jueves, 1 de marzo de 2012

Reportaje a Arturo D. Hernández


Arturo D. Hernández.

Ernesto More / 1957

EL HOMBRE
Arturo. D. Hernández es, en su aspecto físico y en su manera de ser, el menos literato de nuestros escritores porque hasta sus anteojos carecen de esa aureola de pretensión y de suficiencia que suelen tener las gafas de los hombres dedicados al arte de pensar y de escribir. Nada hay en él que proclame el monopolio del pensar y del decir. Hernández es un hombre de la calle, con más aspecto de oficinista que de gente de letras.

          De regular estatura, fornido (se adivina debajo de su camisa blanca un tórax atlético con una expresión poco menos que borrosa en el rostro y cuya mirada tiene cierta vaguedad, Hernández, tímido en el hablar, o mejor dicho, parco en palabras, vacilante casi, no es la mejor figura para la tapa de “Zangala” ni para ex libris de “Selva Trágica”, libros que, en varios idiomas, están dando la vuelta al mundo. Hasta da la sensación de que este hombre ha debido escribir tan valiosas novelas por algo así como por carambola o por chiripa.

          Pero, en cambio, uno se siente muy tranquilamente a su lado, porque en él se advierte la naturaleza de un hombre que cree que la labor de escribir un libro no es mayor que la de recorrer, solo, una senda en el bosque. Esta es la particularidad de todos aquellos —artistas, sabios o escritores— que habiéndose identificado alguna vez (y mejor todavía si es en la infancia), con la naturaleza, .no sienten inclinación a envanecerse ni a jactarse por la senda que han recorrido, sencillamente porque saben que la que tienen por delante es todavía mucho más áspera y difícil.

          La presencia de Hernández sirve de sosiego y de equilibrio. No invita él, como tantos otros, a la esgrima intelectual y a la justa de ingenio y a la confrontación de conocimientos. Uno se siente a su lado como cuando va en el camino con un buen compañero de viaje, discreto y diligente. La selva le ha enseñado a ser así y le ha formado una disciplina. Ya que no es bueno detenerse en la selva para contemplarse. Hay que mirar afuera, hay que tener el oído alerta y las manos y los pies prestos. Hay que pensar en el bosque y no en sí mismo. Tales son las enseñanzas que nos sugiere, silenciosamente, este hombre borroso, pero no exento de cordialidad y de calor humano.

          Y la casa que Hernández es como él; una casa sencilla, casi una oficina, con lo necesario para el trabajo y para obtener la más elemental comodidad. Ni grandes anaqueles llenos de libros ni otros objetos que denoten en él el hombre entregado a la literatura.

          Siendo Coronel en el Cuerpo Jurídico Militar —Coronel en ‘efectivo—, Hernández tampoco tiene un aire militar, el ademán, el acento y el vocabulario que da el cuartel. Tampoco tiene la apariencia de los hombres del Foro y del papeleo. Hernández carece de placa profesional. Es, apenas, un conocedor del bosque.

          Tampoco se podría señalar con el dedo, en el mapa, el exacto lugar en que nació, que se llama “Sintico” (un poblado indígena), porque alguna vez creció de aguas el Ucayali, en cuya orilla se encontraba el poblado, y lo cubrió paternalmente con sus aguas. Hernández sabe que los poblados y las ciudades desaparecen tranquilamente, y esta debe ser, también, una de las razones de su idiosincrasia. Hay quienes dicen con orgullo: aquí nací, aquí está la placa que lo acredita; mi calle se llama de esta manera… En cambio, el lugar en que nació Hernández ya no existe en el mundo. Y no es menos bello por eso, pues por ese mismo lugar discurren ahora las magníficas aguas de un gran río, un verdadero dios.

SU NIÑEZ
 —Nací en la selva y pasé mi niñez y parte de mi adolescencia en ella, en la época del auge de la goma elástica. Mi padre era cauchero y yo, de muchacho, lo ayudaba en las tareas de recolección del látex. Mi padre formó una escuelita para los hijos de los trabajadores, y para regentarla, llamó a un maestro. Yo estudié las primeras letras en esa escuela, al lado de los hijos de esos trabajadores. En realidad, yo he aprendido todo lo que sé, trabajando. Primero, al lado de mi padre, y cuando me quede huérfano, hube de seguir mi Media en Iquitos, como alumno libre, porque tenía que trabajar.

