en los 70, Cuentos y tradiciones, y posteriormente, en el año 1998 obtiene un mención honrosa en la primera versión del Premio de Cuento Ciudad de Huanuco, con su cuento “El Rogorrinre” por lo que se incluyera en una antología en el volumen El último recado y las narraciones ganadoras en la Empresa Periodística PERÚ. Actualmente dicho cuento  se encuentra en un centro de estudios andinos franceses, cuya sede es en Colombia;  luego escribió un ensayo respecto de la hoja de coca en el Alto Huallaga, y actualmente viene trabajando en  la Historia de las Municipalidades

Vinicio Machado Cazorla, nació en Huacrachuco (Huanuco) el año 1936, vive desde los años 70 afincado en la ciudad de Tingo María, es un empresario, autodidacta que ha escrito varios cuentos publicados en importantes revistas regionales y nacionales,  y que después de muchos años, la publicara también la Empresa Periodística Perú,  ha escrito Charles Tocata y fuga, su novela Los Incateutos y la novela La Zaga de los Auquis, debe haberlas publicado pues estaban listos para su publicación.

Aída Pachas Legoas,  nació en Lima en 1933. Se graduó de Médico  Pediatra,  en la  Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima, hizo una  especialización en  Alemania luego del cual  el año 1966, arriba a la ciudad de Tingo María y desde entonces vive en ella. Tiene en su haber un premio con el texto “El Puente”,  que ocupara un segundo lugar en el Cuento Ciudad de Huanuco,  y por ella ha sido consignada en dos antologías e invitada a revistas literarias huanuqueñas,  ha recibido otro segundo premio otorgado por la Revista Caretas, por el Cuento de las Mil Palabras, dinero que ella lo destinó a una obra de caridad, tiene un número considerable de escritos los que aún continúan inéditos. Sus escritos publicados son: Aula 37, Campeonas, El encargo y El puente por señalar los pocos que conocemos.

Juan José Vega Bello. Historiador muy reconocido que demostrara un cariño por la ciudad de Tingo María quien en los años 60, fue Directora del Diario Expreso, escribiera un escrito Tingo María, Ciudad Antigua,  a quien en su memoria la Empresa Periodística PERÚ, le tributara al publicar su escrito.

Eliseo Talancha Crespo. Es un próspero abogado y periodista,  quién tiene en su haber redacciones los cuales se publicaron en revistas nacionales y extranjeros.
Ha publicado La conquista española de Huanuco el año 1987, Apuntes para la Historia de Huanuco el año 1989y los Delitos Culturales en el año 94. Escritos Tingo María un jirón de la Amazonía.
  
Noe Alva Obando,  Hace más de  30 años vive en la ciudad y desde que llegara ha  escrito poemas, y que incluso de publica en la Revista Pura Selva, con el seudónimo El Moroco, poco se sabe sobre él en el mundo de la literatura regional, porque en palabras textuales- “sus escritos estaban referidos a los gobiernos de turno y su estilo era poesía satírica”-  lo hizo para no revelar su identidad  y no sufrir marginaciones por parte de quienes se sienten  eludidos con  su redacción poética. Tiene en su haber una innumerable cantidad de poemas inéditos.

Jorge Namuche Adrianzén, natural de Piura, afincado desde los 50, y fallecido el año 2004,  ha escrito La Historia de Tingo María, la misma que sirviera de Guía Turística a quienes transitaban por esta parte del país, libro que  fue vendido dentro y fuera del país, y le significó reconocimientos por la sociedad.  Fue Secretario y Miembro de muchos  despachos de la Municipalidad Provincial de Leoncio Prado, fue bombero. Ha escrito poemas, aunque no en libros pero si  fueron publicados en su momento.
  
Julio Silva Zamora, nace en Tingo María,  escribe hace muchos años poemas de estilo satírico y los  publica con su editorial casera,  en pequeños panfletos,  las cuales acompaña de caricaturas preparadas por el Artista Plástico Ovidio Soto Saldívar, recientemente ha producido un libro llamado De Tingo sus tingotes.

Eli Caruzo Garcia, nació el 8 de diciembre de 1963,  en el caserío Puente Perez (Tingo María), hizo sus estudios en Colegio Padre Abad y la Secundaria en el Gómez Arias Dávila quien había tenido una trayectoria de cuentista en la ciudad de Huánuco y efectivamente, en esa época en que los ganadores fueron galardonados, ocupó el tercer lugar con su cuento una niña que vendía panes, el año 2003  octubre, publica su primer libro titulado “El Mejorero y otros cuentos”, con el prólogo del escritor huanuqueño Andrés Cloud y la apreciación de Oswaldo Reynoso.  Este libro fue reeditado  después de dos años en Biblioteca Huanuqueña, ambas con la editorial San Marcos.

Gloria Dávila Espinoza,  nace en Huanuco abril 1961 y desde el año 1983 se afinca esta ciudad para dedicarse a la docencia, luego de unos años de producción literaria el año  2001 logra en  los I Juegos Florales organizando por la Universidad Privada de Huánuco con sede en Tingo María,  el primero premio en Poesía cuyos   poemas se publicaron en una mini antología que escribiera Andrés Jara Maylle, escritor huanuqueño en  la Revista de la Universidad de Huanuco,  llamada Desafíos el año siguiente. Si hablamos de Gloria según  palabras textuales de Javier Garvich, Quizás sea la única y la primera poeta en producir un libro de poemas en Tingo Maria.  

César Calvo


J.R.Ribeyro y César Calvo, en París.

Danilo Sánchez Lihón / Lima

César Calvo murió el 18 de agosto del año 2000. Tenía 60 años, pero fue como muriera un adolescente o un poeta siempre joven, indudablemente porque su espíritu era esencialmente de júbilo, exaltación y brazos abiertos. De mirada fija y fulgurante, agudo y audaz en el hablar, pues como oí decir alguna vez a Leoncio Bueno era «un genio oral», quien siempre estaba en estado de gracia y creando decires ingeniosos en el instante; para quien la vida era fuego, estallido y libertad. Escribió alguna vez: «Duermo donde me sorprende la noche y el deseo... no puedo dormir muchas veces bajo el mismo techo, ni en la misma ciudad ni con el mismo cuerpo...».

Dueño de un poder de seducción irresistible para con las mujeres a quienes volvía literalmente sus esclavas. Se trataba de un amante mítico, con carisma irresistible, con instinto y aureola de ángel y demonio. Maya, la esposa de Ricardo Luna, embajador del Perú en Estados Unidos, me contaba que cuando lo alojaban en su departamento de Londres era increíble la atracción que ejercía a las hermosísimas muchachas inglesas que pasaban por la avenida central hasta donde él bajaba del piso en que vivían, justamente para hacer esa caza diaria. No pasaba cinco minutos en que él tardara en subir con una ninfa extasiada contemplando embelesada a aquel loco de mirada torva y de cabellos ensortijados, que no hablaba una sola palabra en inglés pero que allí tenía a la chiquilla primorosa, como un felino a una gacela palpitando entre sus fauces hambrientas; niñas que se  olvidaban de todo, de trabajo, estudios, familia, por contemplar arrobadas –y luego servir de víctimas propiciatorias– a ese fauno, animal salvaje –por demás implacable en devorar a sus presas– cuyo destino posterior, él mismo se ufanó en decirlo, el manicomio.

No es común en la poesía estas presencias arrolladoras y hasta perversas de personajes que asolan caminos, rebaños y pastoras; e ingresan hasta dominios privados para saciar sus apetitos carnales. Sin embargo, este poeta tenía estratos más profundos que aquella aparente frivolidad. Sólo por mencionar algunos de ellos: su compromiso con las guerrillas y la revolución mundial, su adhesión al mundo andino y sus gestas, su trabajo a favor de la canción popular, su identificación con la infancia desvalida y abandonada, la exaltación de la poesía como un don de vida, su relación entrañable y confidente con el dolor y la muerte.

Pero, tratando únicamente el amor en César Calvo y a la inversa de lo que podría creerse de un poseso instintivo y lujurioso, es más bien en su poesía la de un romántico esencial, pues evoca a la mujer cuando ella es ausencia y sombra en el muro. Cuando duele el pozo y el vacío que ella deja, cuando se sufre y ella está lejos, cuando no responde y la hemos perdido.

Son muchos los poemas de amor intenso y apasionado de César Calvo. Entre ellos hay uno que se incluye en Pedestal para nadie,  fechado en 1971 y que lleva ya en su título esa marca de oquedad y despedida que señalábamos antes. Se titula: «Para Elsa, poco antes de partir» y empieza con una imagen ingenua pero a su vez apocalíptica, que refiere el pavor, la angustia y la soledad que se cierne abajo, cuando dice:

Porque vivo hace siglos en el aire
como
un
trapecio
vacío
yendo    y    viniendo
de lo que he sido           a lo que no seré»

¿Quién es el reverso de toda inútil victoria? ¿Cuál es la única copa que no hemos de desdeñar después del vino fúnebre? ¿Es el primer amor? ¿El que nunca se olvida? ¿El amor intenso, total, el que nos marcó a fuego lento? Es el amor que es síntesis de todos los amores. Y ¿A quién se dirige? ¿Cuál es su última carta? ¿Su última verdad? ¿A quién ruega y ante quién dobla su rodilla? ¿Es solo una mujer? O también la revolución, la muerte, la canción popular, la infancia abandonada. O todos estos seres o fantasmas juntos: como el centro de todo y la aventura suprema, en el centro de todo.

