viernes, 2 de marzo de 2012

El día que se hizo noche, de Edgardo Pezo


Javier Garvich / Lima

Edgardo Pezo es un ingeniero forestal que nunca abandonó la literatura y, cuyo trabajo profesional, lo ha llevado una y otra vez por lo largo y ancho de la selva peruana. Premiado varias veces (incluyendo el afamado premio COPE), Pezo nos regala este pequeño recopilatorio de cuentos, todos relacionados con la Amazonía, la misma que se respira en las historias, sea en la más desasosegante intimidad como contado por terceras personas.

El cuento que da origen al título del libro trata sobre la apuesta por la superstitición. Un parroquiano enfermo, consciente de su estado terminal, cobra renovados bríos para vivir autosugestionándose en una leyenda popular que corre rápidamente entre la población: El advenimiento de un tiempo milagroso que sucederá cuando el día se haga noche. Un ambiente de realismo mágico que se cortacircuita a sí mismo.
Lo que no traen los periódicos es un titular inocente y poco ambicioso para relatar una jocosa anécdota de la región: La existencia de un insecto llamado machaca, cuya venenosa picadura es mortal a menos que uno haga el amor antes de las veinticuatro horas. Esa creencia, como supondrán, trae a cuenta propuestas y escenas embarazosas además de más de un equívoco. La leyenda del Machaca, como se ve en el cuento, se conoce desde las selvas del Perú hasta las de Venezuela. Aunque cabe precisar que el celebrado novelista chileno Alberto Fuguet en una de sus sagas de Por Favor, rebobinar alude a esta plaga a la cual les da forma de hormigas. ¿Cuántas historias de leyenda y autoría popular desconocemos y nos son escamoteadas todos los días?

En El cementerio de San Andrés denuncia la indiferencia del capital frente a los recuerdos y a la memoria de la gente. Indiferencia que se alimenta a sí misma y,  en alianza con los poderes fácticos, se convierte en impunidad.

Historias de encuentros y desencuentros se aparecen en varias historias, como si fuera inevitable perder y luego volver a ganar,y nuevamente a perder; eso hay en Recuerdos de Sodoma, donde la mujer largamente recordada y perdida vuelve a personificarse en el momento menos predecible. En los cuentos de Pezo, las cosas, como los ríos de la selva, fluyen incesantemente, una y otra vez. Muy pocas cosas permanecen. O permanecen en tanto recuerdos que uno encuentra y pierde. Esta filosofía del hallazgo se encuentra en Un hijo en la frontera, posiblemente el mejor de todos por la capacidad de, párrafo a párrafo, sorprendemos con las partes nuevas de una vida que se creía ya completada.

Hay, además, relatos que aluden –como no podía ser de otra manera- a las casi infinitas leyendas amazónicas, a la fuerza tremenda de la naturaleza, a los problemas que ha de encarar la mujer en un escenario tan difícil. Relatos pequeños, de fácil lectura y, justo por eso, una extraordinaria puerta para asomarse a la cegadora riqueza de las selvas peruanas, para las cosas buenas y también para los problemas de siempre.

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