          Cuando escuchamos esta revelación de sus labios, comprendimos la razón de su manera de ser. No es la suya la psicología del hombre cuya niñez fue mecida en la abundancia y en la facilidad, ni la del que ha formado y enriquecido en su mentalidad con conocimientos que le han llovido del cielo. Hernández ha adquirido sus conocimientos mediante el trabajo. No son conocimientos que pueden generar en él vanidad y orgullo vano. Tiene él más bien la conciencia del proletario para quien el conocimiento sin su necesaria aplicación humana, vale tanto como el viento que pasa.

—Cuando la revolución de Cervantes, el año 21, fui tomado conscripto, habiendo ascendido al grado de sargento. Fracasado el movimiento, y tomado yo preso entre otros, me trajeron a Lima. Aquí conocí todos los trabajos. Fui salonero en un buque, trabajé de peón en una chacra, recortando caña; fui, asimismo, peón en una urbanización, donde todo el día me pasaba tirando carretilla. Por último, fui conductor de tranvías. Mis estudios universitarios los hice también trabajando. Durante algún tiempo he sido empleado de estadística en el Hospital Dos de Mayo.

         En este punto, advertimos que Hernández sintió una vacilación y casi un remordimiento de hacer confiado estos secretos.
—¿Le parece a Ud. que se deben decir esas cosas?
—Cuando uno da la vuelta al mundo— le respondemos— nada es tan interesante como reparar en el punto de partida.


EL QUIROMÁNTICO
 —Y Ud. que ha recorrido tantos vericuetos de la selva, ¿no podría referirnos alguna anécdota de su vida en esos recónditos lugares?
—Nadie sabe —nos dice— quiénes son los que constantemente pasan por la selva. Hay cuántos personajes famosos, exploradores, investigadores, científicos, escritores y artistas, negociantes y aventureros!... Cierta vez llegó a nuestro poblado, muerto ya mi padre, y cuando yo trabajaba como empleado de un tal Vargas, un hombre de extraña figura, quien dijo ser experto en adivinar el porvenir de los hombres, viéndoles las líneas de las manos. Era un quiromántico. Y comenzó a verles las manos a cuanto títere estaba presente, pero como yo era  todavía un muchacho, creo que ni siquiera reparó en mí.
 A cada cual le decía lo suyo, sin despegar los ojos de las manos en cuyas líneas se hallaba escrito su destino. Cuando ya estaba para retirarse, Vargas, en un gesto de humor, le dijo: “¿y por qué no ve Ud. las manos a este joven?”. No tuvo inconveniente el hombre aquél en predecirme mi futuro. Cogió una de mis manos, la miró atentamente, y no sin mostrar sorpresa, exclamó: ¡Caramba! Este muchacho va a ser un gran diplomático y va también a distinguirse en el ejército...”. Al Oír esto Vargas, sonríe un poco burlonamente y exclama: “¡Si este muchacho va a ser un diplomático, yo llegaré a ser Papa!”, todo fue uno.
—¿y qué diría Vargas, amigo Hernández, si todavía viviera?
—Vive todavía el buen Vargas, y sigue allá en la selva. Cuando estuve por esos lugares de mi infancia, lo busqué y encontré. Me nombró padrino de su matrimonio.
Extrañas cosas de la selva, pensamos nosotros pues si bien Hernández no ha llegado a ser un diplomático ni a distinguirse especialmente en el ejército, no obstante ser coronel y haber prestado servicios en las armas durante 27 años, su  nombre y sobre todo el del Perú, ha recorrido ya medio mundo, haciendo algo más por nuestro país que todas las embajadas juntas; y en cuanto a lo de militar, ¡bueno!, Hernández ha logrado incorporar nuestra selva en la conciencia internacional, mejor que lo pudieran hacer, muchos escuadrones y flotillas juntos.