Nada puede aprisionar el viento sino la libertad
Nada sino la libertad podría rodearnos ahora
y hacerte comprender que estuve solo
porque la intemperie no cabía en aquel cuarto
sórdido
que tú insistes en llamar país, doce millones
de rostros
pegados a los muros de un Orden repudiable
y desleído 
Ayúdame a prescindir de esos fantasmas que amo
ayúdame a no golpear y golpear la puerta
como si ella tuviera la culpa
Ayúdame a ser la llave que abra sin cerrar
nunca nada

Es el recuento de todo lo vivido que estalla en una despedida, es testamento ológrafo, las imágenes que invaden nuestra mente segundos antes de morir, donde está también la preocupación social, pero ya no como himno de combate o proclama; está el amor pero ya no como posesión sino en la perspectiva de la desposesión y la melancolía. Y está el dolor vívido y sangrante del adiós, la partida y la muerte:

Porque yo he recorrido las colinas de Francia
y he visto
en el estruendo verde, en la delicadeza desbocada
de junio
he visto un niño lejano y eternamente dormido bajo
un río de sangre
Y he cruzado el Pont Neuf con los ojos vueltos
al turbio origen del destello
.....
Los días pasan por tu rostro como una cicatriz
oscura
Ayúdame a prescindir de esos fantasmas que amo
y que destruyo
y mis dedos te palpan con la voracidad de un ciego
en la noche
Me había olvidado de la noche

¿No se siente acaso el terrible trance de la bifurcación de los caminos y la separación de las aguas y de las almas que en algún momento se han querido?


Me había olvidado de algo tan simple y verdadero
como beber un vaso de agua, levantarme en la
sombra
de los cuartos prestados, dejar correr el tiempo
todavía entre sueños y luego despertarme con la sed
en tu cuello
Me había olvidado que la vida también está hecha de
todos estos ínfimos, esos heroicos acontecimientos
que se cumplen a tientas
entre un cuerpo desnudo y otro cuerpo desnudo,
entre el cauce del río y el vaso de la boca

¿En qué abismo se encuentra para haberse olvidado hasta de algo tan simple y verdadero como beber un vaso de agua? ¿O de estos ínfimos acontecimientos que se cumplen a tientas? ¿En qué encrucijada tiembla? Quizá en ese punto muerto, en donde a veces caemos, en donde la vida o la muerte ya no importan nada, trepados en el arco y la flecha; en el trapecio que se mece en el vacío, yendo y viniendo, mientras abajo hace espuma y brama el torrente:

«Me había olvidado de escribir simplemente,
como quien bebe
o ama, sin que el Olimpo se me suba a la cabeza
Me había olvidado que un poema se prepara
con minuciosa alegría
como un regalo que ya nadie espera, y se moldea
con urgencia
y violencia, con irrepetible, con irremediable ternura,
como hacerle el amor a una mujer que va a morir
mañana
Me había olvidado que te vas a morir mañana
Ayúdame a ser el caminante que no pide nada
Me había olvidado que me voy a morir mañana
que no pide nada sino un poco de camino
.....
pero que yo no me dé cuenta
.....
que no husmee tu mano
me había olvidado
el receloso animal que me habita
.....
 ...ayúdame a no olvidarte
y la pesada piedra que me amarra hacia el fondo
sea una pompa de jabón, las alas de un dulcísimo
castigo
Ayúdame a ser el caminante que no pide nada
sino un poco de camino, un tronco de sombra junto
al fuego
Pero que yo no me de cuenta, que no husmee tu mano
el receloso animal que me habita
el desolado animal que me habita en la noche
y en el día
deja abierta la puerta para que tú regreses o me vaya

La naturaleza de la poesía casi siempre se aviva o se apaga en relación con la mujer, o ¡la vida! ¡No era cierto, entonces, que César Calvo fuera voraz carnívoro o succionador cruel, lapidario y dios azotador en extravío febril, en paroxismo sexual, en grito y gemido de éxtasis pasional! ¡No era cierto, entonces, que fuera cínico y vividor de esas naturalezas doblegadas a su poder, a su seducción irreparable. O por lo menos no era cierto que lo fuera en su ser íntimo.

Lo cierto es que comprobamos en toda su poesía, y especialmente en este poema  que la mujer es sobre todo para él una compañía fundamental para cruzar el infierno, como sombra amada, añoranza e ideal. Y así se esté frente a frente de la muerte,  y el hueco se abra entre los pies de ambos, la mujer es sobre todo caridad, mundo piadoso y consuelo en la peor desolación:

Ayúdame a quedarme cuando me encuentre lejos
cuando me encuentre lejos de la memoria
que me devuelves
sin proponértelo
como quien llena un vaso de agua simple
y en el gesto de su mano extendida caben todos
los mares
.....
Ayúdame a quedarme cuando yo haya pasado
cuando yo haya pasado sobre el papel en blanco
como un cuchillo por el rostro
de estos días
en donde tú ya eres
la sonrisa que insiste cuando los labios cesan
El mar se abrirá entonces

Bubinzana


Fundadores del grupo Bubinzana.

Manuel Marticorena Quintanilla / Iquitos

En la década del sesenta los poetas aparecen con una visión renovadora del quehacer literario. En torno al Grupo Bubinzana, liderado por Roger Rumrrill García, se agrupan jóvenes intelectuales para presentar al hombre amazónico y sus problemas como principal motivo generador del quehacer poético y narrativo, dejando como telón de fondo el paisaje y el río. Con esta concepción básica, haciendo predominar la denuncia social, escriben sus  obras.  Desde la aparición de este grupo la poesía y narrativa amazónica ha cambiado y en nuestros días existe mayor preocupación por conocer y desarrollar la cultura de la región tomando lo propio para mostrar a ojos extraños. Los poetas del Grupo son:

Róger Rumrrill García (Iquitos 1938), acérrimo propulsor cultural, preocupado por difundir la  realidad amazónica, desarrollando múltiples actividades: la de poeta, periodista, ensayista, crítico literario, editor, escritor y guionista de cine; se inicia en la creación poética publicando Poemas (1960). Dirigió la Revista Bubinzana y Surcos que aparecieron en 1965 como órgano del Grupo Bubinzana, pero tuvo poca  vida. Este mismo año publica la primera antología de la poesía amazónica con el título de Poesía de Selva, al año siguiente publica Narradores de la Selva, convirtiéndose  en  las  dos primeras antologías sobre las creaciones literarias amazónicas que se difunden a nivel nacional. En 1971 aparece su poemario Magias y Canciones, en 1972 el poemario Axpikyondia y en 1975 su poemario Memorias desde un Otoño que es el más logrado, fruto de sus experiencias en la vida por países europeos.

Teddy Raúl Bendayán Díaz (Iquitos 1942-1999),  ganador de los Juegos Florales de la Universidad Nacional  de la Amazonía Peruana de 1962 con su Canto a la Primavera, tiene publicado el poemario Humedad Ardiente (1964), conformado por cantos al hombre amazónico en las que se aprecian el fondo social; en la Revista Alborada (1969) publica sus poemas Hermano, Mensaje del agua, Poema, Esperanza y Ofrenda. Cierra su ciclo poético con su obra Germen de Luz (1996) cuya segunda parte está integrado por 21 poemas regionalistas dentro de la tendencia de la denuncia social, al igual que su primer poemario. Su expresión es vigorosa y encaminado a levantar la protesta por el ser humano en nuestra región.

Jaime Vásquez Izquierdo (Iquitos 1935), es uno de los máximos exponentes de la narrativa amazónica última, sin embargo se inicia escribiendo poemas en la década del 50 y en la década del 60, publicadas en diarios y revistas de  esos decenios, colaboró en la revista Shupihui, en cuyas páginas están sus poesías como Rostros, Llueve (1989), denotando su tendencia sentimental dentro de la temática amorosa neorromántica, con el uso de expresiones sencillas. Ha publicado las novelas Río Putumayo, Cordero de Dios (2 tomos), La guerra del sarjento Ballesteros.

Róger Hurtado Mas (Otuzco, La Libertad 1938), residente en Yurimaguas desde 1985, fundador del Grupo Cultural Bubinzana de Yurima- guas en 1968, obtuvo diversos premios en varias ocasiones con sus poesías, autor del poemario Agua arriba, que permanece inédito y publicó algunos de estos poemas como Mi anti infancia y Aguas Arriba tratando de expresar el sentimiento del hombre amazónico, con gran vigor y empeño.

Javier Dávila Durand (Iquitos 1935), uno de los difusores de la cultura amazónica a través de la Revista Proceso desde marzo de 1966 hasta inicios de la década del 90, en que están plasmadas las creaciones poéticas y narrativas  amazónicas. Se inició en la poesía con Mis delirios (1957), que exterioriza los sentimientos más hondos del poeta  dentro de la concepción neorromántica amazónica, prosiguió con Yara (1967), Yo,  el Sujeto  (1988), La Dispersada Luz (1992), Canto del Dolor y la Angustia y otros poemas para amar la vida (1994), El Amor es un Río Esplendoroso (1997), permaneciendo con la exposición de sus afectividades entre la tristeza y la soledad, después entrega El Cantar (1998) y Travesía sin Puerto (1999); que llega exponer su soledad, angustia y desesperación pero con marcado amor a toda nuestra selva, entre la exposición  desesperanzada y la añoranza.  

Pedro del Castillo Bardález (Yurimaguas), médico cirujano, periodista, luchador social, compositor, escribe su poemario Noches de Guardia (1970), tomando como  base sus experiencias de trabajo en el hospital, es la manifestación de su humanismo lleno de sinceridad sobre el dolor y la miseria del hombre.
Finalmente, Manuel Túnjar, uno de los fundadores del grupo, que falleciera sin dejar ninguna obra publicada.

