Ricardo Ayllón / Chimbote
Tengo la absoluta certeza de
que Kantos de ishpingo es una de las mejores vías para conocer a una
mujer apasionada por los temas que constituyen el eje de su entorno social.
Pero al hablar de entorno social, no me refiero necesariamente al tratamiento
público de una problemática colectiva y popular, sino a la representación
dolida y personal de las laceraciones sufridas por la naturaleza de la selva
peruana, producto de aquella globalización desenfrenada que no a todos trata
por igual.
Gloria Dávila reside en Tingo
María (selva del Perú) y, desde ese ámbito, consigue transmitirnos los
componentes de su personalidad mediante un arte que acude a diversos elementos
de la cultura mundial, buscando una voz que se unifique en un sentimiento
exclamativo y frenético. Este modo de ayudarse con la concepción existencial de
culturas en apariencia irreconciliables, como la hindú, griega, quechua y
amazónica, evidencia, sin embargo, la conciencia de reclamar equidad a la
globalización mediante una suerte de concilio universal de orden espiritual
que, de por sí, es una de las más bellas formas de hacerle frente al
pragmatismo cosmopolita.
De este modo la poesía, que
–sin embargo– no sólo es búsqueda de belleza expresiva sino también el
resultado de las diversas estéticas experimentadas por el creador, constituye
aquí un planteamiento frecuente para examinar algunas de las regiones más
visitadas por la sensibilidad humana. Entonces Gloria sabe dispersarse en una
técnica que apuesta por la libre disponibilidad de la expresión, casi siguiendo
las palpitaciones de un corazón que danza y exclama en el idioma de la
autenticidad espiritual. Lo que nos suena a caos y desorden expresivo, no es
otra cosa que la libre voluntad de “decir”, de darle gusto a la emoción
creativa más allá de imposiciones académicas castrantes y desmotivadoras.
De allí la certeza en
catalogar a estos poemas como “kantos” (nótese la alegre arbitrariedad en la
manera escribir esta palabra), pues ése parece ser el objetivo de la poeta:
recurrir solo a las pulsaciones, al danzarín que todo lector lleva dentro para dejarse
contagiar por una lluvia de palabras que, sea cual fuere el tema que trate,
contiene la orquestación de un respiro rítmico, llevado por la mano encendida
de la creadora.
Finalmente, Gloria Dávila
representa a aquellos poetas cuya expresión despide el aroma de la profusión de
lecturas, y es por ese camino que se entiende también el aparente desconcierto
en la organización del discurso. Su manera festiva de legar imágenes es la
invitación a una danza de sensaciones (más allá de las interpretaciones) nacidas
en la variedad lectural, y eso es lo que hay que tener en cuenta a la hora de
aproximarse a estos Kantos de ishpingo que pueden danzarse bajo una lluvia de pájaros
y fuego.
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