viernes, 2 de marzo de 2012

El realismo maravilloso de la selva

Roger Rumrrill García / Iquitos

En el prólogo de El cuento peruano 1980-1989, una compilación imprescindible, Ricardo González Vigil, su autor, destaca cronológicamente los brotes generacionales en el itinerario de las formas narrativas en el siglo XX peruano.

Uno de esos brotes emergió hacia 1934 y 1935. En este periodo, de acuerdo con el destacado estudioso de la literatura peruana, se produce el tránsito del regionalismo tradicional hacia una nueva narrativa: el realismo maravilloso o mágico de José María Arguedas, Ciro Alegría, Arturo D. Hernández y Francisco Izquierdo Ríos y el neorrealismo urbano.

En un breve ensayo titulado «Una trocha para la literatura amazónica» (Shupihui, Iquitos, 1981), nosotros hemos estudiado este periodo en su vertiente amazónica, sobre todo a partir de la aparición de la revista Trocha en Iquitos, en setiembre de 1941, que marca el surgimiento de una generación de escritores importantes oriundos de la región amazónica, los trocheros literarios de la Amazonía.

No son muchos, pero son como la sal de la tierra: Juan E. Coriat, César Lequerica Delgado, Víctor Morey, César Calvo de Araujo, Humberto del Aguila, Arturo Burga Freitas, Arturo D. Hernández y Francisco Izquierdo Ríos.

De todos estos autores, Arturo Burga Freitas es quien posiblemente estuvo más cerca de lo que, en nuestra opinión, debe ser el gran sujeto de la narrativa amazónica de las nuevas generaciones: el mito y la cosmovisión indígena como una alternativa de recreación de uno de los valores fundamentales de la cultura popular amazónica. Tanto en Ayahuasca como en Mal de gente y sobre todo en sus relatos acerca de la cosmogonía del pueblo shipibo, Burga explora y recrea desde los límites de su concepción occidental y desde la formalidad acartonada de una prosa recarga-damente adjetival y una estructura lineal, el universo indígena amazónico que penetra con todo su poder transformador, como la naturaleza amazónica que se recicla perennemente en los predios de la realidad de hoy.

Tanto Arturo D. Hernández como Francisco Izquierdo Ríos nos proponen una visión de descubrimiento y asombro del universo amazónico. En ambos casos, este universo está dominado por fuerzas extrañas y misteriosas y penetrado por el mito y la brujería. La fatalidad con un peso cósmico marca el destino de cosas y hombres.

Sin embargo, Izquierdo Ríos resuelve este dilema y aparente dicotomía a partir de la asunción de lo social como respuesta a las fuerzas ciegas y vitales de la naturaleza instintiva y del determinismo histórico. Para este autor, más allá de los poderes misteriosos e incomprensibles, están las fuerzas y los conflictos sociales, desviando o enderezando el cauce de las vidas individuales de las gentes o colectivas de los pueblos.
En sus obras, la injusticia social que ahoga los días de sus personajes, marginales y cálidamente humanos, no es el resultado de un orden natural irreversible, sino el producto de relaciones de dominación social y económica impuestas por los mismos hombres y las cuales es preciso cambiar a través de la rebeldía organizada.
 En sus hermosos y sencillos cuentos para niños, la maldad social no es inmanente a la conducta humana, sino que es producto de la desigualdad social y económica, curando por lo sano el riesgo de una concepción maniquea del bien y del mal.
Izquierdo Ríos no solo propone la menos exotista y tremendista visión de la realidad amazónica, tentación en la que sucumbieron muchos escritores de la misma generación, sino que en su afán de huir de los monstruos de la antiliteratura a veces camina al mismo borde del prosaísmo. Sin embargo, su instinto de lo popular y su olfato y sensibilidad poética le salvan oportunamente. Izquierdo Ríos y Hernández nos aportan la primera visión integradora de la realidad amazónica, desde la única perspectiva de la que es posible aproximarse a la realidad totalizadora: la vida arquetípica de sus personajes, míticos como Sangama o prosaicamente cotidianos como Pablo Lucero.

En el mismo prólogo que hemos citado, Ricardo González Vigil pone de relieve los principales aportes narrativos peruanos de los años 80, entre estos: «el Realismo Maravilloso, donde destacan el arribo -por fin- a una narrativa amazónica cabalmente desde adentro (los cuentos de Rumrrill y Panaifo, y las novelas Las tres mitades de Ino Moxo y otros brujos de la Amazonía de César Calvo y El hablador de Mario Vargas Llosa; sorprendentemente, este último por fin se identifica con la óptica popular ajena a la «modernidad occidental».

En efecto, desde la aparición del Grupo Bubinzana, en el Iquitos de los años 70, y del Grupo Urcututu, en los 80, así como de otros movimientos culturales en Pucallpa, Tarapoto, Moyobamba, Rioja, Puerto Maldonado, en toda la Amazonía se ha estado dando un proceso de decantación del viejo selvismo y paisajismo que caracteriza aún a la literatura regional amazónica.

En este lapso se ha producido una notable confluencia, además, entre las dos grandes vertientes temáticas de la literatura en la Amazonía: lo mítico y lo social. La realidad amazónica de hoy no es -irremediablemente- la que novelaron Arturo D. Hernández y Francisco Izquierdo Ríos.

Ahora coexisten y se infiltran entre sí dos realidades que en el pasado parecían antagónicas en la Amazonía: lo rural y lo urbano. La urbe refracta al mundo rural y viceversa.

Lo mítico y lo social, evidentemente, no son opciones antagónicas. Al contrario, la totalidad de la realidad amazónica solo puede ser entrevista y vislumbrada desde estas opciones y perspectivas. En consecuencia, la postulación de una cultura popular amazónica, así como de una literatura amazónica pasa por la confluencia de estas dos grandes vertientes.

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