Orlando Casanova Heller


Orlando Casanova.

Manuel Marticorena Quintanilla / Iquitos

La literatura para los niños tiene una larga y fecunda tradición en la literatura amazónica y se remonta a la producción de la primera generación de escritores nacidos en el Oriente Peruano con Muchacho de la selva (1929) de Marcelino Chávez Villaverde y Aurora en la selva (1959) de Juan Daniel del Aguila. A partir de los conocidos trabajos de Francisco Izquierdo Ríos, otros connotados representantes de la promoción de Trocha nos han dejado hermosas muestras de su creación en este género: Julio G. Vergara, Felipe R. Documet, Julio C. De Pina Peña, Anita de Fernández, Anita Pereira, Juan Ramírez Ríos, Juana Ubilluz de Palacios y otros.

En nuestros días, quien con más habilidad narrativa, propósitos didácticos y recursos lingüísticos adecuados -tres componentes claves de la buena literatura infantil- está trabajando en el cultivo y la renovación de este género con temas vernáculos y realistas extraídos de la naturaleza amazónica, es el normalista y poeta Orlando Casanova Heller (1948-2004), que dio sus primeros pasos de narrador para niños con dos cuentos que aparecieron en un solo volumen El niño y chichirichi y La oruga que quería vivir (1986) desarrollando el tema de la solidaridad, la cooperación colectiva y la ayuda mutua.

En colaboración con Germán Lequerica, Casanova publicó el mismo año de su iniciación, 1986, uno de los más acabado relatos de la narrativa amazónica actual: El viaje de la vida. Otorgando a seres de la fauna salvaje un tratamiento prosopopéyico y dramático y un comportamiento racional, patéticamente humanizado, convierten el argumento de la existencia gregaria, del destino inevitable y fatal de extraños seres irracionales (bestia y bichos de la fronda amazónica) en una metáfora del viaje interrumpido hacia un final inexorable, que es la simbolización total de la vida humana con sus alegría y sinsabores, sus querencias y peripecias, sus embates y peligros.

Los Escueleros y otros relatos amazónicos


James Matos Tuesta / Tarapoto

¿Sabe usted que es un escuelero? Hasta hace unos días yo tampoco lo sabía. En términos simples, diremos que es un escolar, un alumno primario. Pero, debemos aclarar que se trata de un estudiante de Cuñumbuqui, Lamas, o quizá de la región San Martín, lugar donde se desenvuelve el relato principal y los otros que figuran en la obra Los escueleros y otros relatos de Neder Hidalgo Sánchez (Cuñumbuqui, 1960). Para mi gusto personal, hubiese añadido al final del título el gentilicio amazónico (como este comentario), pues todos los relatos ocurren en el distrito de Cuñumbuqui: selva peruana.

Los escueleros y otros relatos tiene un ligero símil con el libro de cuentos de José María Arguedas, titulado Agua, donde consigna como uno de sus cuentos a “Los escoleros”, donde también tienen papel protagónico los escolares.

La narrativa amazónica siempre ha tomado como referente, principalmente, al departamento de Loreto, región donde mejor se ha desarrollado la literatura y la poesía de la región selvática, desmarcándose a mucha distancia de las regiones de Ucayali, Madre de Dios y Amazonas. Sin embargo, debemos indicar que de la región San Martín, desconocemos casi en su totalidad su producción intelectual antigua y contemporánea, y no porque no haya existido o no exista, sino tal vez porque geográficamente está más vinculada a Cajamarca, La Libertad y Lambayeque, que de sus pares Loreto, Ucayali y Madre de Dios. Los íconos sanmartinenses de las letras, siguen siendo el saposoíno Francisco Izquierdo Ríos y el moyobambino Jenaro E. Herrera, desarrollando ambos, actividades tanto en Iquitos como en Lima.
Es por eso, que nos alegra enormemente conocer el trabajo de Neder Hidalgo Sánchez, quien desde las profundidades de su querida Cuñunbuqui, irrumpe en los dominios de la selva de cemento para mostrarnos su opera prima.

Sus más de cincuenta páginas se leen de un tirón. No solo por su lenguaje sencillo y directo –sin complicaciones ni palabras rebuscadas–, sino porque desde los primeros párrafos, los relatos subyugan al lector, y Neder, apelando a su propio testimonio infantil nos introduce progresivamente a su terruño para luego concentrarse en la escuela de varones N° 1205. Es aquí donde transcurren los tres principales relatos de la obra. Los textos restantes giran alrededor de Cuñumbuqui.

La obra de Neder produce diversas sensaciones. A veces nos hará sonreír, otras veces entristecer y no pocas veces reflexionar, pero jamás perderemos el interés por seguir leyendo. El autor tiene un buen dominio del idioma, y esto se lo debemos a que tiene la formación de docente, pero además es periodista y abogado. En sus páginas, el autor recorre desde las travesuras escolares, los maestros severos e implacables, el amor infantil, el ambiente amazónico y la solidaridad de los moradores de Cuñumbuqui. Conmueve mucho la historia de “Perlita, la mochilera”, que es el vivo retrato de esos personajes sui generis que inundan toda la Amazonía peruana. Un texto de antología es “El pajarazo de fierro”, relato que ilustra de cómo se vivieron en los alejados poblados amazónicos la llegada de los primeros aviones Satco y Faucett. Otro segmento de antología es cuando uno de los escueleros describe los elementos del escudo peruano: el caballito (la vicuña), el pandisho (el árbol de la quina) y un gusano que está cagando (la cornucopia).

Un texto que provoca sublevarse, es el “Cuentito de marzo”, nombrecito que puede inducir a confusión, pero que retrata crudamente la realidad de los cientos de maestros de las zonas más alejadas del país. No olvidemos que Neder es maestro y lo dice con conocimiento de causa. Este texto nos golpea en la cara para ilustrarnos hasta dónde puede llegar un maestro que tiene una carga familiar pero que no encuentra una plaza para trabajar.

Una crítica que el mismo autor coloca subliminalmente en el texto, es cuánto ha cambiado la metodología de la enseñanza y cuáles son los resultados visibles hoy. Neder escribe: “Nuestra escuela ha cambiado tanto ahora, con sus maestros y sus métodos que también han cambiado. Y no con tan buenos resultados”. “Eran otros tiempos, la disciplina era férrea, durísima, nuestros padres aceptaban la disciplina. Hoy todos son hombres de bien, ¿habrá sido la disciplina?”, se interroga finalmente el autor, y creo que su meditación es válida.

¿Alguna observación a la obra? Todo texto es perfectible. En cuanto a la forma, quizá debió incluirse al final de la obra un glosario con términos amazónicos, siempre pensando en un público más allá del selvático, porque entre charapas nos entendemos, pero un costeño y un andino no entenderían estos términos: sinchipichanas, tisha tisha, quinilla, posheco, pandisho, ishpatero, etc., algo tan natural en los hablantes de la floresta.

Una mención aparte merece el excelente trabajo de edición de la editorial capitalina Pasacalle, que tiene como uno de sus principales méritos, aparte de otros, el de permitir ofrecernos obras del Perú profundo, incluyendo obras de autores amazónicos. Hacemos votos para que no desmayen en esta descomunal empresa.

Debo decir, finalmente, que me alegra compartir esta buena nueva. Cada vez que conocemos la obra de un autor amazónico los selváticos lo celebramos con fruición. Es trabajoso escribir, y escribir bien es más arduo aún, pero publicar un texto, solo algunos mortales pueden contarlo, y que además se difunda la obra, es casi un imposible, por lo que no me queda más que reiterar mis felicitaciones efusivas al autor, y animarle a que continúe por esta trocha inescrutable, y que recuerde siempre, que los amazónicos no solo necesitamos de trabajos de similar factura, sino, que estamos ávidos de escuchar nuestras propias voces.

La revista Trocha


Francisco Izquierdo Ríos.

Humberto Morey Alejo / Iquitos

Los números mensuales de la revista TROCHA, que se editaron desde setiembre de 1941 hasta julio de 1942, no constituyen una revista literaria en el exacto sentido de la palabra, pues no contienen análisis y críticas, ni antologías, que nos den una visión de la literatura de su tiempo.

La revista TROCHA fue patrocinada por la Inspección de Enseñanza, bajo la dirección del notable escritor y maestro Francisco Izquierdo Ríos (1910-1981), que secundado por los profesores Juan Ramírez Ríos, Julio C. de Pina Peña, José Meza López, Benedicto Arévalo, Teobaldo Medina, Humberto Sotomayor y Julio Vergara, se lanzaron a la encomiable acción de hacer un mensuario cuyos contenidos fueron de importancia para su tiempo, de hace más de cincuenta años.

En cada número de la revista se encuentran artículos interesantes, principalmente dirigidos a los maestros, como los de Juana Ubillús de Palacios, Máximo H. Kuczynski-Godard, Bacilia Barcia de Martín, Alberto Iberico Cobos, Daniel Guzmán Cepeda, César Lequerica, Daniel A. del Aguila, entre otros. Asimismo, la revista contaba con un suplemento infantil, que le daba a la publicación un carácter educativo y pedagógico.
Uno de los números más interesantes es la Edición Extraordinaria en Homenaje al IV Centenario del Descubrimiento del Río Amazonas, del mes de febrero de 1942, en el que se encuentra información histórica sobre Iquitos y la región.


