jueves, 1 de marzo de 2012

Noche de guardia

Ricardo Virhuez Villafane / Lima


Los 18 poemas que integran el libro Noche de guardia (publicado e Iquitos en 1970) son suficientes para ubicar a Pedro del Castillo (Yurimaguas, 1930) dentro de una tendencia ajena a la literatura amazónica: la de la ternura.


 Poesía limpia de retórica adjetiva, sus imágenes emergen de los utencilios médicos y del dolor de los enfermos. Pero su sensibilidad no parte de un complejo de culpa médico que pudiera explicar esta emoción, sino de un corpus social bastante amplio: "la miseria tiene nombre/ y apellido/ en la barriada", y "un buen día/ estallará/ sin dejar el menor/ rastro/ del polvo sobre el polvo". 


Su poema Diagnóstico del desamparo es un dramático testimonio de comprensión y solidaridad con el dolor humano. No todo es, tampoco, soledad abrumadora del sufrimiento individual. El poeta médico comprende y comparte las vicisitudes de su propia actividad: "¡Cómo me gusta/ el aire/ mezcla de pus y cloroformo!". Y más adelante: "Aquí me complemento/ en cada antípoda./ Aquí siento la vida/ tal como es./ ¡Aquí me siento ser!". 


Cada día es un duelo contra la muerte. El dolor constante encallece el alma, pero la poesía la redime. Al final, no hay salvación para nadie. A diferencia de César Vallejo, el dolor no es parte de la alegría, sino el antecedente del fin. Del Castillo deja de lado entonces toda ternura, y el conocimiento del dolor humano, en lugar de iluminarlo, lo derrota. El poema Suicidio resume su última visión del mundo: "Y muy tarde será cuando comprenda/ que su hora final está llegando/ que el hombre/ incomprensiblemente/ está matando al hombre". El drama social se vuelve personal. La suerte está echada y han sido cerradas puertas y ventanas. Es el destino.

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