James Matos Tuesta / Tarapoto
¿Sabe usted que es un escuelero? Hasta hace unos días yo tampoco lo sabía. En términos simples, diremos que es un escolar, un alumno primario. Pero, debemos aclarar que se trata de un estudiante de Cuñumbuqui, Lamas, o quizá de la región San Martín, lugar donde se desenvuelve el relato principal y los otros que figuran en la obra Los escueleros y otros relatos de Neder Hidalgo Sánchez (Cuñumbuqui, 1960). Para mi gusto personal, hubiese añadido al final del título el gentilicio amazónico (como este comentario), pues todos los relatos ocurren en el distrito de Cuñumbuqui: selva peruana.
Los escueleros y otros relatos tiene un ligero símil con el libro de cuentos de José María Arguedas, titulado Agua, donde consigna como uno de sus cuentos a “Los escoleros”, donde también tienen papel protagónico los escolares.
La narrativa amazónica siempre ha tomado como referente, principalmente, al departamento de Loreto, región donde mejor se ha desarrollado la literatura y la poesía de la región selvática, desmarcándose a mucha distancia de las regiones de Ucayali, Madre de Dios y Amazonas. Sin embargo, debemos indicar que de la región San Martín, desconocemos casi en su totalidad su producción intelectual antigua y contemporánea, y no porque no haya existido o no exista, sino tal vez porque geográficamente está más vinculada a Cajamarca, La Libertad y Lambayeque, que de sus pares Loreto, Ucayali y Madre de Dios. Los íconos sanmartinenses de las letras, siguen siendo el saposoíno Francisco Izquierdo Ríos y el moyobambino Jenaro E. Herrera, desarrollando ambos, actividades tanto en Iquitos como en Lima.
Es por eso, que nos alegra enormemente conocer el trabajo de Neder Hidalgo Sánchez, quien desde las profundidades de su querida Cuñunbuqui, irrumpe en los dominios de la selva de cemento para mostrarnos su opera prima.
Sus más de cincuenta páginas se leen de un tirón. No solo por su lenguaje sencillo y directo –sin complicaciones ni palabras rebuscadas–, sino porque desde los primeros párrafos, los relatos subyugan al lector, y Neder, apelando a su propio testimonio infantil nos introduce progresivamente a su terruño para luego concentrarse en la escuela de varones N° 1205. Es aquí donde transcurren los tres principales relatos de la obra. Los textos restantes giran alrededor de Cuñumbuqui.
La obra de Neder produce diversas sensaciones. A veces nos hará sonreír, otras veces entristecer y no pocas veces reflexionar, pero jamás perderemos el interés por seguir leyendo. El autor tiene un buen dominio del idioma, y esto se lo debemos a que tiene la formación de docente, pero además es periodista y abogado. En sus páginas, el autor recorre desde las travesuras escolares, los maestros severos e implacables, el amor infantil, el ambiente amazónico y la solidaridad de los moradores de Cuñumbuqui. Conmueve mucho la historia de “Perlita, la mochilera”, que es el vivo retrato de esos personajes sui generis que inundan toda la Amazonía peruana. Un texto de antología es “El pajarazo de fierro”, relato que ilustra de cómo se vivieron en los alejados poblados amazónicos la llegada de los primeros aviones Satco y Faucett. Otro segmento de antología es cuando uno de los escueleros describe los elementos del escudo peruano: el caballito (la vicuña), el pandisho (el árbol de la quina) y un gusano que está cagando (la cornucopia).
Un texto que provoca sublevarse, es el “Cuentito de marzo”, nombrecito que puede inducir a confusión, pero que retrata crudamente la realidad de los cientos de maestros de las zonas más alejadas del país. No olvidemos que Neder es maestro y lo dice con conocimiento de causa. Este texto nos golpea en la cara para ilustrarnos hasta dónde puede llegar un maestro que tiene una carga familiar pero que no encuentra una plaza para trabajar.
Una crítica que el mismo autor coloca subliminalmente en el texto, es cuánto ha cambiado la metodología de la enseñanza y cuáles son los resultados visibles hoy. Neder escribe: “Nuestra escuela ha cambiado tanto ahora, con sus maestros y sus métodos que también han cambiado. Y no con tan buenos resultados”. “Eran otros tiempos, la disciplina era férrea, durísima, nuestros padres aceptaban la disciplina. Hoy todos son hombres de bien, ¿habrá sido la disciplina?”, se interroga finalmente el autor, y creo que su meditación es válida.
¿Alguna observación a la obra? Todo texto es perfectible. En cuanto a la forma, quizá debió incluirse al final de la obra un glosario con términos amazónicos, siempre pensando en un público más allá del selvático, porque entre charapas nos entendemos, pero un costeño y un andino no entenderían estos términos: sinchipichanas, tisha tisha, quinilla, posheco, pandisho, ishpatero, etc., algo tan natural en los hablantes de la floresta.
Una mención aparte merece el excelente trabajo de edición de la editorial capitalina Pasacalle, que tiene como uno de sus principales méritos, aparte de otros, el de permitir ofrecernos obras del Perú profundo, incluyendo obras de autores amazónicos. Hacemos votos para que no desmayen en esta descomunal empresa.
Debo decir, finalmente, que me alegra compartir esta buena nueva. Cada vez que conocemos la obra de un autor amazónico los selváticos lo celebramos con fruición. Es trabajoso escribir, y escribir bien es más arduo aún, pero publicar un texto, solo algunos mortales pueden contarlo, y que además se difunda la obra, es casi un imposible, por lo que no me queda más que reiterar mis felicitaciones efusivas al autor, y animarle a que continúe por esta trocha inescrutable, y que recuerde siempre, que los amazónicos no solo necesitamos de trabajos de similar factura, sino, que estamos ávidos de escuchar nuestras propias voces.
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