A LA ETERNIDAD DE FRANCISCO IZQUIERDO RÍOS
Por: Mario Florián

Después de tu silencio concluyente,
El mítico jaguar de la espesura,
Ha empezado con épica bravura,
a repetir tu voz de combatiente. 
En el pasar del tiempo, como un ente
Razonable, con música de dura
Piedra, los Andes –vértigo de altura–
tu mensaje social harán presente. 
En la costa, en la selva, en la montaña,
En la pluma, en el nido, en la cabaña,
En la figuración del educando,
Y en la masa peruana del presente
Y del alba, tu espíritu potente
Estará, Pancho Izquierdo, retumbando. 


El día que se hizo noche, de Edgardo Pezo


Javier Garvich / Lima

Edgardo Pezo es un ingeniero forestal que nunca abandonó la literatura y, cuyo trabajo profesional, lo ha llevado una y otra vez por lo largo y ancho de la selva peruana. Premiado varias veces (incluyendo el afamado premio COPE), Pezo nos regala este pequeño recopilatorio de cuentos, todos relacionados con la Amazonía, la misma que se respira en las historias, sea en la más desasosegante intimidad como contado por terceras personas.

El cuento que da origen al título del libro trata sobre la apuesta por la superstitición. Un parroquiano enfermo, consciente de su estado terminal, cobra renovados bríos para vivir autosugestionándose en una leyenda popular que corre rápidamente entre la población: El advenimiento de un tiempo milagroso que sucederá cuando el día se haga noche. Un ambiente de realismo mágico que se cortacircuita a sí mismo.
Lo que no traen los periódicos es un titular inocente y poco ambicioso para relatar una jocosa anécdota de la región: La existencia de un insecto llamado machaca, cuya venenosa picadura es mortal a menos que uno haga el amor antes de las veinticuatro horas. Esa creencia, como supondrán, trae a cuenta propuestas y escenas embarazosas además de más de un equívoco. La leyenda del Machaca, como se ve en el cuento, se conoce desde las selvas del Perú hasta las de Venezuela. Aunque cabe precisar que el celebrado novelista chileno Alberto Fuguet en una de sus sagas de Por Favor, rebobinar alude a esta plaga a la cual les da forma de hormigas. ¿Cuántas historias de leyenda y autoría popular desconocemos y nos son escamoteadas todos los días?

En El cementerio de San Andrés denuncia la indiferencia del capital frente a los recuerdos y a la memoria de la gente. Indiferencia que se alimenta a sí misma y,  en alianza con los poderes fácticos, se convierte en impunidad.

Historias de encuentros y desencuentros se aparecen en varias historias, como si fuera inevitable perder y luego volver a ganar,y nuevamente a perder; eso hay en Recuerdos de Sodoma, donde la mujer largamente recordada y perdida vuelve a personificarse en el momento menos predecible. En los cuentos de Pezo, las cosas, como los ríos de la selva, fluyen incesantemente, una y otra vez. Muy pocas cosas permanecen. O permanecen en tanto recuerdos que uno encuentra y pierde. Esta filosofía del hallazgo se encuentra en Un hijo en la frontera, posiblemente el mejor de todos por la capacidad de, párrafo a párrafo, sorprendemos con las partes nuevas de una vida que se creía ya completada.

Hay, además, relatos que aluden –como no podía ser de otra manera- a las casi infinitas leyendas amazónicas, a la fuerza tremenda de la naturaleza, a los problemas que ha de encarar la mujer en un escenario tan difícil. Relatos pequeños, de fácil lectura y, justo por eso, una extraordinaria puerta para asomarse a la cegadora riqueza de las selvas peruanas, para las cosas buenas y también para los problemas de siempre.

La literatura indígena amazónica


Óleo de Ever Arrascue.

Ricardo Vírhuez Villafane / Lima

La literatura oral, étnica o indígena es una forma de literatura tan antigua como el mismo lenguaje. La literatura es un viejo oficio que puede rastrearse desde los tiempos más remotos de todos los pueblos. El reciente invento de la escritura, y luego de la imprenta, no hizo más que acelerar su desarrollo, establecer niveles y diferencias y sancionar la división del trabajo intelectual. Surgió así la literatura moderna con las peculiaridades que todos conocemos, pero no surgió la literatura. Los criterios etimológicos de que la literatura es principalmente escritura aparecen cuando esta (la escritura) es entronizada por los grupos dominantes como el principal medio de coerción ideológica; hecho que en la actualidad los medios de comunicación electrónicos, en muchos aspectos, ha vuelto anacrónico.

Por tanto, la etimología no puede darnos la significación ni el sentido de la literatura, sino apenas el origen de su nombre. La literatura ágrafa, oral y colectiva se ha practicado y se practica en todos los países del mundo. Cuenta Menéndez Pidal que Carlomagno dio la orden para que los cantos bárbaros y antiquísimos de los francos fuesen aprendidos de memoria para que no se perdieran para las generaciones venideras. Y explica: «Entre las varias formas de arte existente, hay una forma de arte tradicional en la que el gusto literario es profundamente colectivo. El autor de cada obra es anónimo por esencia, porque él, individuo, se sumerge en la colectividad. Por esta forma de arte tradicional y anónimo, comienzan históricamente todas las literaturas».

Esta literatura fue trasmitida por generaciones de padres a hijos, y poco a poco se fue especializando el narrador. Surgieron los haravicus incaicos, los kantule panameños, los Minnesänger alemanes, los juglares, trovadores y bardos de la Edad Media, los shair persas, los scop de los antiguos teutones, los aedos griegos, y posteriormente los escritores. Y la literatura que produjeron estos narradores y cantores populares es inmensa y rica, y su poder de sugestión y belleza compite vigorosamente frente a la literatura moderna con todos sus recursos técnicos y conocimientos lingüísticos. Incluso, como sostiene Albert B. Lord, «no hay ninguna duda ahora de que el autor de los poemas homéricos fue un poeta oral. La prueba se encuentra en los mismos poemas». Y la oralidad fue también el sustento creativo de la literatura fantástica de la Biblia, el Mahabharata, el Corán, el Popol Vuh, las sagas escandinavas, la literatura griega clásica, etc. Pero lo que nos interesa en este apartado es la literatura tradicional de los pueblos indígenas amazónicos, cuyas características iremos desentrañando.

La fuente escrita
Para el estudio de la literatura indígena amazónica existen dos fuentes principales: la narración oral y directa de los integrantes de la comunidad nativa en su mismo idioma, y las recopilaciones y traducciones hechas por curas, antropólogos, lingüistas y profesores, y publicadas comúnmente bajo el apelativo de supersticiones, mitos o leyendas. Nos hemos servido de esta última fuente porque el trabajo de campo excede nuestras posibilidades, y porque las recopilaciones publicadas en lengua española o bilingüe forman parte ya de la literatura indígena amazónica.

De poco nos sirven los datos de los cronistas españoles al referirse de pasada a lo que consideraban creencias paganas. Ni tampoco los textos que, desde la publicación de Leyendas y supersticiones amazónicas (1881) de Juan Barboza Rodríguez, se refieren al anecdotario mestizo y rural ribereño. Recién en este siglo comienzan las verdaderas recopilaciones más o menos sistematizadas y abarcadoras. Tenemos, por ejemplo, una amplia gama de publicaciones acerca de las naciones indígenas de la familia lingüística Pano, con recopilaciones y reelaboraciones de Ulises Reátegui: Creencias, mitos y leyendas (1990); Francisco Odicio Román: Mitología Chama (1969) y Mitos y Leyendas de los Kikin Juni (1988); André-Marcel d’Ans: La verdadera biblia de los Cashinahua (1975); Gregori Estrella: Cuentos Cashibos I y II (1977); Wistrand Robinson: La poesía de las canciones cashibo (1976); James Loriot: Textos shipibos (1975); César Calvo: Las tres mitades de Ino Moxo (1981); Danilo Sánchez Lihón: Mil y una hogueras (1991); Luis Urteaga Cabrera: El universo sagrado (1991); etc.

De la nación Ese-Eja conocemos Con la voz nuestros Viejos antiguos (1984) de María Chavarría Mendoza. De los quechuas amazónicos tenemos: Francisco Izquierdo Ríos: Pueblo y bosque (1975); Juan Marcos Mercier: Nosotros los Napu-runas (1979); Juan Ortiz de Villalba: Sacha pacha (1976) y Había una vez en la selva (1983); Christa Brauch: Textos en el quechua del Pastaza (1975); Filemón Tuanama: Cuentos folklóricos de los quechuas de San Martín (1981); Alessandra Folleti: Cantos de amor y de guerra (1987), y las múltiples publicaciones realizadas desde el Ecuador por la editorial Abya-yala y los refranes, sueños, poemas y cuentos quechuas publicados por el CIEI-CICAME.
De la familia Jíbara: Rafael Karnstein: Mitos de los indios jívaros (1919); José Jordana: Mitos e historias aguarunas (1974); José Guallart: Poesía lírica aguaruna (1979) y Antología de prosa narrativa aguaruana (1980?); Siro Pellizaro: Cantos de amor de la mujer achuar (1981); Lucía Chumap: Duik Múun (1979); Gerhart Fast: Cuentos folklóricos de los achual (1976); John Tuggy: Textos candoshi (1975); Mary Hinson: Cuentos folklóricos de los candoshi (1976), etc.