 LABORIOSO
 —¿Y escribe Ud. con facilidad?
—No lo crea Ud., pues más bien me cuesta mucho escribir. En realidad, escribo poco y me gusta mucho pulir mis obras.
—¿Escribe Ud. de recuerdos o de pura fantasía?
—La novela Sangama es obra neta del recuerdo. Es el mundo de mi infancia. Todos sus personajes son reales, con excepción del propio Sangama. Para mí, escribir es recordar, es una manera de ponerme en contacto nuevamente con mi niñez. Escribo muy lentamente, poco a poco, y de noche.
—¿Y en medio de qué tribus discurrió especialmente su infancia?
—Nací en medio de los chamas y de los conibos. 
—¿Sabe Ud.  alguno de los idiomas selváticos?
—Sólo conozco el quechua de aquellos lugares, el cual es diferente del quechua de la sierra del sur. Es un quechua suavizado por la selva, un poco sibilante.
En efecto, Hernández no es un autor tropical, en el sentido de la fecundidad. Tiene publicadas dos novelas: Sangama y Selva Trágica, estando ya casi lista una tercera, que aunque todavía no tiene nombre, su autor la considera como la mejor de sus obras. Ha escrito pocos cuentos, que han sido disputados, casi tanto como sus novelas, por las grandes editoriales y revistas europeas. Nos recitó un soneto suyo, magnífico, inspirado  en la selva,  pero Hernández nos dice que él no escribe ya versos y que no se considera un poeta.
 —¿Y cuál es el hobby de Ud., don Arturo? Hernández sonríe y piensa, Parece que no lo tiene muy a la mano. De repente murmura:  
—Mi gran entretenimiento es la pesca, la pesca con anzuelo. Sosiega mucho el espíritu.
—¿Y ha salido Ud. alguna vez de viaje por  el ex¬tranjero?
—He estado en Panamá, Ecuador, Colombia y Venezuela, pero no puede llamarse a eso haber estado en el extranjero. Me gustaría viajar a Europa, donde ya tengo algunas relaciones.


DIFUSION
 Posiblemente no existe escritor peruano que haya conocido difusión tan grande de sus obras, como Arturo D. Hernández, cuyas novelas han sido traducidas al francés inglés, alemán, habiéndosele solicitado permiso para ser traducidas al rumano. SiSangama no hubiera sido traducida al francés, en lo cual le cupo participación a Ventura García Calderón, dadas sus vinculaciones con las gentes de letras de Francia, es posible que en el Perú nadie hubiera advertido el valor novelístico de nuestro compatriota. Necesitamos todavía que lo peruano venga de afuera para saber que algo vale. Entre la primera edición de 1942 y la segunda, transcurren diez años. En 1953 sale en París, en la misma Editorial, la segunda edición. Luego aparece en Bruselas, editada por el Club du Livre du Mois, la misma obra. En 1955 la editorial Büchergilde Gutenberg de Zurich, lanza, tra¬ducida por Waltrud-Kappeler, la traducción en alemán de “Sangama”
Con la misma rapidez, su novela “Selva Trágica”, editada en Lima por Mejía Baca, conoce el éxito en Europa, apareciendo en su traducción en francés, hecha también por Jean Viet, en 1956. Revistas europeas publican sus cuentos. En “Atlantic”, revista alemana de gran importancia, hemos visto un cuento suyo intitulado “Stadt, Landstrasse und Pongo” (Ciudad, Carretera y Pongo).

Como se comprenderá, esta difusión le asegura al escritor una renta no despreciable.
—Todo lo que tengo  lo debo a mis libros, nos dice, no sin cierta satisfacción, el autor de “Sangama”.
Hernández nos muestra una carta de Alin Michel .en que le manifiesta” que el monto de los derechos pagados por “París-Presse”, uno de los diarios de mayor circulación en Francia, por publicar en folletín la novela “Sangama”, asciende a 350,000.00 francos, de la cual suma el autor ha percibido la mitad, o sea 175,000 francos. Además, por concepto de derechos para la traducción al francés, la misma Editorial le pagó 300,000 francos adquiriendo la Casa la propiedad de la traducción en francés. De cualquier operación que se- realice, el autor percibe siempre la mitad, con lo que Hernández es uno de los pocos escritores peruanos que gana importantes sumas por sus obras difundidas en gran parte del mundo.
  

