viernes, 2 de marzo de 2012

Kantos de ishpingo, de Gloria Dávila


Ricardo Ayllón / Chimbote

Tengo la absoluta certeza de que Kantos de ishpingo es una de las mejores vías para conocer a una mujer apasionada por los temas que constituyen el eje de su entorno social. Pero al hablar de entorno social, no me refiero necesariamente al tratamiento público de una problemática colectiva y popular, sino a la representación dolida y personal de las laceraciones sufridas por la naturaleza de la selva peruana, producto de aquella globalización desenfrenada que no a todos trata por igual.

Gloria Dávila reside en Tingo María (selva del Perú) y, desde ese ámbito, consigue transmitirnos los componentes de su personalidad mediante un arte que acude a diversos elementos de la cultura mundial, buscando una voz que se unifique en un sentimiento exclamativo y frenético. Este modo de ayudarse con la concepción existencial de culturas en apariencia irreconciliables, como la hindú, griega, quechua y amazónica, evidencia, sin embargo, la conciencia de reclamar equidad a la globalización mediante una suerte de concilio universal de orden espiritual que, de por sí, es una de las más bellas formas de hacerle frente al pragmatismo cosmopolita.

De este modo la poesía, que –sin embargo– no sólo es búsqueda de belleza expresiva sino también el resultado de las diversas estéticas experimentadas por el creador, constituye aquí un planteamiento frecuente para examinar algunas de las regiones más visitadas por la sensibilidad humana. Entonces Gloria sabe dispersarse en una técnica que apuesta por la libre disponibilidad de la expresión, casi siguiendo las palpitaciones de un corazón que danza y exclama en el idioma de la autenticidad espiritual. Lo que nos suena a caos y desorden expresivo, no es otra cosa que la libre voluntad de “decir”, de darle gusto a la emoción creativa más allá de imposiciones académicas castrantes y desmotivadoras.

De allí la certeza en catalogar a estos poemas como “kantos” (nótese la alegre arbitrariedad en la manera escribir esta palabra), pues ése parece ser el objetivo de la poeta: recurrir solo a las pulsaciones, al danzarín que todo lector lleva dentro para dejarse contagiar por una lluvia de palabras que, sea cual fuere el tema que trate, contiene la orquestación de un respiro rítmico, llevado por la mano encendida de la creadora.
Finalmente, Gloria Dávila representa a aquellos poetas cuya expresión despide el aroma de la profusión de lecturas, y es por ese camino que se entiende también el aparente desconcierto en la organización del discurso. Su manera festiva de legar imágenes es la invitación a una danza de sensaciones (más allá de las interpretaciones) nacidas en la variedad lectural, y eso es lo que hay que tener en cuenta a la hora de aproximarse a estos Kantos de ishpingo que pueden danzarse bajo una lluvia de pájaros y fuego.


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