De las naciones Orejón y Secoya tenemos: Pai y Mai (1990) de Juan Marcos Mercier; Textos folklóricos de los orejón (1977) de Daniel Velie. Y de la familia Arahuaca: Pascual Alegre: Tashorintsi, tradición oral machiguenga (1979); Ricardo Alvarez: Los piros: leyendas, mitos, cuentos (1960); Vicente de Cenitagoya: Los machiguengas (1943); Andrés Ferrero: Los machiguengas (1967); Stefano Varese: La sal de los cerros (1973); Mario Vargas Llosa: El hablador (1987); Joaquín Barriales: Los mashcos hijos del Huanamei (1970); Harold Davis: Cuentos folklóricos de los machiguenga (1968); José Alvarez: Los mashcos en la antigüedad (1958), etc.

Si hemos citado una cuarentena de títulos, no es exagerado afirmar que existen varios centenares de textos publicados como libros y otros incluidos en revistas y diarios, cuya cita requiere un trabajo bibliográfico superior y actualizado del de Ana María Espinola y Miguel Angel Rodríguez (Amazonía Peruana Nº 3, 1978), incluyendo los libros publicados en idioma extranjero, las recopilaciones difíciles de hallar el Instituto Lingüístico de Verano (conocemos su amplísima Bibliografía 1946-1986, recopilada por Mary Ruth Wise en 1986) y las que en la actualidad realizan lingüistas, antropólogos y profesores.

Al respecto, no olvidemos las sabias palabras del poeta Ernesto Cardenal: «Algún día nos daremos cuenta de que la poesía más grande de América es la de nuestros indios. Mucha de la mejor poesía de América pertenece a tribus ya extintas o confinadas en las espesas selvas del Amazonas o el Orinoco».
Por ello, pese a las buenas recopilaciones o recreaciones, la verdadera producción de la literatura indígena solo será creación de los propios indígenas, quienes, sin perder su esencia cultural, sabrán recoger y aquilatar las influencias de otras culturas, hasta lograr producir, con la fuerza de sus rebeldías, pasiones, sabiduría e imaginación creadora, uno de los mejores aportes a la cultura popular de nuestro continente.

El relato mítico
¿Pero qué tipo de sub-género o especie literaria es el relato mítico? ¿En qué se parece al cuento o al relato, o acaso a la novela o la epopeya, y cuáles son sus características específicas que lo hacen único y diferente de otras especias literarias? ¿Pueden crearse relatos míticos en la actualidad, distintos de los tradicionales?
A estas alturas de las reflexiones sobre literatura indígena, parece lógica la obligación de responder a tales preguntas. Sin embargo, todavía me resultan difíciles las respuestas debido, en primer lugar, a que la naturaleza del mito posee tantas ventanas abiertas que desafían cualquier afirmación definitiva; y en segundo lugar, porque el problema de los géneros sigue siendo una polémica irresoluble dentro de la literatura.
Pero podemos continuar boceteando aproximaciones y definir conceptos más o menos claros como un recurso pedagógico que nos permita, bajo bases comunes, comprender los aspectos cuestionados de los relatos míticos.

Lo primero que podemos hacer es discriminar el relato mítico (donde descansan propiamente los contenidos míticos) de las canciones, himnos y dramatizaciones indígenas. De este modo nos limitaremos al aspecto puramente narrativo, alejándonos de sus elementos poéticos y teatrales. Hemos utilizado el término relato y no cuento, porque el primero posee una acepción general y plasticidad para adecuarse a diversas formas narrativas breves. En cambio el cuento, pese a que también acepta la generalidad del relato y, en sus formas antiguas, eran idénticos, ha adquirido en la actualidad un estatus propio, posee características específicas e incluso técnicas y recursos que le han dotado de autonomía y distanciado de sus antecesores.

Obviamente el relato mítico carece de las cualidades del cuento moderno, y sólo elementos accidentales pueden darle la estructura y síntesis de este último, especialmente si se trata de una buena traducción y una versión mejorada. El agregado mítico al relato sólo nos aclara la especificidad del sub-género. Es decir, si el sub-género es el relato, y si el relato pude ser fantástico, humorístico, histórico, etc., decir relato mítico sólo significa que se trata de relatos cuyo contenido es mítico.

Las características del relato mítico son, en principio, las de cualquier relato en general. La diferencia en su forma, tema y mensaje es dado por el contenido mítico, la habilidad del narrador oral y las costumbres tradicionales y vigentes en el acto de narrar. Un relato mítico narrado oralmente por un indígena a su comunidad es en realidad el fragmento de una larga narración cuyos hechos, personajes y desenlaces no siempre se corresponden y parecieran guardar una inexplicable incoherencia. Pero aquí radican precisamente sus características originales. La fragmentación de las historias (se narra un relato, y luego se pasa a otro, y así sucesivamente), pese a su relación y vertebración interna (a veces los mismos hechos y los mismos personajes), son tratados generalmente con entera libertad, de modo que el relato sólo posee autonomía en la medida en que la versión del narrador se lo permita. Los personajes no siempre cumplen el papel de personajes. Pueden existir sólo como pretexto y no como sujeto; de modo que si nos interesamos por la suerte de determinado personaje podemos quedar desencantados cuando comprobamos que ha desaparecido sin explicación alguna.

Cambia el desarrollo de la historia, y cambia también el desenlace. La versión del narrador es importante, pero también lo es la necesidad interna de la comunidad. Al fin y al cabo, la literatura indígena es expresión de su imaginación verbal, de sus sueños, esperanzas y necesidades materiales.

Esta incoherencia narrativa, junto a la mutabilidad de la acción y el desenlace, así como la fragilidad existencial de los personajes y la fragmentación de la historia, representan las características más resaltantes del relato mítico. Todo depende de la versión del narrador oral. En cuanto esta versión se hace escrita, las reglas de juego cambian.

Respecto de los temas del relato mítico, tenemos algunas constantes fáciles de destacar: cosmogónicas, cuando se narran las relaciones –generalmente humanizadas– de los astros y el universo; de origen, cuando asistimos al nacimiento del hombre, y en general de los seres vivos; y cuturales, cuando se describe la aparición de las técnicas que el hombre inventa para «conquistar» la naturaleza, como la agricultura, la pesca, las viviendas, etc.

Esta tipología es general y pedagógica. Cada una de estas constantes  produce subdivisiones que las hacen más específicas y originales. Ninguna es pura. Más bien se encuentran interrelacionadas y en algunos casos la única forma de nominarla es destacando el factor dominante. Es decir, si nos encontramos con relatos míticos que son cosmogónicos, de origen y culturales al mismo tiempo, es señal de que la especialización del relato aún permanece en proceso.

Podríamos agregar a esta primera clasificación otra de naturaleza menos general, en la que el tema se confunde con el carácter de la narración: humorística, aquella que amalgama la sonrisa con la carcajada delirante; fantástica (en su acepción antigua), cuando intervienen seres sobrenaturales, mágicos e irreales; fábulas, cuando los animales reemplazan al hombre en su protagonismo; histórica, compuesta por hechos violentos o pacíficos determinantes en la vida de los pueblos; sociales, aquellas que reflejan y expresan las formas de vida social y los modos de ejercitar el poder y el derecho; costumbrista, referido a los hábitos y tradiciones de los pueblos, etc.

Evidentemente, el relato mítico abarca muchos más aspectos de los que la antropología atribuye al mito. El relato mítico no sólo explica ordenadamente el origen del hombre y del mundo; también lo recrea, se contradice, imagina situaciones que van más allá de la simple necesidad de explicarse las cosas y, en sus momentos más brillantes, adquiere la autonomía respecto de su función primera.

El relato mítico, en esta última acepción, representa la narrativa general de los pueblos indígenas amazónicos. Desde este punto de vista, el relato mítico sólo pude ser expresión –tradicional o novedosa– de los pueblos indígenas. Y ello se debe a que, como dijimos anteriormente, no se trata de especificaciones literarias puras, sino que todas ellas están atravesadas por el componente mítico esencial señalado en la primera clasificación. Los relatos míticos humorísticos, fantásticos, de fábula, históricos, sociales, costumbristas, etc., se encuentran teñidos de características míticas cosmogónicas, de origen o culturales, lo que los hace exclusivos de los pueblos indígenas.

Cuando el relato mítico (de naturaleza originalmente oral) se convierte en literatura escrita, ya sea por obra de recopiladores y traductores, y se traslada de la lengua nativa al castellano, es forzado a adquirir otra estructura narrativa, lo cual, en lugar de limitarlo o anularlo estéticamente, debería elevarlo a los niveles de comunicación  que la versión oral sí sabe procurarle.

Respecto de la literatura indígena escrita en la misma lengua nativa, es poco lo que podemos decir. En algunos casos sólo se puede hablar de una escritura incipiente. En la mayoría, en cambio, pese a la existencia de gramáticas y diccionarios de las decenas de lenguas indígenas, pese a las traducciones y a los maestros bilingües (los que en realidad sólo hablan el castellano), es inexistente. Esta obra sólo puede ser tarea de los propios indígenas. De modo que, de momento, no podemos referirnos más que a las traducciones en español.

En principio, debemos distinguir que así como la oralidad exige una determinada estructura narrativa, sometida a las características y necesidades del habla, igualmente la escritura exige sus formas y la sujeción a sus propias tradiciones, aquellas que han producido lo mejor de la literatura universal. Esto explica por qué las versiones escritas de los relatos míticos publicadas de modo literal y con resonancias fonéticas o pedagógicas, nos parecen tan probres, aburridas y monótonas. En cambio las versiones realmente literarias, que transforman el relato mítico en narraciones solventes con las mismas o parecidas características del cuento moderno, son verdaderas joyas de arte que nos sorprende y deslumbra, y nos introduce maravillados en la imaginación verbal de los pueblos indígenas.

