La descontextualización de los personajes legendarios es una técnica tan antigua como recurrente. Casi todos los personajes mitológicos de la antigüedad han sido traídos al presente, o a la urbe, para vivir aventuras nuevas. Es lo que ocurre con El chullachaki en la otra selva, relato de Gustavo Rodríguez, en el que el divertido chullachaqui de pie chueco, burlón, gracioso y extraviador por excelencia, es traído a Lima convertido en poco menos que un monstruo maligno y demoníaco.
La historia es sencilla y coherente: un niño descubre que su vendedor de tacachos en el mercado de Magdalena es nada más y nada menos que un chullachaqui urbano, y todo apunta a convertir en clímax el encuentro de ambos. Con esmerada paciencia, el autor va entretejiendo los detalles, las sospechas y las dudas para el decisivo encuentro, que culmina con la fortuita derrota del maligno ser. Una bien dosificada dosis de suspenso y una prosa envolvente convierten este relato en una obra interesante.
Sin embargo, algunos detalles insignificantes, pero de importancia en el desenlace y la verosimilitud de la historia, son dignos de destacar. La historia gira alrededor del popular plato de tacacho, que el autor describe así: “El tacacho es un plato de la selva hecho de plátano verde que es frito en manteca, y que luego es chancado con una piedra. A esta masa se le añaden trocitos de chicharrón, y con ella se forma una bola caliente, crujiente y olorosa” (p.8). Esta es una descripción inexacta de dicho plato, pues el tacacho se hace con plátano asado (a la parrilla, nunca frito) y se le añade el chicharrón derretido y sal. De otra parte, jamás he visto en ninguna ciudad amazónica que se le chanque con una piedra; los morteros de madera abundan incluso en Lima. Si pensamos que este es un detalle sin importancia, tal vez no lo sea si alguien describe el cebiche peruano como una mezcla de pescado frito y limón, por ejemplo. Resulta inverosímil respecto de su referente. O forzado, por decir lo menos.
Este cambio del referente le sirve al autor para dos cosas: 1) exponer al vendedor-chullachaqui como malignamente diestro en el manejo del cuchillo (al cortar hábilmente los plátanos para freír y hacer los tacachos), y 2) al exponer ese cuchillo, durante el desenlace, como prueba de la existencia y presencia del maléfico ser poco después de intentar raptar al joven protagonista de la historia. Es decir, sin el cambio del referente, el cuchillo hubiera sido imposible de ser presentado y llevar la carga simbólica de la malignidad.
Otra modificación es el significado del mismo chullachaqui: este divertido personaje, juguetón empedernido y extraviador por naturaleza en los relatos orales ribereños de nuestra Amazonía, adquiere resonancias demoníacas y terroríficas: el intento de rapto y la presencia del cuchillo le dan cualidades e intenciones sangrientas (la portada es clarísima al respecto), algo totalmente alejado de su significado original.
Finalmente, el referente amazónico (el tacacho tentador, el maligno chullachaqui) es apartado del mundo urbano. No se integran. Hasta el mismo tacacho es reemplazado por un ordinario sándwich. Como si la “barbarie” hubiera sido aplastada por la ciudad moderna y civilizada.
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