viernes, 2 de marzo de 2012

A Samarem


Rómulo Paredes González / Chiclayo




Distinguido compatriota
soberano de una selva impenetrable,
soberano de una tribu poderosa,
soberano de cien ríos turbulentos
que se estiran, se retuercen y se enroscan
que se estiran y retuercen en el bosque
–constrictores y epilépticos– como boas...


Distinguido compatriota,
errabundo peregrino de los montes inhollados,
cazador de horribles fieras, que las domas
con tu fuerza y tu destreza, con tu arrojo
y el desprecio por la muerte bienhechora,
que te han hecho tan temible
y te han dado tanta fama y tanta gloria...


Samarem, querido jefe:
Samarem, amo del bosque: distinguido compatriota:


Hace tiempo que quiero hablarte, hace tiempo que deseo
transmitirte mis ideas y contarte mis congojas.
Has dejado la montaña, y de pie sobre el barranco
has tenido sobre mi hombro, con mirada cariñosa,
tu potente y viril brazo que abre el agua con el remo,
y como un titán coloso, taja el bosque con la trocha.


Quiero hablarte en este día como amigo y como hermano,
día hermoso, fecha magna en que el pueblo conmemora
cincuenta años de existencia, que han pasado como pasan
nubes negras cabalgando por encima de tu fronda.


Ha llegado ya el momento de mis tristes confidencias,
de mis quejas y mis muchas confesiones dolorosas;
de que te hable con el alma, frente al río en que te meces
frente al bosque donde moras;
donde sólo predominan las verdades –las verdades,
que aunque amargas, son, en cambio, salvadoras.


Y es por eso que a tu lado te platico gravemente,


Samarem, querido jefe,
distinguido compatriota:
Samarem, amo del bosque:
Samarem: escucha y llora...


Egoístas y ambiciosos, medio siglo hemos perdido
dominando con audacia la montaña más remota,
y un ideal sólo ha movido nuestros duros corazones,
un ideal: el de la goma;
y en pos de ella hemos bregado con tesón y con bravura,
escribiendo en cada sitio una acción grande y heroica;
pero el crimen, siempre el crimen malogró esas odiseas,
y la leche, blanca y pura, la volvimos sangre roja.


Muchos indios –tus paisanos– han caído
por saciar ambiciones en la lucha desastroza,
carne humana desvalida, que avergüenza y que sonroja,
siempre hambrientos y desnudos, sin cariño y sin justicia,
más que esclavos, más que parias, son espectros, son ilotas...


Samarem, no te avergüences,
Samarem, escucha y llora...


Samarem, el río engaña. No es la fuerza directiva
la corriente de sus aguas turbulentas y traidoras.
Surca, surca; no te bajes: río abajo está el infierno,
río abajo están los hombres destrozándose en Europa;
río abajo están tus amos –monos sabios con levita–,
vanidosos y enfatuados con insignias irrisorias,
con insignias encarnadas,
cual la sangre de mi raza, antes fuerte, y ya en derrota;
vanidosos y enfatuados con sus puestos,
pobres puestos de molicie y de deshonra,
que arrancan adulando, con bajezas e influencias,
olvidando que la historia
gravemente nos afirma, que un caballo ha sido Cónsul:
el caballo de Calígula cuando fue señor de Roma...


Samarem, amo del bosque;
Samarem, suspira y llora...


Nunca vengas, nunca bajes ese río traicionero:
siempre sean estas tierras, para ti, tierras ignotas,
a las cuales, la calumnia, el más vil mercantilismo,
las injurias y la holganza fuertemente las azota.
Qué hallarías si vinieras, hallarías otra tribu,
inferior a la que guías: tribu hipócrita y de idiotas,
sin moral y sin conciencia, imitando solamente
de los pueblos superiores, las maldades y las ropas....
Ni un solo hombre que nos guíe hasta hoy en la jornada:
los problemas más sagrados nadie, nadie los afronta;
la política mezquina nos absorbe por completo,
nos seduce, nos empuja, nos arrastra, nos inmola...


Surca, surca. Nunca bajes, Samarem, querido jefe:
es mejor que a este pueblo de albañales no conozcas.
Río abajo están los vicios, río abajo la injusticia,
río abajo, las maldades y la escoria...


Samarem, no te avergüences;
Samarem, escucha y llora...
Samarem, amo del bosque,
distinguido compatriota:


Cuando vengas, ven altivo, a exigirnos la justicia
que negamos a los indios que hoy se explotan,
–ayer fuertes, ayer grandes y felices,
y hoy esclavos e ilotas.
Si conquistas aspiramos, ven, conquístanos mañana;
ven y arranca nuestra historia,
cuyas hojas están llenas
de vergüenzas y derrotas.
El gobierno de flechas que domine las bajezas;
el gobierno poderoso de tu brazo, que se imponga;
y así habría patria buena, patria grande;
así habría paz, trabajo y progresos y reformas;
solo así se alcanzará hermosa sobre el gran montón de ruinas
y desastres y despojos, la esperada y nueva aurora...


Samarem, amo del bosque,
distinguido compatriota;
Samarem, no te avergüences.


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Rómulo Paredes González (Illimo, provincia de Chiclayo 1877 - Chiclayo 1961), abogado y periodista, fue dueño del diario El Oriente y escribió con los seudónimos de Monsieur Treville, Conrado Sifuentes y El pobre Balbuena, destacado por su poema A Samarem (1918). Escribió también los poemas Dentro del bosque (1915), Cauchera (1915) y Coshpa (1918). Debido a su poema A Samarem, fue perseguido por las autoridades locales y tuvo que huir de Iquitos.

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