Si toda traducción es una traición, tanto mejor si es útil a la literatura. Los recopiladores tienen la obligación de lucirse como escritores antes que como cajas de resonancia desafinadas. Sólo la literatura produce literatura. Es decir, hay que rendirse siempre ante la palabra creadora.

(Tomado del ensayo Letras Indígenas en la Amazonía peruana).

Hostal Amor, de Cayo Vásquez

Javier Garvich / Lima

Posiblemente, la mejor novela escrita en el 2006. Y, como suele suceder en el Perú, de las más desconocidas para todos nosotros. Frente al anecdotismo personal, al pirateo de la crónica periodística y al eruditismo posero al que es tan afecta nuestra literatura criolla; Hostal Amor de Cayo Vásquez evidencia lo que muchos pensamos: Que la literatura amazónica es la más viva, festiva y erotómana de la literatura peruana.

Más que una novela, Hostal Amor es una serie de historias reunidas en torno a la cada vez más extendida costumbre de asistir a los hostales y moteles nocturnos. De manera (demasiado) ordenada el autor primero te expone –por separado- la vida y diabluras de cada personaje (heteros y homosexuales) para luego exponer un tercer capítulo donde ambos acuden a un hostal  sea para desfogarse animalmente, sea para descubrir el sexo, sea por mera obligación contractual.

Porque la gran belleza de este libro es esa diversidad dentro de la unidad, es cómo desde los burdeles de Iquitos uno puede percibir la extraordinaria multiplicidad de una sociedad, incluyendo sus miserias cotidianas. Sin necesidad de hacer un ensayo sociológico, Cayo Vásquez nos dibuja la excitante cotidianidad de la urbe amazónica.

¿Y con qué se encuentra uno en la novela? Pues con prostitutas adolescentes que desde los infiernos de la violencia familiar buscan una salida hacia la felicidad, con hoscos policías homófobos que añoran otras épocas, con amores colegiales que escapan del pajerismo, con jovencitas alienadas que sueñan las veinticuatro horas del día con irse al extranjero, con homosexuales tan fervientemente católicos como exitosamente empresarios, con estudiantes de informática que ejercen de noche el meretricio de lujo, con hombres de mediana edad que desean gozar su teórica segunda juventud, con extranjeros que vienen a practicar el turismo sexual, con jóvenes desempleados convertidos en fletes para sobrevivir… Y no hemos llegado a la mitad de la lista.

Pero, ojo, esto no es la nave de los condenados. En Hostal Amor hay también rasgos de humanidad: Sean los amores de la tercera edad, aquella apuesta por una nueva oportunidad por disfrutar la vida; sea la prostituta enamorada que busca un hombre que la saque del negocio, a sabiendas que casi no hay.
Igual diversidad se da en los escenarios donde transcurren los encuentros furtivos, deseados o negociados por las parejas. Un muestrario que va del puticlub mugriento a los hoteles de alto standing. Allí están los prostíbulos de carretera, cada uno con su propia historia, que reflejaban en su trayectoria los recientes sacudones sociales del Perú (el boom del petróleo, la entronización del narcotráfico, la espiral de la violencia política). O esos burdeles pobretones, tristes, con olor a cigarrillo, a axila y a cerveza. Allí no escasean las peleas a botellazos entre los clientes, mientras las putas viejas se disputan patéticamente los clientes y tanto policías como delincuentes imponen alternativamente su ley.

Allí están también esos hoteles céntricos de doscientos dólares la noche, cuyas cuatro estrellas no les impide que menores de edad bien torneadas ingresen directamente a las suites, previa comisión. Y, claro, las discotecas de moda convertidas en antesalas de los burdeles, alimentando una tremenda oferta de sexo que se le ofrece al visitante al margen de las autoridades y sus hipócritas discursos.

Capítulo aparte son determinadas escenas que producen un contundente impacto: Como cuando describe cómo son las fiestas de la DEA –célebres por sus ensaladeras rebosantes de cocaína y marihuana-  donde circula el licor más caro, la droga más pura y la prostitución más fina; peligrosísima combinación que se traduce en muertes por sobredosis, masivas broncas de sujetos alcoholizados y explosiones de violencia gratuita contra cualquier población vulnerable. Si uno quiere conocer la magnitud de nuestra semicolonialidad, Hostal Amor es un muy buen indicador.

Sin embargo, Cayo Vásquez no es un cronista meramente documental y descriptivo, ni mucho menos. Cada capítulo es un jugoso manejo del lenguaje, más jugoso si cabe dado el material expuesto. No hay ni obsesión por la morbosidad ni dramones románticos. Tampoco encontrarán aquí ese estilo frívolo que banaliza todo lo que toca, y a la que es tan afecta nuestra literatura capitalina. Cayo trabaja un lenguaje crudo, que prima el discurso en primera persona, por lo cual cada personaje se desnuda a sí mismo, te comparte sus prejuicios y sus sueños. El final apareamiento en el hostal es un encuentro/ desencuentro/ enfrentamiento planteado entre dos. Se acude al coloquialismo pero con precisión, dándole color a la narración. El relato de la seducción de Verenice (una adolescente cuyos sueños los tamiza con lo que le dice la realidad) por Jorge (un abogado cincuentón, casado y con hijos) está hecha a cámara lenta, paso a paso, con una técnica tan bien lograda que todos leemos las páginas con prisas forzadas esperando ver cómo termina esta historia.

Y, ojo, tampoco encuentren finales tremendos. La vida cotidiana de los mortales no ha de ser tan abundante en noticias de la prensa amarilla. La vida sigue, continua en la abundancia de nuestros días. La vida no se acaba en un coito, ni mucho menos en una pelea de pareja. Las cosas suceden.

En el Iquitos que pinta Cayo Vásquez  se respira un ambiente de fiesta, de vida intensa, de color, de juventud y, obviamente, de sexo. Las pulsaciones del sexo se transmiten en todo momento por las calles y las avenidas, en las comidas y los tragos de la selva, en la manera de hablar, en los encuentros de amigos en los parques. Esa festividad natural es recibida con extrañeza y asombro por los extranjeros, entre ellos los limeños. Eso se refleja con una poderosa nitidez en la historia de Diego, un arquitecto limeño que viaja ocasionalmente a Iquitos por motivos de trabajo: Una narración cronometrada hora por hora -como de un Joyce súperacelerado- relata el transcurrir de este profesional con plata que nos cuenta cómo se repite su estupor frente al paisaje amazónico: El calor sofocante, la festiva espontaneidad, el color como un personaje más de la ciudad, la veneración por sus mujeres. Y todo eso dentro de una perspectiva limeñocéntrica y machista. En ese ejercicio de extrañamiento, Cayo nos indica esas peculiaridades que forman la amazonía dentro del imaginario colectivo de buena parte de los peruanos.

Además, Hostal Amor es un texto con muchas lecturas: Es literatura erótica pero también literatura social, alterna la narración personal de las andanzas sexuales de cada uno con fogonazos que nos remiten a la más sincera denuncia política: El inicio sexual de una adolescente de 13 años que terminará de querida de un congresista, el yanqui adicto a los psicotrópicos y que, enamorado de la Amazonía, se convierte también en adicto al turismo sexual. Las historias privadas se convierten en retratos de la sociedad en un alarde vargallosiano de novela total.

¿Es todo esto real? En una parte del libro los personajes –una prostituta ocasional y su caficho- aluden, sin nombrarlo, al autor de Hostal Amor y al propio libro. Dicen de él que es un borracho mentiroso y que busca tirarse a las hembras sin pagar. Un guiño autobiográfico que marca ese espacio ambiguo entre ficción, verosimilitud y verdad. Ese espacio propio e íntimo de los grandes relatos.

Solo me queda recomendar este libro con entusiasmo. Un libro que nos ofrece la vida, alegre, compleja, fresca pero sobretodo celebrada. Un libro que se disfruta pero del cual se aprende.  Se aprende a querer. Y no solo a querer a las personas, también a querer a Iquitos, a querer a nuestro país.

Nuevas letras en Yurimaguas


César Arias, Roger Rumrrill, Roger Hurtado.

Roger Hurtado Mas / Yurimaguas

El Grupo Cultural Bubinzana se funda en el año1960 en la ciudad de Iquitos, cuyos integrantes fueron: Roger Rumrrill, Javier Dávila Durand, Pedro del Castillo, Jaime Vásquez Izquierdo, Teddy R. Bendayán Díaz, Manuel Túnjar Guzmán. Este grupo generacional fue altamente contestario contra la explotación del agricultor y de los depredadores de la flora y la fauna de la Amazonía peruana. El Grupo Bubinzana publicó una revista llamada SURCOS que salió solamente un número y no volvió a salir más. Este grupo tuvo mucha vigencia en la década del 60 y luego se diseminó en forma individual desarrollando cada escritor su creación literaria. En los primeros años de la década del 70 este grupo estaba en las postrimerías de su protagonismo en Iquitos.

El 21 de junio de l969 el suscrito refunda el Grupo Cultural BUBINZANA y preside esta Institución y acompañan los siguientes profesores jóvenes: Roger Venegas Segura, Ida Casanova Bartra, Elba Arévalo González y Andy Chu. Meses después se integraron al grupo Fernando Fernández Flores, Quirino Vásquez Pita, Marco Antonio Vásquez, Juanita Yalta, Carolina del Aguila Valdivia, Fernando Arévalo Flores y José Ramos Bosmediano.

