Ricardo Virhuez Villafane / Lima
Cuando en 1918 Rómulo Paredes (Chiclayo 1877-1961) publicó el poema A Samarem, la conmoción entre los lectores fue tan grande que, aparte del escándalo, estalló un poceso judicial en su contra. El poema no posee el lenguaje fino ni el estilo esforzadamente elegante del modernismo, sino la fuerza y el idealismo de una presencia romántica. En él Rómulo Paredes denuncia el genocidio cauchero contra campesinos e indígenas. Y algo curioso: llama "tribu hipócrita y de idiotas/ sin moral y sin conciencia, imitando solamente/ de los pueblos superiores, las maldades y las ropas" a los grupos de poder (comerciantes, clérigos y militares) que gobernaban Iquitos. También difería el trato a los indígenas: entonces tratados poco menos que como animales, esta vez son compatriotas, heroicos y honestos. El aspecto anecdótico sólo refuerza el compromiso político de Paredes. Sobrepasando las ilusiones de la Sociedad Indigenista gestada en Lima, y adelantándose a Mariátegui, corta de tajo los afanes del poder criollo y fuertemente feudal para proclamar que sólo un gobierno de los indígenas (o desde ellos) podrá construir un país grande. Su distinción no es, sin embargo, racial o étnica, sino clasista: el indígena en tanto parte mayoritaria de los trabajadores. Rómulo Paredes fue perseguido y amenazado de muerte, y tuvo que huir de Loreto. Era juez, y como tal denunció el genocidio (30 mil muertos en menos de 20 años) del cauchero Julio C. Arana. Por su parte, como tantos héroes y rebeldes indígenas, Samarem lo fue de los huambisas. Su lucha contra los caucheros y los curas fue heroica, y el poema escrito en su memoria tiene múltiples sentidos: ensayo de un estilo romántico y rebelde, testimonio de una época de terror semifeudal y heroismo campesino (entre nativos y mestizos ribereños), necesidad del poder para un pueblo agraviado, precursor del indigenismo amazónico que no tuvo seguidores en Loreto, y mucha valentía para escribir las cosas claras, entre otros. El poema A Samarem es un canto fraternal y único. Por su espíritu honesto y decidido, rebasa las intenciones provincianas y mesocráticas de casi toda la poesía amazónica posterior. Ni Lequerica ni Almeida, los más claros poetas amazónicos, se atrevieron a tanto. Pablo Macera lo hizo en una de sus tantas y contradictorias declaraciones al decir que en el Perú el poder debían tenerlo los indios. Pero Rómulo Paredes no aportó una nueva sensibilidad ni experimentó una nueva estética. Su visión intelectual superó a su intuición artística. Para la amazonía, sin embargo, fue fundador de la poesía social e iniciador de una propuesta cuya osadía sigue siendo una incitación y un reto.
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