SOLITARIO
 —Yo soy un: hombre solitario- nos dice Hernández, no soy nada bohemio y no frecuento cenáculo alguno. Soy un hombre de mi casa, pero me gustaría mucho estar en compañía de personas sencillas y comprensivas como Ud. No crea Ud. que me siento engreído por el hecho de haber conseguido envidiable reputación literaria en el Viejo Mundo. Creo que ello se debe, más que al valor real de mis obras, al exotismo de las mismas. Considero que hay escritores peruanos que tienen méritos más grandes que yo y que merecerían ser conocidos por esos grandes públicos. Yo no soy un productor de público. Yo no soy sino un productor de mi medio y de mi suelo. Era magnífico caminante, y si bien había hombres que me aventajaban en fuerza para trasladar grandes pesos en sus espaldas, creo que en rapidez no me ganaba nadie. Yo era una sombra que se deslizaba veloz en la selva, sin que lianos, ni espinos, ni obstáculos de la maraña cerrada lograran detener el ritmo dé mi paso acelerado.         
El escritor parece ufanarse más de sus virtudes pedestres en la selva que de sus admirables condiciones de narrador veraz.


SU MEJOR LIBRO
 —¿Y cuál de sus libros le parece a Ud. el mejor?
Hernández se queda pensativo como buen padre de sus obras. A todos los hijos debe querer un padre por igual. Adivinamos que tiene él cierta predilección sentimental por “Sangama” por el hecho  de ser este libro, como hemos dicho, el recuerdo de su niñez y adolescencia.
—Todos me dicen que “Selva Trágica” está escrita con más técnica que “Sangama”. Este nació con más naturalidad, si se quiere; y hasta se puede decir que se formó solo, por sucesivas cristalizaciones del recuerdo. En cambio, “Selva Trágica” fue escrita a raíz de un viaje  que realicé a la selva en 1943, habiendo permane¬cido allí hasta 1952.
—¿Es Ud. un escritor esencialmente selvático?
—Hasta ahora no se me ha ocurrido hacer otra cosa. Escribo sobre aquello que conozco y que he vivido.
—¿Y nunca ha sido Ud. atraído por el tema histórico? .
—No, a pesar de que es algo que me encanta. Soy un gran  aficionado a la lectura de biografías noveladas, tales como las de Maurois y Stefan Zweig. Me gusta Thomas Mann y leo con pasión a los escritores rusos. No desdeño de ninguna manera la literatura nacional, en la que, como le he dicho, hay valores muy superiores al que yo pudiera tener.
—¿No tiene Ud. algún libro en preparación?
—Lo tengo casi concluido, pero todavía carece de título. Tengo para mí que ese libro es el mejor de los que he escrito.
Mientras conversamos, vamos sorbiendo una excelente limonada, bien helada, apropiada para la selva calurosa. Es cierto que Hernández nos ofreció servirnos un whisky, pero como comprendimos que no estaba en su costumbre y en su temperamento tomar bebidas alcohólicas, preferimos beber lo que le apetecía a él. Desde luego no hicimos tampoco ningún sacrificio, porque no hay nada más agradable  en ciertos casos que seguir el curso de la costumbre y proporcionar placer a quien se muestra  solícito con uno.

Nada infunde tanto bienestar como la presencia de un hombre que no se envanece con sus triunfos y que por el contrario, da  la sensación de ser más humilde a medida que sube más en la montaña. Tal es el caso  típico de Arturo D. Hernández, quien al decir de él sigue siendo el trochero solitario, no porque me lo imponga un temperamento misantrópico que no lo tengo, sino porque vislumbro la existencia de círculos intelectuales poco acogedores, excluyentes, a cuyas  puertas no me parece prudente tocar”.     .

30 de junio de  1957.
  
Reportaje de Ernesto More publicado en su libro Reportajes con Radar—Ediciones Pacha 1960 Lima—Perú



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