 La revista BUBINZANA aparece en el mes de setiembre del año 1969 con poemas de Roger Rumrrill, Javier Dávila Durand y Pablo Neruda. Bubinzana literariamente significa «Canto Mágico de la  Selva» y fue un órgano que estuvo dirigida por Roger Hurtado Mas; como jefe de redacción Roger Venegas Segura, coordinador de la revista Fernando Fernández Flores y en la ilustración Quirino Vásquez Pita.
 Esta revista literaria de la amazonía peruana desde el año l969 a 1971 se editaron 11 números teniendo corresponsalías en el extranjero y a nivel nacional.

 En esta revista se publicaron sus poemas los poetas extranjeros tales como: Leopoldo Sedar Senghor, David Diop, Jean Joseph Rabearrivelo, Birago Diop, Alfonso Fonseca, Homero Aridjis, José Emilio Pacheco, Amelia Saeig, Gonzalo Arango, Jean Aristeguieta y Agustín Cortés Gaviño. Entre los poetas y narradores nacionales fueron: Roger Rumrrill, Javier Dávila Durand, Jorge Najar, Germán Lequerica, Fernando Fernández Flores, Miguel Angel Rodríguez Rea, Pedro Arteaga, Eduardo González Viaña, José Ramos Bosmediano y Rogelio Gallardo.

 Las actividades culturales del Grupo BUBINZANA tuvieron mucho auge y audiencia desde su fundación realizando conferencias, presentación de libros como del poeta  Pedro del Castillo Bardales «Noche de Guardia», la escenificacion de la obra «La Multa», exposiciones pictóricas como la del pintor Oscar Allain Cottera, recitales de poesía de poetas de la amazonía como también de poetas nacionales que nos visitaban. El grupo Bubinzaana tuvo una amplia colaboración con la Inspectoría de Cultura de la Municipalidad de Yurimaguas, realizando actividades culturales como la creación de la Semana del Libro que tuvo mucha acogida en la poblacion y estudiantado. Así también asesoramos al municipio en la adquisición de libros para la Biblioteca Municipal que se convirtió en una de las mejores de la amazonía peruana.

El poeta Pedro del Castillo Bardales decía: «Ser bubinzano es una manera de ser, es una condición humana, una manera de comportarse. La gente sentía de una manera especial de sentir al mundo. No fue un movimiento, una generación, sino una manera de ser, una sensibilidad humana».

Este grupo cultural que tuvo una amplia acogida en la ciudad de Yurimaguas y de la amazonía peruana como también a nivel internacional, logró en parte de crear una auténtica cultura amazónica. Tal fue la efervescencia cultural que tuvo este grupo que en la población había un ambiente poético en el cual en su mayoría hablaban de poesía y del arte amazónico.

 Los jóvenes profesionales en la educación se contagiaron de las actividades culturales que desarrollaba el grupo Bubinzana y fue así que los bubinzanos Fernando Fernández Flores y Carolina del Aguila Valdivia formaron un grupo teatral llamado «Boom Teatro Independiente», y representaron obras teatrales como «Un cierto tic tac» de Sebastián Salazar Bondy, «Un secreto bien guardado» de Alejandro Casona, «La autopsia» de Manuel Buenaventura, «Un viaje feliz» y «Una larga cena de navidad» de Thorton Wilder, «La metamorfosis» de Franz Kafka y «El último diente» de Julio Ramón Ribeyro.

 Este elenco teatral estuvo conformado por profesores que concitó una gran acogida y esta actividad dio a lugar a fortalecer la cultura en Yurimaguas y ser los iniciadores de una corriente teatral que en los ultimos años Yurimaguas fue el centro de la escenificación a nivel nacional.

El realismo maravilloso de la selva

Roger Rumrrill García / Iquitos

En el prólogo de El cuento peruano 1980-1989, una compilación imprescindible, Ricardo González Vigil, su autor, destaca cronológicamente los brotes generacionales en el itinerario de las formas narrativas en el siglo XX peruano.

Uno de esos brotes emergió hacia 1934 y 1935. En este periodo, de acuerdo con el destacado estudioso de la literatura peruana, se produce el tránsito del regionalismo tradicional hacia una nueva narrativa: el realismo maravilloso o mágico de José María Arguedas, Ciro Alegría, Arturo D. Hernández y Francisco Izquierdo Ríos y el neorrealismo urbano.

En un breve ensayo titulado «Una trocha para la literatura amazónica» (Shupihui, Iquitos, 1981), nosotros hemos estudiado este periodo en su vertiente amazónica, sobre todo a partir de la aparición de la revista Trocha en Iquitos, en setiembre de 1941, que marca el surgimiento de una generación de escritores importantes oriundos de la región amazónica, los trocheros literarios de la Amazonía.

No son muchos, pero son como la sal de la tierra: Juan E. Coriat, César Lequerica Delgado, Víctor Morey, César Calvo de Araujo, Humberto del Aguila, Arturo Burga Freitas, Arturo D. Hernández y Francisco Izquierdo Ríos.

De todos estos autores, Arturo Burga Freitas es quien posiblemente estuvo más cerca de lo que, en nuestra opinión, debe ser el gran sujeto de la narrativa amazónica de las nuevas generaciones: el mito y la cosmovisión indígena como una alternativa de recreación de uno de los valores fundamentales de la cultura popular amazónica. Tanto en Ayahuasca como en Mal de gente y sobre todo en sus relatos acerca de la cosmogonía del pueblo shipibo, Burga explora y recrea desde los límites de su concepción occidental y desde la formalidad acartonada de una prosa recarga-damente adjetival y una estructura lineal, el universo indígena amazónico que penetra con todo su poder transformador, como la naturaleza amazónica que se recicla perennemente en los predios de la realidad de hoy.

Tanto Arturo D. Hernández como Francisco Izquierdo Ríos nos proponen una visión de descubrimiento y asombro del universo amazónico. En ambos casos, este universo está dominado por fuerzas extrañas y misteriosas y penetrado por el mito y la brujería. La fatalidad con un peso cósmico marca el destino de cosas y hombres.

Sin embargo, Izquierdo Ríos resuelve este dilema y aparente dicotomía a partir de la asunción de lo social como respuesta a las fuerzas ciegas y vitales de la naturaleza instintiva y del determinismo histórico. Para este autor, más allá de los poderes misteriosos e incomprensibles, están las fuerzas y los conflictos sociales, desviando o enderezando el cauce de las vidas individuales de las gentes o colectivas de los pueblos.
En sus obras, la injusticia social que ahoga los días de sus personajes, marginales y cálidamente humanos, no es el resultado de un orden natural irreversible, sino el producto de relaciones de dominación social y económica impuestas por los mismos hombres y las cuales es preciso cambiar a través de la rebeldía organizada.
 En sus hermosos y sencillos cuentos para niños, la maldad social no es inmanente a la conducta humana, sino que es producto de la desigualdad social y económica, curando por lo sano el riesgo de una concepción maniquea del bien y del mal.
Izquierdo Ríos no solo propone la menos exotista y tremendista visión de la realidad amazónica, tentación en la que sucumbieron muchos escritores de la misma generación, sino que en su afán de huir de los monstruos de la antiliteratura a veces camina al mismo borde del prosaísmo. Sin embargo, su instinto de lo popular y su olfato y sensibilidad poética le salvan oportunamente. Izquierdo Ríos y Hernández nos aportan la primera visión integradora de la realidad amazónica, desde la única perspectiva de la que es posible aproximarse a la realidad totalizadora: la vida arquetípica de sus personajes, míticos como Sangama o prosaicamente cotidianos como Pablo Lucero.

En el mismo prólogo que hemos citado, Ricardo González Vigil pone de relieve los principales aportes narrativos peruanos de los años 80, entre estos: «el Realismo Maravilloso, donde destacan el arribo -por fin- a una narrativa amazónica cabalmente desde adentro (los cuentos de Rumrrill y Panaifo, y las novelas Las tres mitades de Ino Moxo y otros brujos de la Amazonía de César Calvo y El hablador de Mario Vargas Llosa; sorprendentemente, este último por fin se identifica con la óptica popular ajena a la «modernidad occidental».

En efecto, desde la aparición del Grupo Bubinzana, en el Iquitos de los años 70, y del Grupo Urcututu, en los 80, así como de otros movimientos culturales en Pucallpa, Tarapoto, Moyobamba, Rioja, Puerto Maldonado, en toda la Amazonía se ha estado dando un proceso de decantación del viejo selvismo y paisajismo que caracteriza aún a la literatura regional amazónica.

En este lapso se ha producido una notable confluencia, además, entre las dos grandes vertientes temáticas de la literatura en la Amazonía: lo mítico y lo social. La realidad amazónica de hoy no es -irremediablemente- la que novelaron Arturo D. Hernández y Francisco Izquierdo Ríos.

Ahora coexisten y se infiltran entre sí dos realidades que en el pasado parecían antagónicas en la Amazonía: lo rural y lo urbano. La urbe refracta al mundo rural y viceversa.

Lo mítico y lo social, evidentemente, no son opciones antagónicas. Al contrario, la totalidad de la realidad amazónica solo puede ser entrevista y vislumbrada desde estas opciones y perspectivas. En consecuencia, la postulación de una cultura popular amazónica, así como de una literatura amazónica pasa por la confluencia de estas dos grandes vertientes.

Revista Peruana de Literatura n° 6


Hablar de literatura loretana implica hablar de tantos amigos que se dedicaron -y aún se dedican- a estudiar la copiosa bibliografía amazónica, y más aun, a estudiar la enorme literatura oral de los pueblos indígenas. Y no solo amigos loretanos. 


Baste recordar en estos momentos al profesor Roberto Bedoya, impulsor del Programa Bilingüe intercultural en la universidad, ya fallecido, o al poeta y crítico Manuel Marticorena Quintanilla, quien durante años viene recopilando información para su corpus pedagógico sobre Historia de la literatura amazónica. 


