jueves, 1 de marzo de 2012

El charapa Humberto Del Águila

Humberto Del Aguila.
Roger Rumrrill / Iquitos

Un hombre bajito, vivaz, de perfil azoriniano, que fue soldado en el Río Napo a los 17 años, y luego, contumaz político y habilísimo “croniqueur”, es uno de nuestros buenos pero olvidados escritores: Humberto del Águila Arriaga, risueñamente conocido por la bohemia limeña del veinte como el “Charapa”.

          Del Águila nació en la hacienda Pipos, una remota propiedad familiar ubicada en el límite entre los departamentos de Loreto (por aquellos días todavía San Martín no existía como departamento) y Amazonas, en 1893. Estudiante de la Universidad de San Marcos en 1913, compañero de aula de Raúl Porras, Edgardo Rebagliatti, Bustamante y Cisneros, abogado, Del Aguila es hombre de biografía desconcertante : “Tenía quince años. Los consejos y habilitación de un poderoso comerciante español hicieron que me decidiese a abandonar mi hogar y los estudios, y me lance a la Selva, de pronto me encontré como jefe de más de cien hombres que habían llegado siguiendo a ruta que les trazaron los treinta y dos puntos de la rosa de los vientos”.

 Una página que parece de Kipling
          “El Collar del Curaca, de Humberto del Águila, página que parece arrancada a un libro de Rudyard Kipling”  escribió en 1926 en “La Hoguera”, José Santos Chocano. El autor de “Alma América” no hacía sino reafirmar el juicio general sobre la obra narrativa de del Aguila, cuya prosa llena de ornamentos, de admirable lujo verbal y precisa adjetivación le colocan muy cerca de los mejores modernistas. No en balde uno de sus más admirados modelos fue Ventura García Calderón, a quien conoció en las circunstancias más extrañas.

          Corría el año 1923, Ventura García Calderón, convertido ya en mentor del modernismo peruano, fue un día atacado con acrimonia por Manuel Bedoya. A del Aguila le pareció que la ofensa inferida a su maestro sólo era posible borrar en el campo de honor. Mandó sus padrinos a Bedoya, y, horas después, se pactaba el duelo a sable. De ese lance, el “charapa” guarda un recuerdo indeleble: una cicatriz en el rostro. Años más tarde García Calderón fue el embajador cultural de varios escritores loretanos y, en especial, de del Aguila, presentándole a la Editorial Aguilar, de Madrid, donde ha publicado su hermosa colección de “Cuentos Amazónicos”.

          Devorado por la política y el periodismo, el talento narrativo de Del Aguila se consumió en la fugaz y mañanera crónica, en ese vivir a salto de mata de la política criolla, que le restó sistema y sosiego a su labor creadora. No obstante, para sus contemporáneos, para cualquiera que ahora lea sus cuentos, del Aguila es un escritor que, como pocos maneja el idioma con una donosura singular y, privilegio de unos cuantos, sabe llevarnos como un mago por esas realidades inéditas que son materia de sus densos, originales cuentos.

          La mayor parte de la producción del “charapa” permanece inédita. Guarda dos novelas.: “La Selva Llora por Dentro” y “La Novela de un Pueblo”   que pretende ser el resumen novelado de la historia del Perú. Si su obra narrativa es prácticamente desconocida en el país, su producción dramática lo es más aún, siendo ésta importante. Con “Caminos de Luz”, obtuvo el Primer Premio en el Concurso Latinoamericano convocado con motivo del Centenario de la Batalla de Ayacucho, así como con “Rebelión en el Paraíso” el Premio Nacional de Teatro correspondiente a 1957. Otras piezas son: “La Dama Blanca”, el único drama de valor literario ambientado en la amazonía peruana; “Las Abandonada”, que fue estrenada en 1922 por la compañía de Carlos Revoredo.

 Crónica de guerra desde el Napo
          En el semanario “Loreto Comercial”, los lectores de Iquitos empezaron a leer, desde principios de enero de 1910, unas crónicas firmadas por un soldado de 17 años apellidado del Águila que, en el Río Napo, y en medio del traqueteo de los fusiles, se daba tiempo de escribir épicos informes sobre los choques entre tropas peruanas y ecuatorianas. Asi comenzó la larga trayectoria periodística de Humberto del Águila quien, a partir de 1914, perteneció a la redacción de “La Crónica”. Poco tiempo después estuvo en “El Perú”, triario dirigido por Luis Fernán Cisneros y Víctor Máurtua. Con Andrés Aramburu, Felix del Valle, Dario Eguren Larrea y Vinatea Reinoso, fundaron en 1920 el hebdomadario “Mundial” donde empezó a escribir sus famosas “Cartas de Rucio” columna que con afilado humor zaheria el cretinismo político. En “La Noche”, de Gastón Roger, pseudónimo de Ezequiel Balarezo Pinillos, firmaba la sección denominada “El chisme del Día”. Esta misma publicación le envió en 1937 al Congreso de Periodistas de Chile. Más tarde estuvo de codirector en “Universal”, con Enrique Bustamante y Ballivián y Jorge Fernández Stoll. Sus últimas actividades periodísticas las realizó en “La Prensa”, diario en el que trabajó cerca de diez años, hasta 1956.

 Con Mariátegui: una gran amistad
          En Lima, en su casa de Petit Thouars, Del Aguila nutre su ancianidad con el recuerdo de famosos amigos, sus libros y el calor hogareño. Compañero generacional de Abraham Valdelomar, José Santos Chocano, José María Eguren, el “Charapa” participó de la bohemia de su época en forma intensa. “Chocano iba siempre a visitarme en la redacción de “Mundial” –dice– de ahí salíamos con otros amigos a perdernos en la noche limeña. Recuerda a Eguren: ”Era muy fino en todo y muy silencioso. Cuando hablaba, siempre lo hacía sobre arte, pintura o poesía”.

          Con Mariátegui, a quien conoció en 1911, estuvieron en el baile de Norka Rouskaya en el cementerio, que escandalizó a toda Lima. “Mariátegui —evoca—  era bajito, tenía la pierna derecha enferma. El rostro pálido y unos ojos negros, hermosos. Hablaba con voz atiplada y discutía mucho. Era inteligentísimo y un gran lector”. La amistad con el Amauta fue entrañable. Juntos trabajaron en “El Tiempo”, en 1917, y parte del 18. Luego formaron “La Razón”, que hacia oposición a Leguía y a Pardo.

          Las recientes promociones de escritores desconocen la obra de este magnífico descriptor del paisaje amazónico (“La Selva, bajo el Sol de enero, se llenaba de flores y de aromas. Todo tenía exuberancia de vida. En las hojas de las palmeras, abiertas como grandes abanicos, los guacamayos hundían el curvo pico en el moño de las hembras y lanzaban al viento su grito monótono”), que,  a los 74 años, pleno de lucidez y juvenil energía, como el curaca Tupán de uno de sus más notables relatos, se yergue contra el tiempo y el pertinaz olvido  de las nuevas generaciones.

Publicado en el diario Expreso el 2 de abril de 1967


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