A esto hay que añadir los trabajos que desde la antropología, la historia y los estudios interculturales vienen aportando muchos intelectuales para conocer y comprender la vasta literatura de la selva. 


Cuántos niños, como yo, han forjado su imaginación con Sangama, la entrañable novela de Arturo Hernández. Cuánta imaginación desbordada en los relatos de los asháninkas, boras, huitotos y cocamas, y esa fabulación extraordinaria de jíbaros y aguarunas, solo por mencionar a algunos pueblos, que construyen un universo propio dentro de la literatura peruana. Un universo con otras lenguas, es verdad, pero igualmente legítimo que las otras literaturas que atraviesan nuestra patria, como la hispana o quechua. 


Nuestro amigo Luis Hernán Ramírez solía defender la tesis de la literatura amazónica que empezaba con los textos de cronistas y misioneros españoles, como el cura loco Gaspar de Carvajal que «había visto» gigantes, pájaros que hablan y amazonas guerreras en su periplo por la selva. 


En todo caso, la tradición es más larga y perdura en las venas de los viejos y nuevos narradores. Un escritor de la talla de Germán Lequerica lo entendió así y, además de poesía, incursionó en la narrativa con temas actuales y también indígenas, con la misma solvencia que lo hiciera Luis Urteaga Cabrera con la literatura shipiba. 


En fin, las opciones son variadas para mostrarnos el mosaico de vida loretana, tan rico como entrañable, como la amistad de grandes escritores cuya alegría desenfrenada le dio color a la literatura, tal es el caso de Arnaldo Panaifo Texeira, un fauno de las letras, para quien estas palabras son un homenaje y un reconocimiento a su labor creadora y a su espíritu indomable. 


I N D I C E


LORETO, UN RIO DE LITERATURA
Especial de literatura loretana


.Loreto en su literatura (Manuel Marticorena)
.La literatura indígena amazónica (Ricardo Virhuez Villafane)
.Muestra de literatura indígena
.Clásicos de la literatura amazónica
.Manuel Marticorena: “Desde niño admiré la selva”
.El realismo maravilloso de la selva (Roger Rumrrill)
.Nuevas letras en Yurimaguas (Roger Hurtado Mas)
.Grupo Trocha / Grupo Bubinzana /Grupo Urcututo / Grupo Javier Heraud
.César Calvo (Danilo Sánchez Lihón)
.Rómulo Paredes/ Jenaro Herrera / César Calvo Araujo / Humberto Del Aguila / Arturo Hernández / Armando Ayarza / Javier Yglesias / Walter Meza Valera / Jorge Runciman / Carlos Germán Amézaga / Fabriciano Hernández / Miguel A. Rojas / Moisés Bendayán / René Navarro Dosantos / César Arias Ochoa / Erwin Rengifo / Wilder Rojas / Fernando Fonseca / Karen Morote / Andrés Sicchar / Eleazar Huansi / Martín Reátegui / Sui Yun / Julio Nelson / Manuel Mosquera / Pedro Del Castillo / Arnaldo Panaifo / Luis Urresti / Germán Lequerica / Teddy Bendayán / Jaime Vásquez Izquierdo / Carlos Fuller / Armando Almeida / Beder Chávez


CLASICOS:
EL RETOÑO, de Julián Huanay.
Centenario del nacimiento de Julián Huanay
Por: Luis A. Abanto


AUTORES:
.Roberto Reyes Tarazona
.Mary Soto
.Eduardo González Viaña


IDEAS:
.”El carácter chicha en la cultura peruana”, por Javier Garvich
.”Tareas del escritor socialista”, por Juan Cristóbal
.”Escritores peruanos en Hamburgo”, por Julio Roldán

Walter Pérez Meza y su cuentística


Walter Pérez Meza rodeado de estudiantes pucallpinos.

Carlos Alberto López Marrufo / Pucallpa

La definición de cultura en nuestra región Ucayali aún no ha logrado integrar y estructurar una concepción y sentir holísticos, limitándose sólo a aquello que esté relacionado con diversidad, de la que, por cierto, debemos sentirnos orgullosos, aun cuando sólo es una parte de la identidad cultural.
Procuramos, mayormente, mirar en la diversidad y riqueza culturales de nuestra región una oportunidad de ingresos económicos que, si bien incrementa el erario regional, transforma la mentalidad del poblador de a pie, haciéndola utilitaria y mercantilista.

En este sentido, la literatura, por ser una actividad artística poco rentable, pues se ha restringido su éxito y aceptación a la cantidad de lectores de una obra determinada y, en consecuencia, a la cantidad de libros vendidos, ha perdido protagonismo en la formación de la identidad regional, siendo en realidad la primerísima fuente de cultura en el mundo.

Walter Pérez Meza, de la misma manera que sus compañeros del grupo “Maldita Boa”, considerando aspectos bastante precisos en cuanto a los componentes básicos de toda obra literaria, ha sabido volcar en su cuentística todo aquello que forma parte del entorno cultural del poblador ucayalino, e incluso amazónico, así, el mundo que representa en sus creaciones se ve nutrido por su horizonte de experiencias: experiencia con el léxico, experiencias de vida y experiencias lectoras, pero aquí habría que añadir su experiencia con la pluma.

El mundo representado en una obra está conformado por la expresión empleada en ésta, las formas de vida representadas, los personajes y su simbología y el ambiente representado. Todos estos elementos se pueden hallar en la obra del preclaro artista motivo de este artículo y es precisamente mi objetivo explicar cómo, de manera acertada, confluyen en su narrativa.

La expresión sencilla y amena representada en Semilla de Mëraya, La Cushma, El Emperador Invisible, Sueño de Ayahuasca o Morir en Pucallpa, accesible para todo lector, pues evita la complejidad en la sintaxis y el uso de tecnicismos y cultismos inapropiados y hasta odiosos, es enriquecida con regionalismos, como tullpa, Fanita, ñahuinchándote, playabuches, shontolones, tambo, patco, huinshita, etc., y vocablos propios de la lengua shipiba, bari, oshë, shitonti, rononbari, chaikoni y otros, acercándonos a nuestras raíces. La corrección gramatical o social de los términos queda en un muy postergado plano.

Las formas de vida, es decir, de relaciones sociales, familiares, tecnología, vestido y relaciones laborales o productivas, están también plasmadas en los diferentes cuentos. La Cushma, por ejemplo, habla de la poligamia permitida en el pueblo shipibo; La Virgen Cocama trata de la aptitud para el matrimonio en el caso de las mujeres indígenas cuando llegan al momento de la menarquia. También nuestro autor considera costumbres propias del pueblo mestizo ucayalino, pues cuando Pérez Meza recrea sucesos en tiempos cuya bonanza estaba ligada al narcotráfico, como en El Emperador Invisible, surgen el machismo, la infidelidad; la prosperidad, la lucha por el logro de ideales y la decepción, según sea el tema, como en Sorpresa, también están contemplados. Obtenemos datos, también, acerca de usos tan comunes como el empleo del huito, la canoa, el machete; el consumo de masato o de ayahuasca y la práctica de actividades económicas como la caza o la pesca. Lo que explico en este párrafo está íntimamente vinculado al quehacer y modos de vida del lector ucayalino.

Ahora bien, qué significan, entre otros, oshë, bari, los mëraya, los chaikoni, todos vitalizados en cuentos como La risa de Oshë, Ani Tshiati o Semilla de Mëraya. Pues de hecho no son sólo lo que la traducción nos dice. Son seres divinizados o entronizados en sublimes asientos por la mente del poblador indígena shipibo. Son personajes cuya significación es trascendente y profunda, nacen del alma y de la mente del hombre ucayalino, pues son fuente de vida y conductores del destino.

Pero no es nuestra región únicamente indígena, también es mestiza, por esto es que el Loco Pashanashi de Morir en Pucallpa, Diznarda, cuyo nombre provee el título al cuento que protagoniza, Hiroito Cashú Isuiza del Emperador Invisible, Teodoro y Aquiles de Balada de la canoa,  la viuda Carmicha de De Josefina a Cleopatra, la insaciable Shiquiña de La Shiquiña o Tula y Jaimito de La Fe de los cojudos son personajes que simbolizan la frustración, la alegría, la traición, el arribismo, el amor ciego, la resignación, la intriga, la explotación, la pobreza y la inteligencia, realidades de las que todo lector de nuestro pueblo está rodeado.
Ríos como el majestuoso Ucayali, la agreste selva y cochas hermosas son parte de los ambientes rurales presentados por Walter Pérez en sus cuentos, sino leamos Semilla de Mëraya, La Cushma, El Guía, Panchito o La Risa de Oshë, la descripción magistral de estos paisajes no puede causar más que asombro y amor por nuestra tierra ucayalina. Lugares tan familiares como el Hospital de Pucallpa, Yarinacocha, Nuevo Bagazán, la guarnición del Pijuayal, Tocache, Baguanisho, el cine Rex, Contamana o una parrillada, los podemos encontrar y transitar por ellos en La oración final, El chejo Pizango, La Sorpresa, Las Runamulas o La Blusa Hindú.

Sin duda, entonces, Walter Pérez Meza es, a través de su cuentística, un soporte, una columna importante y sólida que desde la literatura contribuye a la formación y consolidación de la identidad cultural regional del pueblo ucayalino, atrevámonos a sumergirnos en su prosa y vivir la aventura de una obra exquisita, plena de todo lo conocido y desconocido de nuestra selva, sí, atrevámonos.